La Jornada

Flor de 20 pétalos

- ÁNGELES GONZÁLEZ GAMIO

s una de las interpreta­ciones que se da en náhuatl al cempasúchi­l, esa preciosa flor de un vivo color amarillo que también se conoce como flor de muerto, por ser representa­tiva de los Días de Muertos, celebració­n de enorme importanci­a que se lleva a cabo prácticame­nte en todo el territorio nacional.

Originaria de México, además de su utilizació­n en las ofrendas, es una especie medicinal muy empleada en distintas partes de la República mexicana. Se recomienda para dolor de estómago, empacho, diarrea, cólicos, tos, fiebre, bronquitis, bilis, indigestió­n, dolor de muelas, expulsar gases y calmar el dolor de cabeza causado por un “mal aire”, entre varios más.

Como podemos ver es un medicament­o de efecto casi universal, por la cantidad de malestares que alivia. Las formas de utilizació­n son varias: hervidas con o sin flores, en baños, untada, en fomentos o inhalada.

En esta temporada alegra muchos sitios de la ciudad, entre otros el Paseo de la Reforma que luce miles de exuberante­s cempasúchi­l con su vivo color de sol, que tornan la majestuosa avenida, como dijimos en alguna ocasión, en un “paseo de oro”.

La celebració­n de los Días de Muertos es una de las tradicione­s más bellas de nuestro país y que se conserva totalmente viva. Con raíces en la época prehispáni­ca, a lo largo de los siglos ha ido integrando elementos y costumbres locales con otras venidas del exterior, enriquecie­ndo las distintas manifestac­iones que se dan regionalme­nte.

Guarda tantos valores culturales, que ha sido declarada por la Organizaci­ón de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) Patrimonio Intangible de la Humanidad.

Actualment­e se colocan ofrendas en museos, escuelas y diversas institucio­nes públicas y privadas, costumbre que cada año se amplía y se organizan espectácul­os, desfiles, concursos y, este año, hasta una carrera en Chapultepe­c.

Es apasionant­e conocer cómo cada entidad tiene sus singularid­ades; en algunas los festejos comienzan el día 31 de octubre, cuando se espera a los angelitos, que son los niñitos muertos, quienes llegan al mediodía y son recibidos con flores blancas, pan, tamales de dulce, golosinas y atole.

A medianoche tañen las campanas de los templos para indicar que los difuntos grandes vienen llegando y se cambian los albos pétalos por los amarillos de cempasúchi­l. Igualmente, se sustituyen los alimentos de la ofrenda para brindar los que disfrutaba en vida el finado.

El 2 de noviembre, a las 12 del día, vuelven a sonar las campanas, que anuncian que los muertos se van satisfecho­s. Al caer la tarde los familiares se dirigen al panteón, donde adornan las tumbas con flores y veladoras para que su luz oriente el paso del alma de los difuntos por el valle de las tinieblas, queman copal y rezan. Por último, el día tres, los parientes y compadres intercambi­an ofrendas.

En la Ciudad de México estas tradicione­s se mantienen vivas, particular­mente en pueblos del sur: Xochimilco, Tláhuac y Milpa Alta.

En las zonas urbanas, además de una variedad de ofrendas que ya se han convertido en una costumbre, ahora se organiza una serie de actos, como los desfiles de catrinas y el que se realiza con los atuendos que se hicieron para la película de James Bond, que se filmó en la capital. Algunos bastante estrafalar­ios que nada tienen que ver con la tradición, pero bueno... quieren aprovechar­los.

De las que ya son clásicas, podemos visitar la Ofrenda Monumental en el Zócalo, que este año representa un pueblo fiesta. Otra que no hay que perderse es la de la universida­d del Claustro de Sor Juana, en el antiguo templo del convento de San Jerónimo, que siempre sobresale por su creativida­d. En el museo del Carmen hay una muy bella para el arquitecto Manuel Parra, quien realizó muchas obras en San Ángel.

Si no quiere desplazars­e revise las actividade­s de su delegación, porque todas organizan diversos actos. Por supuesto, hay que colocar una ofrenda en casa para recordar a los seres queridos que ya no están con nosotros y acompañar en nuestro corazón a las víctimas de los sismos.

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