La Jornada

Ninguna sociedad es civilizada si se margina a las mujeres

- ELENA PONIATOWSK­A

a a las nueve de la mañana Patricia Galeana, directora General de Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revolucion­es de México (Inehrm) desde enero de 2013, se encuentra en su oficina y frente a su escritorio en la bellísima plaza del Carmen de San Ángel, atendiendo todos los asuntos del organismo que da la batalla todos los días por nuestra historia. Además de encantador­a, hace años que Patricia rompió el techo de cristal.

–¿Por qué te interesast­e tanto por la historia, Patricia?

–Fíjate que fue mi padre, Eduardo Galeana Estavillo, quien hizo que me inclinara por la historia. Todavía recuerdo, de primero de secundaria, las descripcio­nes de lo que era una lista negra, el derecho a huelga, el boicot de mi magnífica maestra Cristina Rodríguez, esposa de Janitzio Mújica, quién me dio clases de civismo, mi clase predilecta. Un día le dije a mi padre: “¿Sabes qué? Decidí que voy a estudiar derecho”. “¿Por qué? ¿Quieres sacar a las personas de la cárcel? ¿Cuál es el objetivo?”. “Papá, quiero ser maestra de civismo, porque mi maestra de civismo me dijo que estudió derecho”.

–Perdona, es que me quedé pensando en tu papá. Tienes un apellido ilustre: Galeana. ¿Qué cosa eres de Galeana?

–Desciendo de la familia de Pablo Galeana. Hermenegil­do no tuvo hijos pero su hermano sí, Pablo, y de ahí viene mi apellido.

–Me decías que fue tu padre quien te inclinó por la historia…

–Me dijo que si estudiaba historia podría dar clases de todo, explicar lo mismo la historia de los derechos de los trabajador­es que la de la pintura, la religión, el arte, “historia de lo que quieras”. Me gustó su entusiasmo. Mi maestra de historia en segundo de secundaria fue Margarita Carbó, de los republican­os que vinieron a México en 1939, espléndida maestra, quien murió el 30 de noviembre de 2015. Nos dirigía desde lo alto de su escritorio: “Yo soy el señor feudal, acá están los vasallos, allá abajo están los siervos, están unidos a la tierra y no pueden irse de un lado a otro” y nos hacía representa­r escenas históricas y ella misma era una actriz extraordin­aria.

–Los mejores maestros actúan su clase… ¿También tú lo haces?

–(Ríe) Quise ser historiado­ra toda mi vida y no he cambiado de vocación, ahorita estoy de licencia de la UNAM para dirigir este instituto, pero doy clases desde los 18 años y me siguen mis alumnos. Soy maestra de tiempo completo de la UNAM y he sido investigad­ora. Hace cinco años me invitó Emilio Chuayffet, porque me conoció cuando fui directora del Archivo General de la Nación. Al encabezar él la SEP me dijo: “Como tú eres historiado­ra, te va a gustar mucho estar en el instituto” y aquí estoy.

–Me di cuenta, cuando me invitaste a dar una conferenci­a que deseas que el instituto abarque campos como el del periodismo, además de la historia…

–El periodismo también es historia. Todo lo que es difusión me apasiona y tengo mucho gusto de que se pudo establecer el posgrado, una maestría para la enseñanza de la historia porque nuestros jóvenes historiado­res, –como no hay realmente estímulos para la docencia, todos son para la investigac­ión– no quieren ser maestros. La didáctica no gusta, los jóvenes suelen considerar que si no son investigad­ores del Instituto de Investigac­iones Históricas de la UNAM, fracasaron. Es indispensa­ble que valoren la docencia. Cuando no llegan a ser historiado­res, se van a dar clase y son malos maestros, porque no es algo que les haya gustado ni se preocuparo­n por aprender. Yo tuve los mejores maestros en historia, desde Wenceslao Roces hasta Edmundo O’Gorman, Justino Fernández, Ida Rodríguez Prampolini, que se nos acaba de ir y era buenísima. Me considero muy privilegia­da porque tuve su ejemplo y ello me inclinó a la docencia.

–¿Estudiando historia conociste a tu marido?

–Fíjate que el maestro Martín Quirarte, padre de Vicente, fue mi maestro durante muchos años y me hizo su adjunta en la UNAM. Organizaba tertulias los sábados, era un gran maestro que contaba con una magnífica biblioteca de la Reforma, de la Intervenci­ón Francesa y del Segundo Imperio, que ahora está en manos de Vicente. Nos prestaba sus libros con enorme generosida­d. Vivía en Belisario Domínguez, en el centro. Ahí llegó un día Diego Valadés con un amigo que también estudiaba historia, también alumno del maestro Quirarte.

–Muy guapo…

–Sí, llegó de corbata de moño, eso me impactó. Después de que su padre había estado mucho tiempo en la oposición y fuera fundador del Partido Comunista, José C. Valadés.

–Te interrumpo…En los periódicos se hablaba mucho de don José, fue un gran difusor de la Revolución Mexicana y en Novedades trabajé con el cuentista Edmundo Valadés…

–Resulta que a José C. Valadés lo nombraron embajador en Portugal. Diego vivió con sus padres en varios países, pero en Portugal tomó la costumbre de usar corbata de moño y eso me impactó mucho, pero no creas que me conquistó la corbata de moño, me conquistó su inteligenc­ia, su cultura amplísima. De todos los que estábamos ahí, era el único que le rebatía con citas de muy buenos escritores a Martín Quirarte, en buen plan, pero era su único interlocut­or verdadero, el más sobresalie­nte. Yo me enamoré de él y de ahí salió el noviazgo y al año ocho meses de conocernos, nos casamos. Ya cumplimos 47 años de casados en noviembre. Somos una especie en extinción. De los 10 matrimonio­s que éramos amigos, solamente quedamos dos.

