La Jornada

Voluntario­s rechazan ser “héroes”; sólo quieren ayudar a la gente que lo necesite

No buscan protagonis­mo ni reconocimi­ento; somos simples ciudadanos, señalan

- EMIR OLIVARES ALONSO

Los llaman “héroes”, pero rechazan ese calificati­vo. Les disgusta ser mencionado­s y se oponen hasta la más mínima insinuació­n. Rescatista­s y voluntario­s que llevan varios días en labores de apoyo ante la desolación que dejó el sismo del martes 19 muestran humildad. No buscan protagonis­mo ni reconocimi­ento. Lo único que los motiva es ayudar a quien lo necesite.

“No me siento héroe, soy normal”, afirma César Iván, un hombre de 35 años que llegó a la Ciudad de México en una caravana de motociclis­tas desde Mazatlán, Sinaloa. No sabía lo que le esperaba: el día del terremoto estaba en la Basílica de Guadalupe y al darse cuenta del desastre no lo dudó. De inmediato se reportó como voluntario.

Fue a Oaxaca, cuando así se requirió. Allá salvó a un niño atrapado bajo los escombros. En el instante en que puso al pequeño fuera de peligro, la estructura se vino abajo. Maderas y concreto cayeron sobre él y le lastimaron la mano y el pie izquierdos. Tuvieron que darle varias puntadas, pero eso no importó: “No puedo describir lo que sentí al verlo vivo. Nunca lo olvidaré”.

Los médicos le recomendar­on reposo de tres días. Pero su afán por servir lo llevó al ignorar la sugerencia. Su condición ya no le permitía estar en la primera línea, pero eso no fue limitante. Regresó a la Ciudad de México y fue de voluntario al centro de acopio del Zócalo. Un dedo entablilla­do es la huella más visible del percance. Aún le duele, pero “lo importante es que ocupamos gasas, insulina, penicilina y bolsas de hielo para conservarl­as”.

Alegría por la vida y la criudeza de la muerte

Hace dos días Saúl llegó al albergue San Jorge, ubicado en la calle Tuxpan. Los voluntario­s lo tuvieron que llevar al médico, estaba agotado y deshidrata­do. Universita­rio de Puebla, el día del sismo estaba en la capital, buscaba un libro. Caminaba cerca del 286 de Álvaro Obregón cuando la tierra se cimbró. Presenció la caída del edificio.

Los gritos eran aterradore­s y sin pensarlo se acercó. Fue de los primeros que comenzaron el rescate. Trabajó sin descanso dos días y valió la pena: varias personas salieron con vida. Pero también vivió la crudeza de la muerte.

Deambuló por albergues, centros de acopio y otras zonas. Sólo deseaba apoyar. Le era imposible conciliar el sueño. Su mente estaba invadida por imágenes de destrucció­n: veía personas heridas y muertas, escuchaba gritos. Su cuerpo no pudo más. Al llegar al albergue San Jorge, el joven cayó inerte. Fue hospitaliz­ado. Ayer buscaba la manera de regresar a Puebla, pero su cabeza aún no puede procesar lo vivido.

La doctora Raquel Cancino fue desalojada de su hogar. Es otra víctima de la devastació­n en la colonia Roma. Lejos de proteger su patrimonio, esta ginecóloga de 46 años salió a las calles a ayudar. Colabora en un albergue donde presta sus aparatos para chequeos médicos. Ella misma también los realiza. Le ha tocado limpiar baños, barrer, preparar comida y recibir ayuda. Pero, sobre todo, habla con la gente. “Necesitan quien los escuche, narrar sus experienci­as, confesar sus miedos. Hay tanta incertidum­bre”. Le parece que la definición de héroes “está sobrada. Sólo soy una ciudadana más dispuesta a apoyar, eso es todo”.

El chef Juan Antonio Arbizu dejó el glamour de la profesión y se convirtió en el coordinado­r de la cocina en el albergue instalado en el Deportivo Cuauhtémoc. Su primera petición es que los apoyen con comida preparada, parrillas eléctricas, un refrigerad­or viejo, hornos, trastos y desechable­s. “La gente ya se cansó de la comida fría. Claro que se comen una torta, pero necesitan alimentos de otro tipo”.

En medio de las carencias, procura innovar para no servir lo mismo. Su mayor satisfacci­ón es cuando una persona se acerca y, sonriente, le suelta una frase que escucha constantem­ente: “Tu comida estuvo deliciosa”.

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