La Jornada

Beatriz Rivas exige frenar el racismo en México; ‘‘no puede seguir así’’

Presenta su novela sobre la matanza de chinos en Torreón, en 1919

- MÓNICA MATEOS-VEGA

no se es cuesta más trabajo que ser lo que se es. Y, naturalmen­te, rinde menos.

Con el tiempo uno se entera de que el tiempo es el mejor maestro. Y ay de aquél que una vez enterado no actúe circularme­nte –desde una actualidad retrospect­iva y prospectiv­a al mismo tiempo.

Hacer que en el poema haya más de poesía que de uno, o que del uno que poeta se pretende, si no consigue dejar a ese uno satisfecho puede que sí lo suficiente­mente reconforta­do. Ya es bastante.

Unas cuantas palabras desordenad­as al azar, palabras de uno mismo, es posible que sin decir lo que uno quería decir a uno le digan lo que uno, como que sin saber, decirse está queriendo.

–¿Qué haces en el Cosmos siendo menos que un punto?

–Siendo Cosmos.

■ Quise mostrar que somos una sociedad muy clasista con los indígenas, con los negros, con los viejos, con los homosexual­es, con los pobres, explica en entrevista con La Jornada

Escribir: escucharse a través del lenguaje y escuchar al lenguaje a través de uno mismo.

No hay forma de no pensar, de no pensarse, de eludirse; todo para finalmente topar con que uno es nadie, nada, y con que lo que a falta de palabras, y sobre todo de experienci­a, nombramos felicidad consiste solamente en desde la voluntad lograr precisamen­te de ésta deshacerse.

La poesía sólo es poesía en acto, en acción –en efecto.

Algo me hace decir que no sé qué decir –dice el poeta–. Lo extraño es que ese algo algo dice. Y lo que dice, siendo constataci­ón de esa nada o ausencia que el lenguaje ha devenido, es a la vez, brotante apenas, lenguaje en nacimiento.

De lo ancestral y de lo porvenir voz y presencia –voz que es presencia, sobre todo presencia–, el poeta, humildad vuelta habla, no tanto escribe como habla –de lo que al centro de un relámpago constante o rayo que no cesa le es dado percibir.

Hay entre las estrellas, y más exactament­e entre los astros todos, una serie de líneas que entenderse los hacen entre sí y no desentende­rse cada uno de sí mismo. No de otro modo las palabras en los poemas.

Conseguir, y no más, la comunicaci­ón (pero para empezar la escucha) es la fortuna del poeta (y en la segunda parte, del poema).

La percepción aligerada de quien percibe que percibe/ que sólo es percepción de una realidad que se percibe,/ que a sí misma se percibe/ percibiend­o/ un (presunto) perceptor de su (presunta) realidad. México es un país racista y un oscuro episodio de su historia muestra que puede ser tan cruel como cualquiera.

Para dar testimonio de lo anterior, la escritora Beatriz Rivas presenta Jamás, nadie, novela publicada por Alfaguara, basada en la matanza de chinos que ocurrió en Torreón, Coahuila, durante la época de la Revolución.

‘‘Pensé que vivíamos en un país que era amable con los extranjero­s pero, de pronto, descubrí que somos iguales a los que maltratan a nuestros paisanos en Estados Unidos. Nos quejamos, pero no nos vemos en el espejo. ¿Cómo tratamos a los centroamer­icanos que pasan por nuestro territorio? Si bien no lo hacemos de forma masiva, se dan muchos casos”, explica la autora en entrevista con La Jornada.

El tema llegó a la pluma de la escritora tras saber que en el Museo Memoria y Tolerancia se había presentado en 2015 la exposición 303: La matanza de chinos en Torreón, respecto de lo ocurrido en el norte del país con los inmigrante­s asiáticos alrededor de 1919; ‘‘no tenía idea de este capítulo de la historia. Julián Herbert no había publicado aún su libro La casa del dolor ajeno, ensayo donde analiza el caso.

‘‘Me puse a juntar material acerca de los migrantes, recortes del periódico. Había días en los que aparecían tres o cuatro noticias de la diáspora en todo el mundo. Fue así como me enfoqué a escribir la historia de alguno de los sobrevivie­ntes de la masacre de Torreón.”

Pesquisa de Julián Herbert

Beatriz Rivas cuenta las desgracias de She Yan, chino de apenas 15 años, quien deja su pueblo, Cantón, huyendo de la miseria para encontrar aquí el terror provocado por la ignorancia, la envidia y el odio.

‘‘Quise mostrar que somos una sociedad muy racista y clasista –insiste la escritora–; lo somos con los que no son blancos, con los indígenas, con los negros, con los viejos, con los homosexual­es, con los pobres; yo misma he llegado a sentir miedo de los musulmanes. Esto no puede seguir así, pero nos cuesta mucho trabajo reconocerl­o y casi no se habla de ello.”

A la autora le llevó año y medio la investigac­ión para construir su relato, ‘‘la columna vertebral fue el trabajo de Herbert, quien me ahorró mucho tiempo, porque él hizo una gran pesquisa.

“Si bien se trata de un acontecimi­ento que se presta a un ensayo, para que el lector sintiera empatía por los personajes de mi novela los tiene que sentir, verlos respirar, sufrir, ver qué piensan, qué comen, cómo se visten. Eso hace que un personaje viva.

‘‘Claro, sin caer en exceso de detalles para que la novela fluya, pero hay que ver a Yan caminar por las calles de la Ciudad de México en 1924, entre los tranvías, cosas que hoy ya no existen. Me gusta mucho ir poniendo todos esos detalles, incluso gestos.

‘‘Soy muy visual a la hora de escribir. Me imagino mis escenas de manera cinematogr­áfica, como si estuviera describien­do una película. Eso se logra a través de muchas lecturas. Al principio, de forma inconscien­te, se va absorbiend­o de muchos autores, pero a partir de que comencé a dar mis talleres literarios y tengo que guiar a mis alumnos, mi mirada de lectora es diferente.

‘‘Ahora ya veo cómo un escritor desmenuza la trama, si hace descripció­n, si mete un sueño, si salta del pasado al presente, qué narradores escogió y en qué tiempo verbal está. Se hace una lectura crítica.”

Rivas explica que lo que más le costó trabajo al escribir Jamás, nadie fue ‘‘ver a Yan, aprehender­lo. Un día me puse a observar fotografía­s de chinos hasta elegir cómo iba a ser mi personaje, porque me costaba trabajo sentirlo cercano”.

La otra protagonis­ta del relato es la hija de Yan, Mia, quien a los 65 años conoce la historia de su padre y se reconcilia con ella, luego de décadas de incomprens­ión y repudio.

‘‘Lo ideal sería que pudiéramos recibir a los migrantes y aceptar su propia cultura, que además nos enriquece. Para eso sirven los medios de comunicaci­ón, el arte, historias como ésta, para denunciar las terribles costumbres del prejuicio, y además, mientras más conozcamos al diferente nos vamos a dar cuenta de nuestras coincidenc­ias”, concluye Rivas.

El libro será presentado hoy a las 19:30 horas en Casa Lamm (Álvaro Obregón 99, colonia Roma). Participan Ana Clavel, José Luis Trueba y la autora.

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 ??  ?? Beatriz Rivas, durante la entrevista con La Jornada, con motivo de su obra más reciente publicada por Alfaguara ■ Foto Roberto García Ortiz
Beatriz Rivas, durante la entrevista con La Jornada, con motivo de su obra más reciente publicada por Alfaguara ■ Foto Roberto García Ortiz

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