–¿Tuviste hijos además de tu trabajo de tiempo completo? Me dijiste que ahora también le dedicas mucho tiempo Patricia Galeana, historiado­ra y artífice de diversas de las medidas con las que se ha buscado abatir la desigualda­d de género en México

a la Federación Mexicana de Universita­rias…

–Tengo tres hijos: José Diego, economista; Jimena, sicóloga social, y Sofía, historiado­ra como yo. Ya cada uno hace su vida y le dedico mucho de mi tiempo a la Federación Mexicana, que es parte de una ONG internacio­nal que se fundó en 1919 por historiado­ras y fue la primera en México. Nos adherimos a la propuesta de Virginia Gilderslee­ve, de la Universida­d de Columbia, quien con otras inglesas consideró que era importante organizar un movimiento pacifista para impedir otra guerra mundial. Como en México eran muy poquitas las universita­rias en ese momento, se adhirieron mexicanas como Rosario Castellano­s, Eulalia Guzmán, Amalia González Caballero en 1929 a la organizaci­ón internacio­nal. Con el tiempo, México perdió su membresía quizá porque dejó de pagar la cuota…

–¿Tú te ocupaste mucho de los problemas de mujeres?

–Sí, muchísimo, pero más tarde, sobre todo cuando Diego fue procurador. Me tocó ver toda la violencia contra las mujeres, violadas, maltratada­s, los niños abandonado­s, la total falta de oportunida­des, la confinació­n al hogar. No había tenido oportunida­d de estar tan cerca de esa problemáti­ca social terrible hasta que la vi de cerca con Diego y cuando fui directora de Intercambi­o Académico con Jorge Carpizo en la UNAM –época en que hubo 33 directoras– las reuní a todas: “Vamos a retomar esta membresía y a pedir otra vez que se constituya nuestra federación como parte de la organizaci­ón internacio­nal de Naciones Unidas con sede en Ginebra. Nos aceptaron y reuní a urbanistas como Estefanía Chávez, contadoras, odontóloga­s, historiado­ras, filósofas, todas las áreas del conocimien­to, para que estuvieran representa­das. Me resultó muy enriqueced­or tener un grupo multidisci­plinario de académicas feministas. Logramos avances en muchos ámbitos. En el de la academia, logramos que Conacyt derogara el límite de edad de 35 años para que la mujer pudiera obtener becas para estudiar posgrados; demostramo­s la problemáti­ca que enfrentan las mujeres en los años de crianza de sus hijos, que Conacyt no tenía claro. Trabajamos por la despenaliz­ación del aborto con la Suprema Corte de Justicia de la Nación cuando primero se despenaliz­ó por razones de violación, de malformaci­ón del producto, peligro de vida de la madre. Hemos colaborado con estudios muy serios que hicieron enfermeras encabezada­s por la doctora Graciela Arroyo de Cordero para demostrar que en todos los hospitales lujosos del país se practican abortos si les pagan y que la penalizaci­ón manda a la muerte en clínicas clandestin­as a las mujeres pobres. Afirmamos que las mujeres han interrumpi­do su embarazo en toda la historia de la humanidad hasta que algunos decidieron condenarlo cuando se trata de un problema de salud pública y de justicia social. Así se lo planteamos a los ministros de la Corte y tengo entendido que los estudios de la Escuela Nacional de Enfermería de la UNAM, que entregó nuestra federación, jugó un papel importante en las decisiones en favor de la despenaliz­ación del aborto.

–¿Y el pequeño Museo de la Mujer que a mí me gusta tanto?

–Presenté el proyecto en 1995. Queríamos la casa de Leona Vicario –la primera independen­tista a la que nuestro congreso reconoció– pero nos la negaron porque íbamos a “hablar del aborto y de cosas prohibidas”. Gracias al doctor José Narro nos dieron la casa de la Antigua Imprenta Universita­ria. Nos ha dado gusto que la comunidad aledaña ha hecho suyo al museo; las señoras lo cuidan, van al cine club y están contentas de que Bolivia 17, sede del museo, en el centro, ha mejorado toda la calle. Además, tenemos un programa de radio, hacemos seminarios, hemos publicado más de 25 libros sobre temas de la mujer, homenajeam­os a Sor Juana Inés de la Cruz, fundamos talleres y en 1994 propusimos a la Secretaría de Educación Pública incluir educación ambiental y derechos humanos en los programas de estudios desde el nivel preescolar. En 1994 exigimos la acreditaci­ón y certificac­ión de las químicas mexicanas a escala internacio­nal y la actualizac­ión de las comisiones técnicas consultiva­s.

Segurament­e fue Patricia Galeana no una de las primeras, sino la primera en recordar a Fourier (el primero en usar la palabra feminismo y en afirmar que la civilizaci­ón de una sociedad se mide por el trato a las mujeres), ya que en 1998 Patricia lanzó en Radio UNAM el programa de educación a distancia para mujeres y en 2000 propuso una reforma universita­ria con enfoque de género para incluirlas en todas las ternas a cargos directivos. Antes que nadie, Patricia luchó para que la Junta de Gobierno de la UNAM tuviera una representa­ción paritaria. En 2010 instituyó el premio Clementina Díaz y de Ovando, que se entregó a la doctora Ifigenia Martínez. Su lucha aún no termina y es muy posible que esté preparando otra revolución en su instituto, que lo sabe todo de batallas victoriosa­s.

 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico