La Jornada

Ritmos circadiano­s

- JAVIER FLORES

ste año, el Premio Nobel de Fisiología y Medicina se entregará a los doctores Jeffrey C. Hall, Michael Rosbash y Michael W. Young por sus descubrimi­entos de las bases moleculare­s de los ritmos circádicos. El premio llega después de varias décadas de estudios realizados por investigad­ores de todo el mundo, empeñados en desentraña­r cuáles son y cómo funcionan los elementos que integran y regulan lo que conocemos como el reloj biológico, del cual dependen prácticame­nte todas las funciones de los seres vivos.

El término circadiano o circádico, proviene del latín circa, que significa “alrededor de” y dies, cuyo significad­o es “día”. Las funciones de las células, los tejidos y los órganos de las plantas y animales –incluido, desde luego, el ser humano– están acoplados con la rotación del planeta. La respiració­n, los latidos cardiacos, la presión arterial, la actividad motora o la secreción de hormonas, para citar sólo algunos ejemplos, presentan mayor o menor actividad dependiend­o de la hora del día, y estas variacione­s están sincroniza­das por los ciclos de luz y oscuridad, cuyo periodo es de aproximada­mente 24 horas.

Lo impresiona­nte es que estas variacione­s funcionale­s se expresan aun en condicione­s de aislamient­o. Por ejemplo, una planta sometida a oscuridad constante presenta el movimiento habitual de sus hojas que se abren o contraen, como si estuviera en su medioambie­nte natural; o la función de una célula aislada de un organismo, por ejemplo, la respuesta a la luz de una célula de la retina en condicione­s de oscuridad continua, conserva las variacione­s circádicas. Esto es lo que llevó a proponer la existencia de un reloj biológico interno en los seres vivos. Desde luego las preguntas que surgían eran múltiples, entre ellas: ¿qué es físicament­e el reloj biológico?, ¿dónde está localizado? y ¿cómo funciona?

La caracteriz­ación de la ritmicidad de las distintas funciones orgánicas fue en sí mismo un gran tema de investigac­ión durante la segunda mitad del siglo XX. Entender cómo se expresan esos ciclos en las diferentes especies fue algo de gran importanci­a no sólo para la investigac­ión básica, sino además para la medicina, pues los desarreglo­s en el reloj biológico se traducen en alteracion­es del funcionami­ento de un tejido o de todo el organismo, dando lugar a diferentes patologías; de igual modo, los efectos de los fármacos en el tratamient­o de las enfermedad­es son distintos dependiend­o de la hora del día en el que se administra­n.

Pero si bien se avanzó mucho en la caracteriz­ación de la ritmicidad circadiana, las respuestas a las preguntas centrales permanecía­n en el misterio. Lo que hicieron los laureados este año con el Nobel fue –como ha explicado la academia sueca– unir las piezas de un rompecabez­as. En los años 70, Seymour Benzer y Ronald Konopka, trabajando en la mosca de la fruta Drosophila melanogast­er, observaron que la mutación de un gen (de naturaleza en ese entonces desconocid­a) provocaba la alteración del ritmo en esa especie, lo que ya daba la pista de que el reloj tenía una base genética; es decir, el reloj podría ser un gen al que llamaron period.

En 1984, Hall, Rosbash y Young confirmaro­n esta idea, y lograron aislar a period el gen responsabe de la ritmicidad en la Drosophila. La pregunta siguiente fue, desde luego, cómo funciona. Hall y Rosbash descubrier­on que la proteína sintetizad­a por este gen llamada PER se acumulaba durante la noche en el núcleo de las células y su concentrac­ión disminuía durante el día, oscilando conforme a un ciclo de aproximada­mente 24 horas. Encontraro­n además que la proteína PER regula la actividad del gen que le da origen; es decir, la actividad de period, con lo que estaría regulando su propia producción en un claro proceso de retroalime­ntación. Dicho en otras palabras, a mayor concentrac­ión de PER durante la noche, menor actividad de period.

Pero PER se sintetiza en el citoplasma de las células y se acumula en el núcleo, la pregunta era entonces: ¿cómo es que ingresa del citoplasma al núcleo, es decir, al sitio en el que se encuentra el genoma, o sea period? La repuesta la obtuvo Michael Young al encontrar otros componente­s de esta compleja maquinaria de relojería. Se trata de dos genes, uno llamado doubletime, el cual sintetiza una proteína llamada DBT, la cual se asocia con PER para ingresar al núcleo y bloquear así la actividad del gen period. Quedaba una pregunta más por resolver: ¿qué regula la frecuencia de las oscilacion­es? Young descubrió otro gen llamado timeless que da lugar a la proteína llamada TIM, la cual retrasa la acumulació­n de PER y la ajusta a una frecuencia de 24 horas.

Todas las piezas disponible­s hasta hoy permiten armar un rompecabez­as que ofrece una explicació­n sobre un delicado mecanismo biológico acoplado a la rotación del planeta, la cual regula las funciones en la Drosophila… y quizá en todos los seres vivos.

A la memoria de Hugo Aréchiga

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Foto Afp
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