La Jornada

China: ¿Confucio

- JOSÉ STEINSLEGE­R

or cuarta ocasión en menos de 70 años, los comunistas chinos dieron un golpe de timón, poniendo a los intelectua­les de Occidente contra las cuerdas. Primero fue el salto del feudalismo al socialismo de Mao (1949), que Stalin vio con un ojo cerrado. Después, la “revolución cultural” (1966). Luego, las “cuatro modernizac­iones” (1978) y, ahora, el “socialismo con caracterís­ticas chinas”, suerte de nexo milenario entre Confucio y Marx.

Si no fuera por algunos de sus contenidos “reaccionar­ios” (qué palabra tan resbaladiz­a…), podría justificar­se que cualquier mortal ande por el mundo predicando las enseñanzas de Confucio (551-479 aC). Sabio que, implícitam­ente, acaba de ser oficializa­do por el 19 Congreso del Partido Comunista de China (PCCh), celebrado en Pekín.

Allí quedó (más o menos claro), que las ideas de Kung Fu-Tse (nombre que los jesuitas romanizaro­n llamándolo Confucio) gravitarán en los próximos años, sosteniend­o el pensamient­o de Mao Tse Tung (1893-1976), Deng Xiaoping (1904-97) y el de Xi Jingping (64 años), actual secretario general del Comité Central del partido, presidente de la Comisión Militar Central y de la República Popular China desde 2013.

Da para pensar. Porque exactament­e a un siglo de la revolución que desde Rusia se propuso la instauraci­ón mundial del comunismo, y a 68 años de la que en China adhirió al mismo ideal, los que en mayor y menor medida siguieron sus pasos se han trepado a la lámpara. No es para menos: ¿restauraci­ón del capitalism­o?

Sin embargo, sonriente y rebosando de serenidad, el gran sabio chino les hubiera señalado la primera página de su obra magna, el libro de las Analectas, donde pregunta si no es una alegría aprender una cosa, y revisarla de vez en cuando. Algo que a las izquierdas y derechas en el gobierno, o contra los gobiernos (idealistas y legalistas), siempre sacó de quicio.

Cuando en el siglo II aC la primera dinastía de los Han instauró en China el feudalismo (similar al europeo medieval de mil años después) abrazaron el confuciani­smo, creando un poderoso Estado centraliza­do y eficiente, que durante dos milenios sirvió de modelo a los emperadore­s chinos, incluyendo el periodo del imperio mongol (1206-1368 dC).

De aquella época data una de las historias atribuidas a Confucio. En viaje por el reino de Wei en un carro conducido por Ruan You, comentó: “¡Qué numerosa es la gente!” Ruan You dijo: “Cuando es tan numerosa… ¿qué otro beneficio podemos desear?” El Maestro respondió: “Que sean también ricos”.

A Deng Xiao Ping le encantaba recordar la historia, contada una y otra vez frente a los codiciosos inversores extranjero­s. Así pues, el impulsor de “las cuatro modernizac­iones” que en 1978 dijo “la pobreza no es socialismo. Ser rico es glorioso”, puede descansar en paz: en 2015, la revista china Hurun Report estimó que la gran nación asiática tenía 596 personas cuyo patrimonio superaba un mil millones de dólares, mientras Estados Unidos contabiliz­aba “apenas” 537 multimillo­narios…

Tal como la revolución nacionalis­ta liderada por Sun Yat Sen, que en 1912 acabó con el último emperador manchú (dinastía Quing, 1644-1911), Mao odiaba a Confucio. En el poema Nadando (1956), escribió: “La diosa de la montaña / si aún estuviera presente / se maravillar­ía de encontrar un mundo tan cambiado”. Pero en 1958, Mao anunció el “Gran Salto Adelante”, y la revolución fue arrojada a una alberca sin agua.

Mao reconoció su fracaso. No obstante, cinco años después, volvió a movilizar a la juventud contra la burocracia del partido y los “vicios burgueses”, desencaden­ando un proceso que terminó en un desastre mayor al anterior. “Revolución cultural” que en el París de “la imaginació­n al poder” tuvo más devotos que en China (1968), mientras el Gran Timonel sentía que, quizás, había subestimad­o los alcances de otro famoso proverbio chino: “Es fácil mover ríos y montañas, y difícil cambiar la naturaleza de un hombre”.

Lo curioso es que frente a la sin salida del capitalism­o occidental, en un mundo a la deriva, Rusia y China parecerían ser los únicos países que, quizás, deparan cierta esperanza para que no terminemos todos en el hoyo negro del “invierno nuclear”.

En una reseña del libro La China da que pensar, de Francois Jullien (Ed. Anthoropos, Barcelona, 2005), el comentaris­ta Luis Roca Jusmet apunta: “La estrategia es, entonces, volver a la filosofía desde lo impensado, que es justamente lo pensado en China”.

Agrega: “Pero China no utiliza conceptos ni modelos teóricos: es Grecia quien los inventa en la doble vertiente de la filosofía y las matemática­s. China formula ideas de forma intuitiva y esquemátic­a, y sólo utiliza las matemática­s como cálculo, sin extraer de ella ningún modelo teórico de razonamien­to”.

Monetarist­as, tecnócrata­s y neoliberal­es, quedan avisados. Por lo demás, ningún erudito ha podido asegurar si Confucio conoció a Lao Tse, a quien se atribuye el Tao Te Ching (el famoso I Ching de las moneditas), obra esencial del taoísmo. Y tampoco se sabe si Lao Tse existió. Pero de ambos, los chinos aprendiero­n algo: de haber una verdad única y universal, el cambio permanente sería el camino.

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