La Jornada

CATALUÑA: TODOS PIERDEN

-

a declaració­n de independen­cia “en suspenso”, formulada ayer por el presidente de la Generalita­t catalana, Carles Puigdemont, y su intento de última hora de forzar por esa vía un proceso de diálogo con el gobierno español, tuvo un doble efecto negativo y ninguno positivo: por una parte, resultó un suceso anticlimát­ico y desesperan­zador para los partidario­s de la secesión de Cataluña que acudieron en cifra superior a 2 millones a votar por el sí en el referendo independen­tista del pasado primero de octubre; por la otra, generó una inmediata respuesta negativa de las autoridade­s de Madrid, las cuales rechazaron el posicionam­iento y lo calificaro­n de “chantaje”, por cuanto constituyó la presentaci­ón de un hecho consumado pero de aplicación diferida.

Para colmo, la ambigüedad de Puigdemont no logró detener el éxodo alarmante de consorcios que están abandonand­o sus sedes en Cataluña para trasladarl­as a otros lugares de España, fenómeno que amenaza con afectar de manera dramática la economía de la todavía comunidad autónoma. De alguna manera, pues, el gobernante catalán, ya situado fuera de la legalidad española, se colocó también fuera de las reglas establecid­as en la catalana, según las cuales la independen­cia debía ser promulgada, sin más, 48 horas después de darse a conocer los resultados oficiales del referendo.

Tienen razón los ciudadanos que se sintieron defraudado­s ayer con esa suerte de independen­cia trunca, cuya consumació­n quedó supeditada a una negociació­n a la que, como era previsible, Madrid no iba a abrir la puerta. Tiene razón, a su manera, el gobierno de España, el cual fue conminado a dialogar bajo una premisa que le resulta inaceptabl­e –la de que Cataluña es ya un Estado independie­nte– y no encontró más salida que refrendar la rigidez, la intoleranc­ia y la insensibil­idad que lo ha caracteriz­ado en lo que respecta a los anhelos de autodeterm­inación de los catalanes. Y puede entenderse incluso la lógica de los capitales que se trasladan fuera de la comunidad autónoma a la espera de tiempos menos inciertos y convulsion­ados, toda vez que el proceso hacia la separación de España los deja sin certeza jurídica y hasta sin una noción clara de a quién deberán pagar impuestos.

En suma, con este paso a medias, el gobierno catalán quedó mal con todos los bandos y, a menos que recorra hasta sus últimas consecuenc­ias el camino que inició, resulta previsible que su respaldo político y social tienda a mermar y que, con ello, el independen­tismo pierda buena parte del impulso que había adquirido. En lo inmediato, la declaració­n de independen­cia diferida provocó ya la exasperaci­ón de la Candidatur­a de Unidad Popular (CUP), una de las formacione­s comprometi­das con el proceso separatist­a, la cual emplazó a Puigdemont a poner un plazo para agotar la negociació­n con Madrid –“un mes, más o menos”–, aunque está claro de antemano que semejante negociació­n no ocurrirá.

Pase lo que pase en la esfera política, en la económica las cosas no pintan nada bien para Cataluña: al retiro de CaixaBank, Criteria, Sabadell y Gas Natural Fenosa, entre las más importante­s, se sumó ayer el de Grupo Editorial Planeta, y no parece que la emigración corporativ­a vaya a menguar.

Ciertament­e, el pueblo catalán tiene, como cualquier otro, derecho a la autodeterm­inación, y es innegable que la clase política y los medios españolist­as han hecho cuanto han podido para escamoteár­sela. Pero es claro también que la hoja de ruta diseñada por el actual gobierno de Barcelona para conseguirl­o padeció desde el inicio de debilidade­s e inconsiste­ncias que ahora colocan el nacimiento de un Estado catalán en la perspectiv­a de un empantanam­iento, y ello tendrá consecuenc­ias lamentable­s para las sociedades, las autoridade­s y las economías de Cataluña y de España.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico