El eco y las cenizas
MAR DE HISTORIAS
an pasado más de tres semanas del martes negro y para Víctor la situación sigue resultando muy incierta: las actividades en la fábrica quedan suspendidas hasta nuevo aviso, no sabe cuánto tiempo más podrá seguir en el albergue, ignora si demolerán el edificio donde vivía o podrán rescatarlo parcialmente. Sus dudas al respeto aumentan cada vez que acude a su antigua vivienda para solicitar informes.
El edificio está acordonado, pero desde el camellón pueden verse los montones de escombros en que se convirtieron sus doce departamentos. Ante la visión y el recuerdo de los vecinos atrapados, Víctor se pregunta cómo logró salvarse y llegar a la avenida. Allí encontró a decenas de personas que, muy juntas unas de otras, observaban el balanceo ya menos intenso de edificios y cables.
Una mujer desencajada y llorosa se acercó a Víctor y, como si lo conociera de toda la vida, le explicó la razón de su angustia: “Necesito comunicarme con mi hija. No sé dónde se me cayeron los lentes y sin ellos... Entre eso, que el teclado de mi celular es muy chiquito y que me tiemblan las manos, no puedo marcarle a mi niña. Ayúdeme.” Víctor le pidió el número al que debía llamar, pero ella no pudo recordarlo. “Seguro lo tiene en sus contactos”, dijo un tercero, y ella recobró la calma: “¡Claro que sí! Está en el apartado de la ene, porque mi hijita se llama Nahila.”
II
Víctor quedó atrapado en el nombre: Nahila. Sus tres sílabas fueron expandiéndose en el recuerdo, como las olas cuando se arroja una piedra a un estanque, hasta que le devolvieron el eco de la voz que pensó olvidado. Experimentó sentimientos confusos, se disponía a aclarárselos cuando escuchó los gritos de la mujer llorosa: “No se escucha nada. No hay comunicación. Mi hija está sola. Señor, ¿qué hago?” Sin saber qué contestarle, Víctor volvió a sentir la misma angustia que había experimentado el l9 de septiembre de l985.
III
Aquella mañana, como si no se diera cuenta del horror que lo envolvía por todas partes y de que el hotel al otro lado de la calle explotaba en pedazos, corrió hasta la caseta telefónica frente a la agencia de viajes y marcó el número del conmutador, seguro de que en cualquier momento oiría la voz de Nahila diciéndole cómo se encontraba o lo que fuera, pero no la escuchó.