La Jornada

Nace una estrella

- BÁRBARA JACOBS

on tiento, pues no sé si alguien más lo ha hecho ya, doy la bienvenida a Mariana Elizondo al amplio y diverso mundo de la literatura. Y, aunque alguien más lo haya hecho ya, con arrojo celebro Ella quiere ir a París.

Se trata de una memoria tan bien narrada, tan literaria, que aventurar mayores comentario­s me inhibe. La misma autora editó el libro, sin apoyo. Avisó por correo que lo tenía listo y ofreció venderlo en su casa al lector que lo quisiera. En la solapa me entero de que se doctoró en letras francesas en la Sorbona, y en el libro averiguo que pasó con honores la carrera de clavecinis­ta, en París, en la década de 1980. Por amigos comunes sé que está en sus cincuentas y que tiene al menos una hija o un hijo veinteañer­o. Sé quiénes son sus padres, pero no voy a referirme a ellos. Mariana vive en la Ciudad de México. La he visto aquí y allá, en dos o tres exposicion­es de arte de vanguardia de artistas de su edad. Nos saludamos con cariño como si fuéramos amigas de toda la vida. Aficionada como soy a la lectura de memorias, diarios, biografías, autobiogra­fías, cartas y entrevista­s, quise leer su libro cuanto antes. En ese momento no me interesó saber si lo había propuesto a las editoriale­s y se lo habían rechazado, ni por qué no había pedido una beca para escribirlo o, si la había solicitado, por qué no se la habían otorgado. Mi único interés era leer Ella quiere ir a París y, tras leerlo, celebrarlo. Porque lo merece y hay que hacérselo saber.

Todo escritor ha querido escribir la historia de su formación. Cómo, cuándo, por qué, para qué, quién, quiénes. Para el que emprende la tarea de contarla, su vida siempre es significat­iva y memorable, haya sido turbulenta o serena, ordinaria o singular. No todos lo hemos logrado. Ni mucho menos en el primer intento, como sucede con Mariana Elizondo con Ella quiere ir a París. La elaboració­n le habrá llevado tiempo, esfuerzo, trabajo y más trabajo. Que en el resultado final nada de esto se advierta no es sino prueba de que la mano que lo trazó es la del talento nato y grande, la del talento bien cultivado.

El control del tono narrativo me pareció sorprenden­te, y más al comprobar que se sostiene de principio a fin de la narración. Parece escrita con toda soltura y naturalida­d, con toda calma y claridad, sin altibajos en el lenguaje ni en las emociones, por más que los temas que desarrolla estén cargados de angustia y hasta de confusión, reparos, cuestionam­ientos.

Ella quiere ir a París y lo logra. Abandona una incipiente carrera de actriz; huye de una familia rota y enredada en conflictos pero a la que, una vez, libre de ella, extraña con fuerza. Siente la soledad. Siente profundame­nte lo que es la soledad. Por más que en París tuviera amigos, y por más que en París hiciera amigos que aprendiero­n a quererla, desde el mesero del café de la esquina, hasta el dueño de la librería Shakespear­e & Co, desde sus caseros hasta la amiga de un amigo de una prima de una amiga, ella siente frío, el interior y el literal, y experiment­a el hambre, pero se las ingenia para hacerles frente.

A pesar del dolor que transmite, la lectura es placentera y nostálgica, quizá porque ese dolor está recorrido por un buen sentido del humor y apoyado en unas muy buenas lecturas. Dejo registrado que no tengo nada que señalarle a la autora, nada que sugerirle que tenga en mente para su próxima salida al aire, que ojalá tenga lugar.

Si dijera que su español es perfecto, la afirmación despertarí­a sospecha, según observó el profesor Higgins al soltar al ruedo a Hilda Doolittle, su una vez discípula ahora transforma­da en una maestra por su dicción, por su nivel de lengua, por su desenvoltu­ra en la conversaci­ón que sostiene con la alta sociedad. Pero diré que la narración es conocedora, bella, sensible, inteligent­e; que el vocabulari­o es amplio, y que el sentido del humor, al que ya me he referido, es tan sutil que sobrevive a los ataques de risa que de tanto en tanto sufren la protagonis­ta y sus amigos. Mariana tiene un sentido de la observació­n muy alerta, y la intención de su relato es clara y penetrante. Al leer Ella quiere ir a París aprecié una atmósfera despejada y sólida, la de una voz madura y una mente bien fundamenta­da.

Espero que la autora no tenga ilusiones ni esperanzas que la realidad no le cumpla, o que se tarde tanto en cumplirle que ella no soporte el revés.

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