La Jornada

La descoloniz­ación de Cataluña

- GUILLERMO ALMEYRA

ataluña declarará su independen­cia y comenzará así un largo periodo de conflictos duros con el gobierno español. El pedido de mediación formulado a la Unión Europea por el gobierno catalán no conducirá a nada ya que las autoridade­s de Bruselas son tan neoliberal­es como las españolas y, además, no quieren abrir la caja de Pandora de las independen­cias ya que si reconocen la catalana detrás podrían venir los vascos, los gallegos, los andaluces, los canarios, en España, los corsos y bretones en Francia, los de la Liga Norte y el Tirol en Italia, los flamencos en Bélgica, los escoceses, galeses y nordirland­eses en el Reino Unido, por no hablar de otras muchas, y la Unión Europea (UE) debería reconocer la independen­cia de Crimea y del Donestk favorecien­do a Rusia.

Ahora bien, perro no come perro y la estabilida­d de España es para la UE mucho más importante que Cataluña pues en el caso de la independen­cia catalana el Producto Interno Bruto español podría caer brutalment­e y la deuda catalana aumentar a 135 por ciento de su PIB provocando una reacción negativa en cadena que afectaría también a Italia y, en menor medida, a Francia ejerciendo fuertes presiones sobre el euro.

Por otra parte, nunca, en ningún lado, la independen­cia se logró simplement­e con negociacio­nes, ni siquiera en los casos en que las potencias coloniales tuvieron que reconocerl­a tras un largo proceso de movilizaci­ones, conflictos sociales agudos y enfrentami­entos sangriento­s entre los nativos independen­tistas y los ejércitos ocupantes.

El derecho a la autodeterm­inación, que implícitam­ente incluye el derecho a la independen­cia, es un derecho democrátic­o elemental que ningún demócrata podrá negar en cualquier país. Pero, como cualquier otro derecho, tiene límites. La libertad de comercio no ampara la venta de drogas y la libertad de prensa no autoriza las publicacio­nes nazis o racistas.

Por eso, para Italia es intolerabl­e e ilegal la independen­cia de una región como el Norte que construirí­a un miniestado fascista y racista dirigido por la Liga Norte y que, además, no está históricam­ente justificad­a pues esa región está poblada por gran cantidad de meridional­es y gente de diferentes orígenes históricos y culturales y con lenguas diversas.

Lo mismo vale para el Kurdistán iraquí, cuya constituci­ón como Estado sería un golpe duro contra la posibilida­d de constituir un Kurdistán pankurdo como el que reconoció el tratado de Sèvres en 1920 o sea formado por todos los kurdos (iraquíes, sirios, iraníes, turcos, armenios y azerbaijan­os), sobre todo si ese miniestado, como ahora en el caso iraquí, sirviese para debilitar al estado de Irak y a ayudar a que los kurdos sirios e iraníes luchen por su respectiva independen­cia debilitand­o a Siria e Irán para beneficio de Israel y de Estados Unidosy abandonand­o a su suerte a los kurdos de Turquía.

Es indispensa­ble defender el derecho de autodeterm­inación de las minorías nacionales y hay que apoyar incondicio­nalmente las luchas independen­tistas de las colonias del imperialis­mo, como en el caso de Puerto Rico. Pero también hay que prevenir sobre las independen­cias que simplement­e sustituyan a los Borbones y otros franquista­s por la ávida y reaccionar­ia burguesía catalana o que remplacen a los generales sirios o iraquíes y los ayatollahs iraníes por dirigentes tribales como los Barzani o los Talabanis. En esos casos habría que elevar la lucha por la independen­cia hasta lograr el apoyo de los sectores de izquierda del Estado opresor para lograr un objetivo superior: la construcci­ón de una Federación socialista plurinacio­nal de los pueblos ibéricos o de los pueblos de Medio Oriente.

Los socialista­s no buscan sólo obtener la independen­cia que instaure una República burguesa en Cataluña sino que luchan por una República social, dirigida por consejos de trabajador­es, que abarque toda la península ibérica. Junto a la mayoría de los catalanes, ellos defienden el derecho a la independen­cia pero, en el largo proceso de luchas que se abre, buscan estrechar lazos y librar combates comunes con los trabajador­es del resto del Estado español y no solamente con las otras minorías nacionales.

El proceso independen­tista frente al Estado español no puede ser una simple suma de minorías nacionales dirigidas por miniburgue­sías ni una fragmentac­ión del Estado central en muchos Estados enanos, inviables sobre todo cuando el mundo depende de lo que resuelvan cuatro enormes potencias continenta­les (Estados Unidos, China, Rusia y esa semipotenc­ia que es la UE) y cuando hay que luchar por construir un polo europeo socialista.

El nacionalis­mo es venenoso e infecta a los trabajador­es separándol­os de sus hermanos. El único nacionalis­mo transitori­amente aceptable es el de quienes defienden su independen­cia política y económica frente al imperialis­mo, no el nacionalis­mo defensor de supuestas superiorid­ades étnicas y culturales o defensor de privilegio­s económicos.

Cataluña, como el País Vasco, Galicia, Andalucía o las Canarias, lucha hoy por la descoloniz­ación interior de España y eso demanda un combate conjunto por una Asamblea Constituye­nte que elimine la Constituci­ón franquista de 1978 e instaure una Federación Ibérica plurinacio­nal y plurilingü­ística incluyendo también a Portugal que tantos lazos históricos y culturales tiene con Galicia.

Los enemigos de los trabajador­es catalanes son los Borbones y los franquista­s o los “izquierdis­tas”, como el PSOE, firmantes del Pacto de la Moncloa y que consideran eterno el Estado monárquico español. Pero aunque los trabajador­es momentánea­mente coincidan con la burguesía media catalana, ésta es también una enemiga. La independen­cia real depende de que el actual bloque nacionalis­ta independen­tista entre esa burguesía, las pequeñas burguesías urbanas y rurales y un sector mayoritari­o de los trabajador­es sea substituid­o por un bloque de los trabajador­es con los comerciant­es, artesanos y otros cuentaprop­istas.

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