MÉXICO SA
◗ Tras el TLCAN, ¿qué? ¿Aptos para competir? ◗ Lozoya: viva la justicia
ue siempre sí. Parece que el fétido olor del TLCAN se disemina entre los siempre (ex) entusiastas cuan confiados empresarios, que hasta algunas semanas atrás eran firmes negadores de cualquier posibilidad de dar por concluido el mecanismo trilateral
Próxima ya la quinta ronda de “negociaciones”, las esquelas por el deceso del tratado aparecen por doquier, a la par de advertencias sobre el costo económico y social para México: pérdida de empleo, de cuotas de mercado, caída de la “competitividad”, “alto riesgo” para la mitad de los estados de la República (del norte y centro del país, altamente dependientes de la maquila), eventual caída de la inversión extranjera directa, caída del producto interno bruto, etcétera.
Contrario a lo registrado meses atrás, cuando el consenso empresarial apuntaba a que la “negociación” del TLCAN sería rotundamente exitosa, a estas alturas se encienden las veladoras para intentar apaciguar a los dioses y amortiguar los efectos negativos por el inminente sepelio del acuerdo comercial. El punto es si ese sector –ya no se diga el gobierno– está preparado para enfrentar los drásticos cambios que, sin duda, se darán por el citado deceso.
En vía de mientras, y ante ese panorama, la Coordinación de Análisis Macroeconométrico Prospectivo, del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM (Situación y perspectivas de la economía mexicana), subraya que “una nueva alternativa de crecimiento para México debe construirse desde ahora y pensando que la economía debe diversificar sus estrategias para impulsar el crecimiento”. Los siguientes pasajes se toman del citado análisis.
Los motores del producto interno bruto (PIB), por el lado de la demanda, son el consumo privado, la inversión privada, el gasto de gobierno, y las exportaciones netas. Por ello, no hay razón para que una nueva estrategia deba privilegiar un motor de crecimiento por encima de los demás; más bien, se debe implementar una estrategia sinérgica y coordinada entre todos estos, identificando la manera de incidir sobre ellos de forma positiva y sin generar grandes desequilibrios macroeconómicos ni vulnerabilidad con el exterior.
Así, en el diseño de un nuevo modelo se debería comenzar por incorporar una política encaminada a elevar el consumo privado mediante el aumento de los salarios reales, incrementar el acceso al crédito, ofrecer tasas de interés bancarias competitivas, evitar la caída de remesas y proponer otros mecanismos redistributivos. Asimismo, elevar la inversión privada a través de la promoción del mercado interno, tasas de interés competitivas, acceso a crédito para la vivienda, gasto gubernamental en infraestructura y apoyo a las pequeñas empresas (las cuales son las que generan más de la mitad de los empleos de nuestra economía) mejorando sus condiciones para seguir en función del mercado interno y vinculándolas a las cadenas de producción industrial.
De igual forma, fortalecer el gasto público y maximizar su impacto en el PIB a ante shocks externos, lo cual podría empeorar en un contexto de mal manejo de las finanzas públicas. Así, las políticas fiscal, cambiaria y monetaria deberían estar en consonancia con el apoyo a los mercados interno y externo. Por otro lado, el gasto en capital debe ser eficiente y tener límites bien establecidos para que sea un excelente instrumento de promoción económica.
La competitividad mexicana no puede basarse en mano de obra barata y la inserción en las cadenas de valor mundial sólo como un país maquilador, sin aportar valor agregado a los productos. Esto es extremadamente importante en el contexto de la cuarta revolución industrial que con seguridad será un torbellino que arrastrará a las economías que no logren adaptarse, que no tengan una industria moderna y sólida y que no estén preparadas para competir.