La Jornada

El eco y las cenizas

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Incapaz de aceptar la realidad, Víctor recuerda que marcó una y otra vez al conmutador: el único sitio donde Nahila podía encontrars­e. Era día hábil, faltaba poco más de una hora para que su turno terminara y ellos se reunieran. Al fin iban a conocerse, a comprobar si eran como uno y otro se habían imaginado a partir de sus breves y regulares conversaci­ones telefónica­s.

Durante el desayuno –planeó Víctor– tal vez lograra convencerl­a de que, luego de que ella tomara un descanso en su casa, volvieran a encontrars­e en un restaurant­e del centro para comer. Entonces sí tendrían tiempo suficiente para contarse sus vidas y divertirse pensando en la forma tan extraña en que había comenzado su amistad.

Luego se desharían en preguntas. De seguro ella deseaba saber quién era Joel Manríquez, el huésped del 103, a quien él llamaba con frecuencia. Víctor quería preguntarl­e a Nahila de quién había heredado un nombre tan bonito, de dónde era, cuánto tiempo llevaba como telefonist­a, pero, sobre todo, si había pensado en estudiar canto, porque su voz era preciosa, única.

El jueves de su primera cita Víctor iba a confesarle otra cosa que la halagaría: siempre que llamaba a Joel para anunciarle de su próximo viaje a la ciudad, se entusiasma­ba pensando en la posibilida­d de que ella le tomara la llamada. Ocurrió varias veces y en una él se atrevió a decirle: “Señorita: ya que hablamos tan seguido, me gustaría saber su nombre.” “Tenemos prohibido dar ese tipo de informació­n a nuestros huéspedes, señor.”

Él la desarmó diciéndole: “No soy huésped. Joel, mi primo, hace tiempo que vive en el Petreles. Después de su divorcio se volvió maniático y más solitario: no se comunica con nadie, no recibe visitas y detesta los restaurant­es. Prefiere las viejas fondas del centro, sobre todo una en la calle de López. Es maravillos­a. Hay servicio desde las ocho de la mañana hasta las nueve de la noche. Si un día acepta mi invitación la llevaré.”

Ella le respondió que no, muchas gracias, pero él lo puso todo al revés: “O sea que acepta. Dígame: ¿desayuno o comida y qué día le conviene?” “Desayuno, un jueves. Mi turno termina a las nueve de la mañana.” Víctor recuerda que consultó su agenda: “¿Qué le parece después de las fiestas patrias, el l9 de septiembre? Paso por usted a las nueve en punto, pero la llamo antes. No quiero darle pretextos para que me deje plantado con el clásico pretexto de “se me olvidó.”

IV

Aquel l9 de septiembre nada fue cómo Víctor había planeado. Todo lo que para él daba sentido a aquel jueves se deshizo y se volvió irrecupera­ble. Jamás conocerá a Nahila y sólo podrá oír su voz en el recuerdo. El hotel Petreles ya no existe: en cuestión de segundos, una precisa red de cables y explosivos convirtió su ruina en una nube asfixiante. Llovió ceniza. Víctor se inclinó para tomar un puñado y lo guardó es su bolsa sin entender por qué lo hacía.

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