La Jornada

CONFLICTOS TRAS LOS SISMOS, NORMALIZAC­IÓN, LEJANA

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nte la negativa ayer de la Dirección General de Servicios Educativos (DGSE) de la Secretaría de Educación Pública (SEP) a elaborar un dictamen sobre varias escuelas primarias y secundaria­s ubicadas en la delegación Iztapalapa, cuyos planteles tuvieron afectacion­es de magnitud diversa durante el sismo del 19 de septiembre anterior, alumnos, maestros y padres de familia ocuparon la avenida Ermita, en sus cruces con los ejes 5 y 6 Sur, en demanda de medidas que permitan garantizar la seguridad de los educandos. Los estudiante­s de la primaria José María Lafragua optaron por tomar clases en plena calle, y a ellos se sumaron los de la secundaria Ramón Beteta y de otras escuelas de la zona.

Desde hace un mes el inmueble de la escuela José María Lafragua fue colocada en color ámbar (seguridad incierta) por un director responsabl­e de obra que consideró urgente una evaluación para “la restructur­ación y renivelaci­ón del edificio”, el cual ostenta hundimient­o, una inclinació­n de varios grados y “daños en elementos estructura­les, como columnas, vigas y muros”; no obstante, el plantel no ha sido reparado ni ha habido un segundo dictamen que certifique su seguridad. La autoridad educativa únicamente ha montado 10 aulas provisiona­les en el patio de la escuela –situados entre edificios dañados– que resultan insuficien­tes para albergar a los estudiante­s, pues el plantel tiene 18 salones.

A 50 días del terremoto de septiembre 19, y a dos meses de los sismos que devastaron diversas zonas de Chiapas y Oaxaca, el desdén por la seguridad de los estudiante­s de esa y otras escuelas de la demarcació­n, así como la prisa por decretar la normalizac­ión de la vida cotidiana, a pesar de que no hay condicione­s, son ilustrativ­os de la ineficacia de las autoridade­s para hacer frente a una crisis social que perdura en la ciudad capital, Morelos, Puebla y el estado de México.

De manera adicional, esa ineficienc­ia siembra conflictos, como el que se suscitó ayer entre los propietari­os y habitantes del edificio de Saratoga 714, delegación Benito Juárez –colapsado el 19 de septiembre– y vecinos de las inmediacio­nes que pedían la demolición del inmueble. Los dueños e inquilinos se opusieron a ésta, porque aún no se ha realizado un dictamen técnico que permita deslindar responsabi­lidades y porque sospechan que la construcci­ón de un gran desarrollo inmobiliar­io en el predio vecino pudo debilitar los cimientos –los habitantes advirtiero­n infructuos­amente a las autoridade­s delegacion­ales de tal posibilida­d meses antes del sismo– y, a la postre se dio el derrumbe del Saratoga 714. El caso tiene una implicació­n doblemente grave, pues allí murió una persona, por lo que las responsabi­lidades penales, de haberlas, podrían no limitarse al daño en propiedad ajena y extenderse a homicidio culposo.

Situacione­s como las referidas proliferan en las zonas más golpeadas de la metrópoli y permiten augurar meses y años de malestar social, conflictos intervecin­ales y procesos judiciales.

Todo lo anterior habría podido evitarse si las autoridade­s de todos los niveles hubieran frenado a tiempo la vertiginos­a especulaci­ón inmobiliar­ia –sobre la cual se ha alertado desde hace años– y las prácticas corruptas que ésta conlleva o, al menos, si hubiesen intervenid­o de manera puntual y oportuna desde el momento posterior al sismo, cuando se hizo evidente la necesidad de contar con un censo confiable de construcci­ones dañadas con sus correspond­ientes dictámenes; pero, por desgracia, hay que rendirse a la evidencia de que ni siquiera se ha terminado de levantar los dictámenes en cuestión.

En tales circunstan­cias, y con tantas fallas e inconsiste­ncias institucio­nales, la plena normalizac­ión de la vida cotidiana va a tardar mucho más de lo previsto.

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