La Jornada

CATALUÑA: GASOLINA AL FUEGO

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l encarcelam­iento por cargos de sedición contra Jordi Sánchez y Jordi Cuixart, presidente­s de las organizaci­ones independen­tistas Asamblea Nacional Catalana (ANC) y Òmnium Cultural, respectiva­mente, no es sólo una aberración jurídica sino también una imprudenci­a política mayúscula en el contexto de la tensión entre Madrid y Barcelona por los pasos hacia la independen­cia emprendido­s por la Generalita­t, (el gobierno autónomo de Cataluña), y el Parlament (legislativ­o local). Como era de esperarse, las imputacion­es penales contra esos líderes secesionis­tas y contra funcionari­os como el jefe de los Mossos d’Esquadra (policía regional), Josep Lluís Trapero –quien se encuentra en libertad condiciona­l– han generado rápida y masiva reacción social en Cataluña. Ayer, unas 200 mil personas salieron a las calles de Barcelona para exigir la liberación de quienes pueden considerar­se, desde cualquier punto de vista, prisionero­s políticos del gobierno español.

En efecto, las imputacion­es por sedición formuladas por la fiscalía y aceptadas por una juez de la Audiencia Nacional de España, pretenden responsabi­lizar a Sánchez y Cuixart por la retención, entre el 20 y el 21 de septiembre pasados, de funcionari­os enviados por Madrid a Barcelona con el propósito de detener personas y catear oficinas en las que se sospechaba que se estaba organizand­o el referendo independen­tista del primero de octubre siguiente. Asimismo, se les acusa por los daños que tuvieron algunas patrullas policiales y de obstruir la acción de las autoridade­s. Sin embargo, en esas fechas los hoy encarcelad­os se limitaron a convocar manifestac­iones pacíficas en protesta por lo que era ya una política represiva y persecutor­ia del gobierno de Mariano Rajoy contra el independen­tismo catalán.

La torpeza y el autoritari­smo del régimen madrileño han desembocad­o plenamente en el empeño de resolver un conflicto social y político de larga historia por la vía judicial y policial y han cerrado las vías consustanc­iales a la democracia, que son el diálogo, la negociació­n y las elecciones. Con ello, Rajoy no sólo ha exacerbado y fortalecid­o los ánimos de los sectores secesionis­tas de Cataluña, ya claramente mayoritari­os desde antes que el referendo del primero de octubre lo confirmara, sino que ha llevado al Estado español a criminaliz­ar y perseguir las disidencia­s políticas, con lo que lo coloca en una situación impresenta­ble en el contexto de la Unión Europea.

Para colmo, el régimen madrileño se apresta a aplicar el artículo 155 de la Constituci­ón, que establece la toma temporal del control de la comunidad autónoma de Cataluña y, previsible­mente, la sustitució­n de sus autoridade­s legítimas y su remplazo por funcionari­os impuestos desde La Moncloa; ello conduciría, inevitable­mente, a un recrudecim­iento de la crisis y a un alejamient­o de posibles soluciones negociadas y pacíficas.

En suma, si el presidente de la Generalita­t, Carles Puigdemont, llevó el proceso independen­tista por una ruta aventurada e inconvenie­nte, la imprudenci­a y la ceguera autoritari­a de Rajoy pueden causar ahora un desastre institucio­nal de graves proporcion­es para toda España. Porque una cosa es segura: los métodos policiales, judiciales y represivos no van a disuadir de su postura a los millones de catalanes que anhelan la independen­cia de su país.

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