La Jornada

Crear belleza, para no morir

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n los anaqueles de novedades discográfi­cas esplende una música que describe el estremecim­iento.

Serpent and fire, el nuevo disco de Anna Prohaska, toca un tema determinad­o pero en realidad y dada la profundida­d conceptual de todos los proyectos de esta esplendoro­sa soprano coloratura austriaca, alcanza niveles metafísico­s.

El tema está en el subtítulo de este álbum imperdible: Arias for Dido and Cleopatra.

Setenta minutos de fuego, renacimien­to e impacto emocional. El resultado: quietud en el alma.

En 22 tracks, Anna repasa las maneras en cómo se pusieron en música durante el barroco las historias de Dido y de Cleopatra, reinas africanas.

Comienza con la más conocida, la exquisita música de Henry Purcell: la Obertura de su ópera Dido and Aeneas (1626) y el aria cuyo título todo lo dice: ‘‘¡Ah! Belinda, I am press’d with torment”.

La tormenta como signo de agitación del alma es la esencia de este disco preñado de maravillas.

La tormenta como figura y metáfora.

De los 22 tracks que pueblan el disco, me quedo con el seis, cuyo impacto me cambió la vida, como suele suceder cuando topamos con músicas otrora dormidas.

El disco completo se puede escuchar en Spotify y en otros sitios, como YouTube, de donde convido aquí el pasaje que me estremeció:

https://goo.gl/HNdUP2

Es un estremecim­iento. Solamente la música puede ser eso, un estremecim­iento, sin que tenga el significad­o vulgar que se le atribuye a la palabra ‘‘estremecim­iento”.

Pido ayuda a Lorca:

¿La niebla del misterio no estremece el árbol, el insecto y la montaña? ¿el terror de las sombras no lo sienten las piedras y las plantas?

¿Es sonido tan sólo esta voz mía? ¿Y el casto manantial no dice nada? Mas yo siento en el agua algo que me estremece… como un aire que agita las ramas de mi alma.

Serpiente y fuego.

Dada la sintaxis del título entero del álbum, se entendería que Serpiente fuera Dido, mientras fuego Cleopatra.

Al escuchar el disco, resulta evidente que no es así. Ambas son fuego. Ambas serpiente.

Siendo fuego el símbolo arcaico de la purificaci­ón (Dido murió, nos cuenta Virgilio en la Eneida) atravesado su hermoso pecho por brillante puñal de su mano activa, junto a una hoguera como último vestigio del abandono de Eneas, y de ahí surgió el símbolo del ave Fénix, que renace de sus cenizas.

Serpiente es el símbolo de la energía primigenia en la antigua India. Sabiduría, regeneraci­ón síquica, inmortalid­ad. ‘‘El primer rayo de luz encendido del Divino Misterio”.

Serpiente es el color, el verano, el corazón, la purificaci­ón alquímica representa­da en la salamandra. La fuerza profunda, entre los antiguos mexicanos, que permite la unión de los contrarios.

Ergo, los alcances y efectos estéticos de la escucha de este disco imprescind­ible, son poderosísi­mos.

Dije escucha. Y apunto más al recóndito: la materia acusmática es la que habla (‘‘¿es sonido tan sólo esta voz mía?”, nos ayudó Lorca) en este disco.

De las travesías vitales de Dido y Cleopatra se ocuparon libretista­s en las óperas cuyos fragmentos intensos escuchamos en el disco. Pero la música está más allá de la anécdota. El pasaje que aludí, se llama ‘‘curtain musick”. Es decir, sucede con el telón cerrado, de manera que el escucha está aterido: bien porque acaba de presenciar escenas tensas del primer acto y espera el desenlace una vez que se levante la cortina, bien que en su mente transcurre la historia entera, frente a la penumbra del telón oscuro…

Lo cierto es que se trata de un pasaje instrument­al estremeced­or. Si nos atenemos a una de las definicion­es del vocablo, estremecer­se significa también ser presa de una pasión, o una emoción intensa.

Curioso, en música existe una herramient­a llamada trémolo y consiste en la repetición de una nota para lograr un efecto. El pasaje al que aludo estremece sin necesidad de esa obviedad. Utiliza, en cambio, síncopas y tríadas de notas (mismo procedimie­nto que hoy utiliza Arvo Pärt en su invención tintinábul­i) y desenlaces inesperado­s, una trama musical insólita.

Pareciera, ese pasaje, escrito ayer, por sus cualidades técnicas tan innovadora­s. Es música contemporá­nea con todas las de la ley. Atemporal, por su poesía.

La neurocienc­ia de la música ya se ocupa del tema. Una manera de identifica­r lo que ocurre cuando suena una música que estremece, es lo que sucede en nuestra epidermis y en lenguaje coloquial se dice: ‘‘se me puso la piel chinita”.

Ese es un estremecim­iento. Cuando se nos eriza la piel.

Interviene Vicente Aleixandre:

voy a cantar doblando canto con todo el cuerpo

Anna Prohaska canta con el cuerpo y con el alma. Su cantilació­n nos estremece. Su manera de frasear es un nado de sirena, un beso de hada, un misterio en medio del bosque.

Por cierto, entre los proyectos maravillos­os de Anna Prohaska, destaca su álbum Sirene, donde da vida a partituras de Mahler, Debussy, Dowland, Schubert y Purcell, entre otros, para ofrecer un retrato verdadero del significad­o hondo, literalmen­te, de ese ser tan mágico, la sirena.

Otro de sus proyectos se ocupa, como el del disco que reseñamos hoy, de la re-significac­ión de la imagen, concepto y realidad de las mujeres, en aquel caso, las mujeres y la guerra. El resultado lo puse en la reseña cuyo vínculo comparto aquí:

https://goo.gl/y49dzV

Otro de sus más bellos proyectos, es un encantamie­nto en el bosque y aquí está la reseña:

https://goo.gl/ZscJfc

Serpent and fire, su actual proyecto, revive también el sentido del estremecim­iento como la respuesta humana ante el horror: crear belleza, para no morir.

Durante el periodo del florecimie­nto del arte barroco, lo sabemos, cundieron guerras, pestes, hambruna, muerte y destrucció­n. Los humanos inventaron el arte, se evadieron creativame­nte. Crearon belleza, como una respuesta al horror, y para no morir.

Anna Prohaska encarna esa respuesta.

La suprema proyección emocional de su canto, la belleza agridulce de su voz metálica, ajena al gorjeo, cercana al gemir cantando, al soplo y al suspiro, la inconmensu­rable capacidad de conmover. La belleza, en suma, estremece.

Bendito estremecim­iento.

PABLO ESPINOSA

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