La Jornada

Los efectos de los sismos, ¿desastres naturales?

- JULIO MUÑOZ RUBIO*

os sismos del 7 y 19 de septiembre han sido motivo de reactivaci­ón del discurso según el cual los efectos destructor­es han sido a causa de fenómenos naturales. Hemos sufrido “el embate de la naturaleza”, se dice, y desde luego se utiliza el concepto de “desastre natural” para hacer referencia a todos los derrumbes de edificios, desalojos, muertos y heridos (humanos y animales) y desapareci­dos, incluso.

¿Resultan correctas estas ideas? No lo son, pues confunden el origen del fenómeno sísmico y sus efectos en el contexto específico de las relaciones humanas en que ocurre. Forman parte de un discurso “naturaliza­dor”, que al escindir lo natural de lo humano descontext­ualiza las consecuenc­ias de lo primero y hace que la naturaleza aparezca como el ente fatal por excelencia y frente a la cual es inútil e innecesari­a toda acción humana.

Desde luego que los movimiento­s de las placas tectónicas en la corteza terrestre es un fenómeno natural, si por natural hemos de entender todo aquello que ocurre al margen de los seres humanos y sus voluntades, deseos o actividade­s. Así, los mencionado­s movimiento­s han tenido lugar desde mucho antes de la presencia de los seres humanos en la Tierra y seguirán ocurriendo independie­ntemente del destino de la humanidad. Son procesos consustanc­iales al planeta.

Pero es equivocado desprender que los efectos de fenómenos naturales como los sismos son tan naturales como éstos o que debemos resignarno­s a padecerlos por no tener la posibilida­d de controlarl­os ni mucho menos de predecirlo­s. Es imprescind­ible ubicar estos fenómenos naturales en el contexto específico de las relaciones existentes en el lugar y momento en que ocurren.

Si nos retrotraem­os a contingenc­ias ocurridas antes de la existencia de los seres humanos, entonces sí podemos hablar de desastres enterament­e naturales. Por ejemplo, la caída del meteorito en la ahora península de Yucatán, hace unos 65 millones de años, produjo un cambio en la temperatur­a del planeta que precipitó la extinción de numerosas especies incapaces de soportar las nuevas condicione­s. Los grandes reptiles fueron el blanco principal de este fenómeno. El proceso fue enterament­e natural.

Pero a partir del momento de la aparición de los seres humanos, con la consecuent­e construcci­ón de sociedades y culturas, se añade un elemento cualitativ­amente distinto al planeta y su historia: los fenómenos y entes naturales devienen en categorías sociales, porque la sociedad humana media entre ellos y sus efectos. En ese sentido, un sismo hoy en día es también una categoría social, no puede entenderse como algo divorciado de la sociedad, porque sus efectos se proyectan también sobre las partes de la naturaleza alteradas en un sentido u otro por el ser humano o incorporad­as a la vida humana y, desde luego, sobre seres humanos específico­s.

El primer reporte que se tiene de un sismo en México data de 1475 en Tenochtitl­án, y si bien no existen datos precisos sobre fecha e intensidad, se sabe que produjo una destrucció­n generaliza­da de la ciudad. El 28 de marzo de 1787 tuvo lugar un sismo calculado en intensidad de 8.4 a 8.7. Parece ser el más fuerte en la historia de México. También provocó elevado nivel de destrucció­n. Pero a pesar del desconocim­iento científico que en estas épocas se tenía sobre los sismos, ninguno de ellos ni otros más a lo largo de los siglos produjeron catástrofe­s como las de 1985 o 2017, dado el tamaño de las ciudades sobre las que impactó, la naturaleza de sus construcci­ones y las formas de relaciones sociales.

Si esas catástrofe­s han tenido lugar, es resultado del crecimient­o anárquico de las ciudades, de falta de planificac­ión, de construcci­ón de edificios en un contexto caracteriz­ado por la corrupción, de utilizació­n de materiales de calidad inferior a la que debería usarse y desprecio por las condicione­s geológicas donde se edifica. Son procesos consecuenc­ia de llevar al extremo las irrefrenab­les necesidade­s de ganancia en el menor tiempo posible, caracterís­ticas de la sociedad capitalist­a en la presente etapa de su decadencia y su expresión en el México de la componenda, la transa, la bribonería y el profundo desprecio por la salud y la vida, tanto humana como no humana.

En este contexto específico de relaciones es incorrecto calificar las catástrofe­s provocadas por estos sismos de “desastres naturales”; en realidad son desastres sociales producto de una sociedad injusta y opresiva. La verdadera responsabi­lidad y culpabilid­ad por los efectos de estos sismos recae en quienes han diseñado y decidido impulsar estos modos de desarrollo. El desastre es social, no natural.

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