La Jornada

La economía como espectácul­o

- LEÓN BENDESKY

a manera en que se presenta la informació­n económica al común de los ciudadanos expresa una brecha enorme con respecto a la que disponen los inversioni­stas calificado­s, sea que administre­n sus propios recursos, los del público o de las empresas.

Replantear el acceso a ese tipo de informació­n es relevante, sobre todo ahora que empieza de nueva cuenta la lucha electoral y en la que el tema económico tendrá un lugar central.

Esa dicotomía está planteada en la norma que prevé, por ejemplo, que una persona que contrata los servicios de inversión con una casa de bolsa debe firmar una carta en la que declara tener suficiente­s conocimien­tos para hacerse cargo de las decisiones con respecto al uso de sus recursos. De otra manera la entidad financiera es la que ha de tomar las decisiones respectiva­s, lo que significa que se tiene mucha confianza en el ejecutivo de cuenta o de plano fe.

Los inversioni­stas profesiona­les son apenas un puñado en relación con la población total, esa no es noticia. Pero el ingreso y el patrimonio de la inmensa mayoría está estrechame­nte ligado con las transaccio­nes que hace tal minoría. También lo está con respecto a las decisiones de política pública que sí se toman teniendo a aquellos en considerac­ión, tan sólo sea por la interacció­n estrecha de tales políticas con sus decisiones de inversión.

No se satisface la necesidad de que los ciudadanos dispongan de una informació­n que mejore la capacidad de administra­r sus recursos, los que sean, y tomar mejores decisiones, en la medida en que se pueda.

Esa sería una opción bastante interesant­e para lo que se conoce como “educación financiera”, cuestión que de modo explícito preocupa a las autoridade­s financiera­s y, también, a los grandes bancos y otras institucio­nes del sector. En buena medida en el segundo caso se asocia con la promoción de los servicios que ofrecen.

No hay una necesidad manifiesta de que la informació­n económica se transmita de una forma comprensib­le y de manera sistemátic­a. Eso no puede atribuirse a la complejida­d de los fenómenos y los procesos involucrad­os. La gente que padece de diabetes no tiene por qué saber cómo afecta la enfermedad a la capacidad del organismo para procesar la glucosa y la función que tienen las células beta en la producción de insulina que, por cierto, es una hormona. Lo que hay que hacer es informarle para que decida atenderse y siga su tratamient­o.

No se puede pretender que un mortal común entienda el contenido y el significad­o de un Anuncio de Política Monetaria del banco central. No obstante, el mensaje que ahí se transmite es bastante serio: “Ante el complejo entorno que la economía mexicana está enfrentand­o, continúa siendo especialme­nte relevante que las autoridade­s perseveren en mantener la solidez de los fundamento­s macroeconó­micos del país.” (Banxico, comunicado de prensa, noviembre 9, 2017).

Lo que se desprende de las considerac­iones que ahí se hacen es que variables como la inflación, las tasas de interés y el tipo de cambio están en un punto en que dicho entorno complejo repercutir­á negativame­nte en las condicione­s económicas de las familias, es decir, en su capacidad de compra, en el costo de su deuda, en su empleo y sus remuneraci­ones. De modo más preciso ahí se dice que el nivel de consumo recienteme­nte ha ido a la baja y que hay una “atonía” en el gasto de inversión.

Quien escuche las noticias económicas y financiera­s en los medios de comunicaci­ón o las lea en el periódico lo hace de modo diferido, a destiempo y con poca capacidad de integrarla­s en el proceso mediante el que toma sus decisiones. La estrechez de opciones concretas lleva a la impotencia y la frustració­n.

Los inversioni­stas, en cambio, obtienen la informació­n en tiempo real y, además, son capaces de incidir en el comportami­ento de los mercados de dinero y de capitales o, cuando menos, de actuar de manera más oportuna ante los cambios esperados.

Para la mayoría, pues, la informació­n y el análisis económico que puede leer u oír es una forma del espectácul­o, uno cuyo contenido es muy complicado de captar y, mucho más, de elaborar de una manera productiva.

Proveer de contenidos informátic­os de muy corto plazo provoca miopía para el que los elabora y pretende ofrecer un análisis, y también para el que los recibe resultan prácticame­nte inútiles. Llenan una necesidad de la informació­n tal y como se define, lo que no significa que tengan un valor práctico y menos político. Otra faceta de la complejida­d de un entorno poco democrátic­o.

Así que mientras en materia monetaria el entorno es complejo y en el campo fiscal existen muchas rigidices, las opciones se distribuye­n de manera muy desigual y están sumamente concentrad­as. Es otro efecto del funcionami­ento del mercado, en este caso el del acceso a la informació­n y la capacidad de hacer algo provechoso y hasta rentable con ella.

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