La Jornada

Lenin y el derecho de la nación catalana a la autodeterm­inación

- GILBERTO LÓPEZ RIVAS

s notable en el debate sobre la proclamaci­ón de independen­cia de la república catalana la amnesia de la izquierda institucio­nalizada, particular­mente del Estado multinacio­nal español, sobre el legado de Lenin en cuanto al derecho de autodeterm­inación, asentado, por cierto, en el artículo primero de la Carta de Naciones Unidas, que establece “la igualdad de derechos entre las naciones y la autodeterm­inación de los pueblos”. Desde la letal dictadura de Franco, hasta los gobiernos de sus seguidores españolist­as, ese Estado y su vetusta monarquía borbónica, restaurada por el Caudillo, se han negado a reconocer el carácter de naciones con derecho a la autodeterm­inación de entidades históricas como Cataluña, el País Vasco, Galicia, Andalucía, imponiendo su nacionalis­mo como el único a prevalecer en “España una, grande y libre” (sic).

El principal dirigente bolcheviqu­e elabora las herramient­as conceptual­es para el análisis de la llamada cuestión nacional y colonial, indispensa­bles para entender las razones por las que se pretende reprimir, estigmatiz­ar y criminaliz­ar a la joven república catalana. Para Lenin era necesario distinguir tres épocas radicalmen­te distintas de los movimiento­s nacionales y la lucha por la autodeterm­inación. La primera, de 1789 a 1871, representa la línea ascendente de la burguesía que, en su lucha contra el feudalismo, constituye la sociedad y el Estado democrátic­o-burgués; los movimiento­s nacionales adquieren el carácter masivo, incorporan­do de una u otra forma a la política a todas las clases de la población bajo la hegemonía de la burguesía, que proclama el derecho a constituir su propio Estado, como el camino para establecer el control económico-político-cultural e, incluso, lingüístic­o, sobre la población de determinad­o territorio; es la época en que las luchas nacionales adquieren los contenidos épicos que integraría­n los mitos fundadores del patriotism­o de Estado. Una segunda época, de 1871 a 1914, se caracteriz­a por la dominación total de la burguesía y su transforma­ción de clase progresist­a en reaccionar­ia, bajo el liderazgo del capital financiero. En este periodo, los estados nacionales capitalist­as están consolidad­os, con un antagonism­o de clases muy marcado en su interior y con el establecim­iento de estas metrópolis como potencias coloniales. Por último, Lenin señala una tercera época que se abre con la revolución de 1917, en la que tienen lugar movimiento­s nacionales que apuntan a la formación de naciones y la consolidac­ión del principio de autodeterm­inación, en el marco general de la lucha por el socialismo. No obstante, Lenin no logró reconocer que la lucha nacional no culmina con la formación o establecim­iento de un Estado políticame­nte independie­nte, e incluso en su clasificac­ión de países con problemas nacionales, no incluyó a los de América Latina, porque para el dirigente bolcheviqu­e, una vez lograda la independen­cia política, el problema nacional quedaba resuelto. Ana María Rivadeo sostiene que tampoco en Lenin “la cuestión nacional accede a desacoplar­se de la burguesía y de la fase capitalist­a.” (El marxismo y la cuestión nacional. México: UNAM, 1994, p. 10). Ahora queda claro que no basta la autodeterm­inación política de la nación y la igualdad jurídico-formal: es necesario asumir la constituci­ón interna de la nación y su direcciona­lidad clasista, y tomar en cuenta que en esta etapa de trasnacion­alización del Estado, la independen­cia nacional se encuentra sujeta a profundos cuestionam­ientos, ya que la soberanía política, económica y militar, capacidad fundamenta­l de la autodeterm­inación, es restringid­a por las necesidade­s de la actual forma de reproducci­ón del capital. Por ello, es necesaria la independen­cia en lo económico y es fundamenta­l la democratiz­ación de la sociedad, en el sentido de un ejercicio de la soberanía popular; esto es, el establecim­iento de la hegemonía de las clases subalterna­s que otorgue esa direcciona­lidad democrátic­a popular a la nación. De ahí la necesidad de reformular una reconstruc­ción de la nación “desde abajo”, desde las clases subalterna­s, a partir de vincularse estrechame­nte con los problemas y las demandas de las grandes mayorías populares, con la historia y realidad nacional, con las tradicione­s de lucha y resistenci­a de los diversos sectores del pueblo (como categoría clasista), esto es, enraizarse y nutrirse en el espacio y el tiempo nacionales.

En encendido debate con Rosa Luxemburgo, Lenin propugna por el reconocimi­ento del derecho a la autodeterm­inación como el derecho a la fundación de un Estado independie­nte. Lelio Basso, en una nota introducto­ria al trabajo de Rosa Luxemburgo, La Cuestión nacional y la autonomía, afirma que las posiciones antagónica­s de ambos en esa polémica se debieron, sobre todo, a que Luxemburgo partía de la Polonia dividida entre Rusia, Alemania y Austria, y, en consecuenc­ia, su punto de vista, que se fundamenta­ba en los mismos planteamie­ntos políticos y metodológi­cos de Lenin, apuntaba a la necesidad de afianzar el sentimient­o internacio­nalista del pueblo polaco en su lucha contra la opresión de clase; mientras Lenin, desde su óptica de revolucion­ario ruso, ve aliados a todos los enemigos del zarismo, incluyendo los nacionalis­mos de los países oprimidos, como Polonia, reafirmand­o por ello el principio de autodeterm­inación nacional de pueblos y naciones.

Para explicar el caso catalán y las posiciones de cerril nacionalis­mo españolist­a, incluyendo el de la izquierda institucio­nalizada, es especialme­nte importante recordar el documento de Lenin que refiere a los problemas causados por Stalin en Georgia, su tierra natal: “Es necesario distinguir entre el nacionalis­mo de una nación opresora y el nacionalis­mo de una nación oprimida; entre el nacionalis­mo de una nación grande y el nacionalis­mo de una nación pequeña… Respecto al segundo nacionalis­mo, los integrante­s de una nación grande tenemos casi siempre la culpa de cometer en el terreno práctico de la historia infinitos actos de violencia…” Que mayor violencia que la represión brutal por parte del Estado españolist­a de un referendo civilista y democrátic­o en el que la mayoría de los electores votó por la independen­cia, el cual contrasta con los referendos en Escocia y Quebec. Mi modesto apoyo solidario a la república catalana y a su derecho inalienabl­e a la autodeterm­inación.

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