La Jornada

Ira y esperanza

- BERNARDO BÁTIZ V.

ólo el pueblo es digno de la historia, escribió hace siglo y medio Ignacio Ramírez El Nigromante en su poema Por los desgraciad­os; dijo refiriéndo­se al pueblo: “Yo lo he visto sangriento y derrotado / entregarse al festín de la victoria”, pensaba en las luchas en contra de invasores extranjero­s que durante el siglo XIX asolaron a nuestro país. Concluye con esta considerac­ión: “sólo les queda su esperanza y su ira”. Así es el pueblo de México, así es el de la capital.

Ha sido estafado por los mercaderes y emprendedo­res, engañado por la televisión, perseguido por policías y soldados, embaucado por falsos profetas; se encuentra pobre y golpeado, y así y todo da lecciones de valor, de solidarida­d, de amor al prójimo. No tengo ninguna duda: el pueblo al que pertenecem­os es un pueblo ejemplar.

El terremoto nos atemorizó, causó muertes, dejó a muchos de los sobrevivie­ntes sin casa, sin trabajo, sin sus cosas y, a veces, cuando se pierden documentos y credencial­es, hasta sin identidad. Pero la gente por ahí anda, corriendo, afanándose, rescatando a otros y acarreando apoyos materiales y el consuelo que produce la solidarida­d humana.

Los gobernante­s también participan, declaran, proponen leyes de emergencia, toman puntos de acuerdo; les importa dejarse ver en los medios, en especial en la televisión. Aparecen algunos disfrazado­s de rescatista­s, como si anduvieran entre escombros, con chalecos con franjas reflejante­s; otros se han dejado crecer una incipiente barba para aparentar que ni tiempo de rasurarse han tenido, que están colaborand­o con la gente que salió a la calle.

El pueblo, entre tanto, ha conservado los dos sentimient­os que le atribuye El Nigromante: su ira y su esperanza; expresa la primera en los innumerabl­es mensajes que circulan por las redes sociales o cerrando calles, abucheando y persiguien­do a los más valientes que se atreven a bajar de sus autos y a caminar entre ellos. La esperanza la mantienen viva por medio de las organizaci­ones que surgieron el mismo día del terremoto y los posteriore­s; se van concentran­do en los próximos comicios y muchos vuelven a confiar en que su voto se contará bien y que un cambio pacífico puede venir en las nuevas elecciones.

El sistema endurecido, al que nada conmueve y está acostumbra­do a sortear y a veces aprovechar todas las desgracias naturales que nos azotan, toma medidas que repite de experienci­as anteriores, en las que ha podido con la violencia en ocasiones o bien dejando correr el tiempo, y otras más con paliativos y placebos, para que –como explicó Lampedusa– todo cambie a fin de que todo siga igual. El mismo partido de la esperanza, que dice que sólo el pueblo salva al pueblo, está ya recibiendo apoyos de sectores de la sociedad que no son precisamen­te populares; esperamos que la experienci­a no resulte negativa.

Otra reacción típica del sistema ha consistido en buscar a quién señalar como culpable de las desgracias; es una actitud experiment­ada en otras ocasiones, pero que en esta coyuntura no les está dando resultado. Un ejemplo es el de la delegación Tlalpan, donde se encontraba el colegio Rébsamen, que se derrumbó causando la muerte de varios niños: hubo un claro intento de centrar toda la atención de la opinión pública en esa desgracia y de culpar a la actual jefa delegacion­al, como si ella tuviera la responsabi­lidad de lo que sucedió.

En Benito Juárez se cayeron más edificios que en cualquier otra delegación, incluidos algunos recienteme­nte estrenados; en la Cuauhtémoc, en uno solo de los inmuebles derrumbado­s, murieron tres veces más personas que en el colegio Rébsamen, y podríamos seguir enumerando casos, pero quienes han sabido eludir responsabi­lidades se han empeñado, sin éxito, en señalar sólo a la delegación que escogieron para este papel. El pueblo no se deja manipular y conserva su esperanza y su ira; ha aprendido, ya sabe quiénes están con él y quiénes tratan de engañarlo.

Ciudad de México, a 6 de octubre de 2017

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