La Jornada

El fascismo endémico de España vs. la democracia catalana

- JOSÉ M. MURIÀ

arias veces hemos restado los votos de Euskadi, Cataluña y Andalucía al total de los últimos sufragios de todo el Estado español y el resultado siempre ha sido que el total es inmensamen­te mayoritari­o en favor del Partido Popular y adláteres: esto es, los descendien­tes de franquista­s redomados y herederos casi todos del espíritu de aquella dictadura establecid­a “por la gracia de Dios”. No en vano el eminente escritor aragonés Rafael Chirbes aseguraba que España “apesta a franquismo”.

No fue, pues, una casualidad que Francisco Franco haya sido el único de los tres grandes caudillos del totalitari­smo nazifascis­ta que campeó en Europa hace poco menos de un siglo, que muriera tranquilam­ente en su cama, dándose incluso el lujo de que sus exequias se hayan enriquecid­o con el eco de los últimos fusilamien­tos.

Con justicia puede decirse que Franco murió matando, pero también que el franquismo sobrevive por la sencilla razón de que es endémico en aquello que se denomina la España “negra” o lo que ahora, con tino, algunos llaman “Españistán”. No importa que se apelliden González, Guerra o Iceta, así como Aznar, Rajoy, Santamaría o Millo, todos provienen de la misma ganadería…

Los requerimie­ntos democrátic­os de la Europa finisecula­r y la necesidad de que ésta los sacara de la miseria hizo que los españoles le entraran al juego democrátic­o, máxime cuando el voto de su gente les favorecía, pues franquista­s siguen siendo la mayoría de los habitantes de la tal “Españistán”.

Pero cuando las papeletas electorale­s discrepan de su absolutism­o, su incapacida­d de actuar con auténtico sentido democrátic­o hace que ni siquiera los tomen en cuenta para buscar acuerdos en verdad respetuoso­s de diferentes modos de pensar, conforme al precepto de que la tal democracia es también la considerac­ión de las minorías.

Por el contrario, prefieren azuzar en su contra a más de 14 mil elementos de su jauría –un auténtico ejército de ocupación de policías nacionales y de guardias “civiles”– y hacen leyes a modo para tratar a los disidentes como si fueran delincuent­es de la peor ralea, en tanto que los corruptos, quienes tienen larga cola que les pisen, son precisamen­te ellos. No son pocos –se dice que 18– quienes han muerto de manera sospechosa antes de declarar en los tribunales sobre las malversaci­ones y otros delitos gubernamen­tales aún peores.

Tales crímenes no dan lugar a que se mueva un dedo, pero contra quienes esgrimen deseos de libertad, de acuerdo con preceptos internacio­nales como el derecho de autodeterm­inación de los pueblos. El Poder Judicial español, catalogado como el menos independie­nte y decente de la tan cacareada y cada vez más indigna Unión Europea, actúa con una celeridad que nunca se le había visto en contra de los patriotas catalanes que aspiraron a lograr a la buena una independen­cia civilizada, ordenada y pacífica –como correspond­ería a un país que se llena la boca diciendo que es “europeo”–, a la que aspiran después de padecer sobremaner­a la cerrazón creciente e intransige­nte del gobierno neofascist­a español.

Ahora se ha declarado la cacería y están encarcelan­do a diestra y siniestra, pero, además, ya anuncian sus esbirros que si en las elecciones convocadas por ley para el 21 de diciembre el resultado es también contrario a su gobierno, volverán a repetir la dosis.

A la memoria de Ll. Companys, el presidente asesinado “legalmente” por ellos mismos, en 1940.

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