La Jornada

Las vacas pastan en la ruta del gran canal

- SERGIO RAMÍREZ

l filósofo contemporá­neo BernardHen­ri Lévy señala entre las caracterís­ticas principale­s de los regímenes populistas “la promesa de los milagros”. Son promesas que nunca se cumplen y se quedan lejos de la realidad. El Gran Canal de Nicaragua es un ejemplo cabal de “promesa de milagro”. Pero también lo es de ese sorprenden­te concepto de “hecho alternativ­o”, ideado muy a principios de la administra­ción Trump por la asesora de la Casa Blanca, Kellyanne Conway. El hecho alternativ­o no es más que una mentira disfrazada de verdad, o que sustituye a la verdad.

Desde el siglo XIX el Gran Canal ha sido parte del imaginario nicaragüen­se, como la gran panacea de la riqueza y la prosperida­d, y revivirlo es alentar las esperanzas de la gente que divisa una puerta mágica para salir de la miseria y el atraso. Fabricar un espejismo es hacerse de un arma política.

Es lo que hoy se llama “posverdad” o “mentira emotiva”, otro sorprenden­te concepto según el cual, para dirigir a la opinión pública hacia el sentido que el poder desea, o necesita, hay que apelar a las emociones y a las creencias personales que vienen a ejercer mayor influencia en las mentes que los propios hechos objetivos.

Hace pocas semanas el gobierno emitió el Libro Blanco sobre el proyecto del Gran Canal Interoceán­ico de Nicaragua un catálogo completo de posverdade­s. En ese documento oficial se pone sello al hecho alternativ­o de que las obras de construcci­ón se dieron por inaugurada­s el 22 de diciembre de 2014. Un “libro blanco” para un inexistent­e “elefante blanco” de 286 kilómetros de largo, y un costo de 50 mil millones de dólares, capaz de generar ingresos anuales por 5 mil 500 millones de dólares.

La ceremonia de arranque se celebró en el escenario virtual de una finca ganadera cerca de la desembocad­ura del río Brito, sitio escogido como salida del canal al océano Pacífico, y vecino al lugar destinado a uno de los juegos de exclusas que, según el guión, darán paso a los buques de 400 mil toneladas de peso, capaces de cargar 18 mil contenedor­es cada uno.

A comienzos del año 2020 los primeros barcos deberán estar pasando por allí, pues el canal, flagrante “hecho alternativ­o” estará construido en un plazo milagroso de apenas seis años, con legiones de chinos a cargo de los aspectos técnicos de la obra, y 50 mil obreros nicaragüen­ses ganando salarios nunca vistos. Hasta hoy, todos fantasmas.

El ministro de la presidenci­a para Políticas Públicas anunció que el Producto Interno Bruto crecería, sólo en los primeros años de la construcci­ón, entre 10 y 14 por ciento anual. Pero el tiempo pasa, y esos primeros años febriles se disuelven en la bruma de una mentira colosal.

El Consejo Nacional de Universida­des anunció cambios drásticos en los planes de estudio, que deberían incluir el chino mandarín, y nuevas carreras técnicas relacionad­as con el Gran Canal, hidrología, ingeniería náutica. La agricultur­a debía orientarse a producir los alimentos preferidos por los chinos. Desde luego que “hecho alternativ­o” no es sino una manera de sustituir la vieja palabra “mentira”, debemos reconocer al menos que estamos frente a un formidable aparato de imaginació­n.

En la ceremonia inaugural de las obras estuvo presente Wang Ying, el empresario de Pekín, dueño único de la concesión del canal otorgada por el decreto presidenci­al 840 del 14 de junio de 2013, y ratificada 72 horas después por la Asamblea Nacional. Despojado del saco, se calzó el casco amarillo de protección para arrancar simbólicam­ente la primera de las retroexcav­adoras que lucían en fila, listas para empezar a abrir la gran zanja que partiría en dos a Nicaragua. Él es el personaje principal de la novela.

En ese mismo plazo de seis años, que ya pronto se vence, se hallarían funcionand­o también un oleoducto, un ferrocarri­l interoceán­ico de alta velocidad, una autopista de costa a costa, un mega aeropuerto para un millón de pasajeros, un puerto marítimo automatiza­do en cada extremo del canal, nuevas ciudades, complejos de turismo y zonas de libre comercio.

El “Acuerdo Marco de Concesión e Implementa­ción del Canal de Nicaragua”, mejor conocido como tratado Ortega-Wang Ying, tiene una duración de 100 años. No establece ninguna obligación para el concesiona­rio, más que un magro pago anual de peaje. Nicaragua renuncia a toda autoridad judicial, administra­tiva, laboral y de seguridad, migratoria, fiscal y monetaria en los territorio­s concedidos al canal, en favor de HKND, la compañía inscrita en Gran Caimán, propiedad exclusiva de Wang Ying.

El concesiona­rio también puede confiscar las tierras privadas que necesite, y tomará las públicas sin costo alguno. Y las reservas del Banco Central quedan en garantía de cualquier incumplimi­ento del estado. Aquí la posverdad adquiere un sesgo peligroso: la mentira puede llegar a tener alcances reales.

Los campesinos pueden ser despojados de sus tierras, de las que son legítimos dueños, y el país puede quedarse sin reservas monetarias, mientras el tratado siga vigente. Y Wang Ying puede emprender cualquier tipo de obras en el territorio de la concesión. Puede venderla, entera o por partes.

Wang Ying, hecho alternativ­o él mismo, ideó la fantasía de sacar a bolsa las acciones de HKND para reunir los 50 mil millones de dólares del costo del canal. Pero en 2015 las acciones de Xinwei, su empresa de telecomuni­caciones, sufrieron una caída de 57 por ciento, y su fortuna personal se derrumbó. Una sólida verdad de las de antes.

Lo que aquellas máquinas de Wang Ying hicieron en la finca de Miramar fue remozar un viejo camino rural de seis kilómetros de largo hasta la costa. Los equipos eran propiedad del Ministerio de Transporte­s y Obras Públicas, lo mismo que el casco amarillo que se puso Wang Ying. Posverdad pura.

Sobre el camino, otra vez abandonado, ha crecido el monte y en la época de lluvias es imposible de transitar debido a los lodazales. Unas cuantas vacas pastan allí donde hoy deberían estarse construyen­do a ritmo febril las esclusas.Q

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