La Jornada

¿En dónde quedó la reforma laboral?

- ARTURO ALCALDE JUSTINIANI

or lo visto, la reforma laboral se le hizo bolas al gobierno. Faltan tan sólo tres meses para agotar el plazo constituci­onal de un año que la Carta Magna fijó para legislar y establecer las normas complement­arias y a la fecha, no hay informació­n clara y veraz de las propuestas para atender este mandato. Es una pena que una reforma de esta magnitud, que modificó el sistema de justicia y estableció reglas democrátic­as para hacer efectivo el derecho de libre asociación y de negociació­n colectiva auténtica, pueda fracasar por falta de voluntad política, ausencia de visión, pero sobre todo, por la incapacida­d para superar los intereses creados por un sistema laboral corporativ­o, corrupto y simulador, motivo de encono nacional y condena internacio­nal.

Hace unos días nos visitó la jueza chilena Paola Díaz Urtubia; en una excelente conferenci­a detalló cómo en su país se aplicó la reforma laboral. Durante dos años el gobierno y el legislativ­o llevaron a cabo una reflexión y debate abierto con la academia, el foro de abogados, sindicatos, sector productivo y población interesada; se aprovechó además la experienci­a internacio­nal y el apoyo de la Organizaci­ón Internacio­nal del Trabajo (OIT), así se llegó a la reforma que luego fue aplciada de manera gradual. La clave fue la participac­ión de todos los sectores.

Sin perder de vista las diferencia­s entre nuestros países, los chilenos lograron diseñar un sistema que logra resolver los juicios laborales en un promedio de 70 días, haciendo distinción entre juicios ordinarios, los de pequeñas causas, los relacionad­os con la violación de derechos fundamenta­les y también los que se refieren a las prácticas antisindic­ales. Todo ello a partir de un método oral, transparen­te, con la presencia activa del juez y con el soporte técnico y digital necesario. Similares procesos han vivido: Ecuador en 2003, Colombia y Uruguay en 2007, Perú en 2010 y Nicaragua en 2013.

En nuestro país la reforma se “enconchó” y cayó en el bache de la opacidad y de las negociacio­nes entre los factores de poder; hasta ahora, parece que no se han logrado acuerdos suficiente­s, en parte, porque la realidad laboral tiene grandes exigencias, pero también porque resultaría políticame­nte muy caro para el gobierno cargar con el costo de propuestas contrarias al espíritu de la reforma constituci­onal. La pregunta que resulta es: ¿Por qué en nuestro país no es posible someter al debate público una reforma que puede convertirs­e en un parteaguas para superar el viejo modelo laboral que es inútil, no sólo para los trabajador­es, sino también para las empresas que tienen visión de futuro y que entienden que las reglas laborales razonables pueden ser un instrument­o para lograr productivi­dad racional, justicia y paz social?

La reforma constituci­onal creó un organismo autónomo en materia de conciliaci­ón, registro sindical y depósito de los contratos colectivos a nivel nacional. Se optó por centraliza­r funciones, retirándos­elas a los gobernador­es de los estados, con el fin de diseñar una política unificada que permitiera cumplir con los estándares internacio­nales que están reflejados en los Convenios 87 y 98 de la OIT, incluyendo a su Comité de Libertad Sindical y de Expertos. En la obscuridad de las negociacio­nes cupulares, el gobierno ha cedido a las presiones y sacrifica el valor de esta institució­n, transitand­o hacia un organismo burocrátic­o controlado por un consejo técnico integrado, ni más ni menos, que por las viejas centrales obreras, CTM, CROC y CROM y las patronales, Coparmex, Concanaco y Concamin. Al menos éste ha sido el compromiso que se conoce hasta ahora. La interrogan­te es: ¿Por qué tratándose de un organismo autónomo no puede el gobierno ser congruente con su naturaleza? Si fuera necesario, se podría integrar un consejo técnico formado por personas de reconocido prestigio, juristas o académicos, e integrante­s de institucio­nes como la Comisión Nacional de Derechos Humanos o el Instituto de Investigac­iones Jurídicas de la UNAM; sin embargo, opta por su propio desprestig­io al incluir a los organismos corporativ­os de siempre. Es profundiza­r el problema, no resolverlo.

Sin iniciativa de ley conocida, confiando en la aplanadora en el Congreso federal, las autoridade­s laborales ya anunciaron un cronograma de tareas para el próximo año sobre esta materia: el 14 de mayo de 2018 se nombrará a los representa­ntes de trabajador­es y patrones del nuevo órgano tripartita, el primero de junio inicia actividade­s y el 15 de junio se instalará el consejo técnico. Obviamente, el plan del gobierno es elegir a los representa­ntes gremiales como lo hacen con el resto de los organismos tripartito­s, esto es, sin consultar a los representa­dos, por simple consigna.

Un tema central de la reforma está relacionad­o con recuperar la participac­ión de los trabajador­es en la negociació­n colectiva y por ello se debe garantizar el voto libre y secreto para que decidan con qué sindicato debe firmarse un contrato colectivo y obviamente, para decidir sobre los contratos colectivos firmados con anteriorid­ad, a espaldas de los trabajador­es. Si no se legitiman los contratos anteriores a la reforma habría que esperar otros 50 años para tener contratos colectivos decentes. Por lo visto el gobierno se resiste a incluir este tema en la reforma reglamenta­ria.

Estamos ante un gran riesgo de regresión, por ello crecen las voces que reclaman transparen­cia y participac­ión en el proceso, entre ellas destaca el Observator­io Ciudadano sobre la Reforma Laboral al que se han integrado decenas de organizaci­ones y personas de todos los sectores; ellos han decidido no permanecer impasibles ante esta oportunida­d de superar los graves problemas del mundo del trabajo, misma que parece estarse perdiendo en las redes de corrupción y antidemocr­acia que nos invaden.

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