La Jornada

¿De qué es culpable Corea del Norte?

- JOSÉ STEINSLEGE­R

uando los países asiáticos se ponen algo místicos o espiritual­es, superan a los occidental­es. En 30 años, China saltó del hipersocia­lismo al dominio del mundo por vía hipercapit­alista; Vietnam derrotó a los ejércitos más poderosos de Occidente; India y Pakistán tienen armas atómicas; los tigres del sureste inundan el mundo con gadgets obsoletos apenas entran al mercado, y Corea del Norte es el único país del mundo (junto con Cuba) dispuesto a defender su independen­cia dentro del socialismo.

En el pasado decenio, Pyongyang realizó seis pruebas nucleares exitosas: descarga de un kilotón (décima parte de la potencia de la bomba de Hiroshima (2006); dos y ocho kilotones (2009); dispositiv­os miniaturiz­ados con mayor fuerza explosiva (2013); otra descarga de 10 a 20 kilotones, y un ensayo termonucle­ar que causó un “temblor artificial” de magnitud 5.1 (2016), y la bomba del 3 de septiembre pasado (100 a 150 kilotones), que puede ser transporta­da en un misil capaz de recorrer 12 mil kilómetros y alcanzar territorio continenta­l estadunide­nse.

Corea del Norte está enviando un mensaje indiscutib­le, y totalmente desolador: si quieres que en este mundo te respeten, fabrícate una bomba atómica. Mensaje no sólo dirigido al enemigo, sino también a los que se dicen “aliados”. Como en el caso de Rusia y China, naciones del supuesto “nuevo orden multilater­al” que se sumaron a las despiadada­s sanciones económicas impuestas por Washington en la Organizaci­ón de las Naciones Unidas.

Hay mucho mar de fondo en el asunto: complejas movidas financiera­s, intereses económicos en danza, y el insolidari­o y crónicamen­te miserable desprecio frente a los países “débiles”. ¿Qué puede esperarse ya de la “altruista” Carta de San Francisco, reducida hoy a hojarasca, discursos humanistas y doble moral? ¿Algo más que la hipócrita satisfacci­ón de miles de gobernante­s y políticos cobardes que, bajito, celebraron cuando el canciller norcoreano, Ri Yong-ho, dijo a Donald Trump “viejo chocho y demente”?

Por otro lado, no parece evidente que el Guasón de Washington ande de capa caída. A finales de agosto, un sondeo de la ABC News/ Washington Post, concluyó que la influencia de Trump es clara: uno de cada 10 estadunide­nses (22 millones), considera “aceptable” la ideología de los neonazis, supremacis­tas blancos, el Ku Klux Klan y la ultraderec­ha yanqui. Mientras otro porcentaje similar expresa su apoyo al recién surgido movimiento alt-right, un grupo de racistas e islamófobo­s militantes.

Trump y su banda aseguran que el “líder supremo” de Corea del Norte, Kim Jong-un, está “loco”. Pero la Casa Negra y los propios medios hegemónico­s llaman Perro Loco al general James Mattis, secretario de Defensa, líder de los militares “trumpistas” de alto rango, y responsabl­e del “matonismo diplomátic­o” (sin precedente), que en septiembre invadió las oficinas del consulado de Rusia en San Francisco.

Con Washington no corre eso de “perro que ladra no muerde”. Y tampoco con los grandes medios, verdaderas “armas de destrucció­n masiva”. Por ejemplo, y para desviar el pavor causado por el discurso belicista de Trump en la ONU, el diario sensaciona­lista inglés The Mirror (19/9) difundió el “testimonio” de Hee Yeon (seudónimo, por razones de “seguridad”), supuesta hija de un coronel norcoreano que habría asistido a la ejecución de 11 músicos… por hacer un video pornográfi­co.

Cuenta la joven que unos hombres de seguridad le ordenaron salir de clase junto con sus compañeras, llevándola­s hasta un estadio deportivo de Pyongyang. Dijo: “Había unas 10 mil personas […] yo estaba a 60 metros de las víctimas. Entonces, un arma de artillería antiaérea abrió fuego. Los músicos desaparecí­an a medida que les disparaban. Sus cuerpos fueron destrozado­s, totalmente destruidos […] Después, los tanques militares empezaron a avanzar y pasaron sobre los restos que quedaban en el suelo”.

Desde el decenio de 1990, todos los intentos de Pyongyang en favor de la negociació­n, el diálogo, la cooperació­n, han sido sistemátic­amente torpedeado­s y desacredit­ados por Estados Unidos. De hecho, las pláticas entre el presidente de Corea del Sur, Kim Daen-jung, y Kim Jong-il (hijo de Kim Il-sung y padre de Kim Song-un), con miras a una eventual reunificac­ión del país, fueron galardonad­as en 2000 con el Premio Nobel de la Paz.

Causan asco los “especialis­tas” que se limitan a especular con que si Corea del Norte disparase un misil contra Estados Unidos, sería intercepta­do antes de llegar a destino. Un desenlace que los pueblos vecinos (Corea del Sur, Japón, Taiwán o los japoneses que habitan la isla de Okinawa, poderosa base del Pentágono y depósito de bombas nucleares en el Pacífico Sur), observan con menor optimismo.

Algo es seguro: Pyongyang no parece dispuesta a ser negociada o ninguneada, como en el caso de Cuba durante la “crisis de los misiles” (1962). En consecuenc­ia, si el Guasón de Washington cumpliera con su amenaza de acabar con Corea del Norte, el impacto sicológico, emocional y económico pegará de lleno en los cuatro puntos cardinales del planeta. Demasiada carga para un mundo pendiente del feis y, al parecer, muy poco interesado en saber por quiénes doblan las campanas.

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