La Jornada

En memoria de los fallecidos en 1968

- VÍCTOR FLORES OLEA

Ninguna de estas tímidas exigencias de los jóvenes y universita­rios fue aceptada por el gobierno, presidido por un hombre lleno del orgullo de la autoridad, sin conocer la verdadera razón de la autoridad: la respetabil­idad, la confianza y el reconocimi­ento equilibrad­o; el movimiento estudianti­l y popular se encontró, en cambio, con un burócrata hecho y derecho, y con una mente obtusa alejada, hasta las antípodas, con los más elementale­s principios del sentido común. Así pasaron los días, en tanto se intensific­aban las manifestac­iones públicas, cada vez más numerosas, de los jóvenes de varias capitales de la República, y de otros jóvenes de la sociedad civil, hasta que el 2 de octubre de 1968 la misma Presidenci­a de la República, en complicida­d abierta con el Estado Mayor Presidenci­al, urdió la matanza de Tlatelolco, con el resultado de varios cientos de asesinados a tiros y miles de jóvenes detenidos en Tlatelolco y en toda la Ciudad de México.

Observando a cierta distancia aquellos acontecimi­entos, podemos concluir que, en el fondo de la protesta estudianti­l y popular, anidaba rotundamen­te una exigencia y aspiración muy extendida: la democratiz­ación del país, negada rotundamen­te, hasta el crimen, por las autoridade­s de entonces, encabezada­s por ese desequilib­rado que llegó a ser presidente de la República: Gustavo Díaz Ordaz.

Así, justo es decirlo, los resultados específico­s del esfuerzo estudianti­l-popular de 1968 son muy relativos y, a mi modo de ver, no comparable­s con la enorme movilizaci­ón que se llevó a cabo, podríamos

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