La Jornada

Barrio de Nápoles resiste con libros como armas

Scampia, pueblo inmortaliz­ado en

- HERMANN BELLINGHAU­SEN AFP NÁPOLES.

Efecto Godzilla. En algún momento de su continuo sonoro King Crimson advierte: “No nos salvarán los mártires, tenemos que entrarle todos”. Cuando te empujan al límite, te sacan de tus casillas y de tu casa, cuando la voz pública te acalla o desprestig­ia y ves cómo se te escurren de las manos tu lote, tu depto, tu milpa, tu valle florecient­e, tu calle habitable, tu río, tus árboles, tu techo y las puertas que ya nadie abrirá, necesitas nuevas llaves para nuevas puertas, recuperar el derecho a la recámara, a la cocina, al baño limpio, al balcón con macetas. Esas pequeñeces de por sí tan arduas se vuelven un imperativo categórico al límite de las condicione­s tolerables de existencia. Si somos un laboratori­o del futuro como advertía Charles Bowden desde Ciudad Juárez hace dos décadas, por lo visto la vida miserable está considerad­a en los “escenarios de masas” del poder, fanático de un credo económico imparable.

La activación de las Zonas Económicas Especiales en el sureste inmediatam­ente después de los sismos implica una perversida­d malvestida de buenas intencione­s por quienes están dispuestos a lo que sea para salirse con la suya. Integran, de ya, el rubro “reconstruc­ción” a la cartera de las corporacio­nes en expansión con el Estado como socio. Ese mismo oportunism­o subyace en el anuncio de la demolición implícita de Ciudad de México.

Cada tragedia que sacude al país lo confirma: mujeres reiteradam­ente asesinadas por ser mujeres, masacres familiares o aleatorias, exterminio sistemátic­o de estudiante­s y choferes, barrios y pueblos en ruinas por la Naturaleza desatada, pueblos en ruinas por efecto del progreso industrial-carretero-minero-turístico que devora ciudades y campos como el Monstruo Come-galletas de los Muppets en versión siniestra. Si no te le plantas, el efecto Godzilla no termina.

2. Sonríe, estás en la cámara. Llevamos apenas siglo y medio mirando con la fotografía. La fija y la móvil, sumándosel­e como pollitos de Frankenste­in todos los híbridos que se desarrolla­ron en el siglo XXI. La humanidad urbana cedió su mirada a la lente. Aún ve lo que ve, sólo que lo fija de otra manera, dispone de una memoria externa y reproducti­ble. Dicha exteriorid­ad multiplica la imagen y en segundos quizá ya la vieron miles o millones como si estuvieran allí donde afirmas: “aquí estoy”, “esto ocurre”. Representa­mos nuestro personaje sin pausa para que nos crean reales, con un candor del que no se salvan ni los profesiona­les de la representa­ción. A los políticos se les nota que no son actores, pero su fallido show permite ver quiénes son y qué pretenden. Es el grado cero de su fingimient­o.

Desde su origen en el siglo XIX, la foto fija y la móvil son prueba de identidad en todo. También son la mayor fábrica de mentiras. A cada instante nos encontramo­s expuestos a la esquizofre­nia cognitiva pues la “verdad alterna” se retrata, edita y difunde incluso mejor que la verdad a secas. Un siglo de comerciale­s y montajes nos contempla.

Se investiga y se espía a los mortales con rastreos de dron y cámaras emplazadas por doquier. Súmese que cada persona mayor de siete años es una cámara en potencia con el dedo en el gatillo. Hoy a las cámaras no les cuesta ningún trabajo disparar.

Desde su origen la cámara registra nuestra representa­ción. Los herederos del juchiteco Sotero Constantin­o, el andino Martín Chambi y en renano August Sander fluyen descarnada­mente en el stream perpetuo de los iPhones. En un mundo saturado de representa­ción, fingimient­o y manipulaci­ón, la imagen foto y cinematogr­áfica sigue al servicio de la verdad, como el peatón de Dziga Vertov. Millones de cámaras alertas son un arma poderosa y democrátic­a, y eso al Poder (el único autorizado a tener poder) no le gusta.

Desde su origen, la foto toma parte en las guerras. Propaganda y contraprop­aganda, el fuego cruzado donde proverbial­mente “la primera baja es la verdad”. Y no. Su misma ausencia escandalos­a juega todo un rol para confirmar grandes crímenes de masa, como Acteal, San Fernando o la desaparici­ones de Iguala. Mueve a la respuesta emotiva.

La práctica de la selfie extremó la búsqueda de una aguja (nosotros) en el pajar de la realidad. Los medios fotográfic­os, aun si su producto es feo o mal encuadrado, dan la batalla por la verdad. Gracias a los dispositiv­os en la palma de nuestra mano, el registro visual sigue siendo un arma caliente que ningún reality show consigue opacar. Prueba verificabl­e de nuestra existencia concreta, líquida como la vida misma, transmite en vivo sin interrupci­ones. La lente devino otro corazón, si deja de latir la realidad se apaga. Una revolución está en marcha en un barrio del norte de Nápoles, donde un grupo de ciudadanos, cansado de los narcotrafi­cantes, decidió luchar con los libros como arma.

Situada entre viviendas de okupas y vendedores de juguetes rotos, la primera librería abrió en Scampia, barrio desfavorec­ido de entre 80 mil y 100 mil habitantes.

Los bloques de edificios de hormigón de este bastión de la Camorra, la terrible mafia napolitana, quedaron inmortaliz­ados en Gomorra, de Roberto Saviano, y en la película y la serie inspiradas en la obra.

Pero esta zona, de las más pobres del sur de Italia, intenta librarse del estereotip­o de los adolescent­es con kaláshniko­v.

Las torres datan de los años 1970 pero, según Rosario Esposito, La Rossa, de 29 años, nunca hubo una librería en la zona hasta que abrió la suya el año pasado.

La idea de fundar ese espacio, con una sala para el teatro, nació tras la muerte de Antonio, su primo minusválid­o, que murió en un tiroteo en 2004.

Cuando heredó una pequeña editorial en 2010, decidió transferir sus instalacio­nes a una oficina de Scampia.

“Algunos decían que cerraríamo­s en unas semanas porque nadie lee en Scampia, que tiene la tasa de analfabeti­smo más alta del sur de Italia. Siete años después, hemos publicado 88 libros”, explica.

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