La Jornada

CIUDAD PERDIDA

Clamor del jefe de Gobierno

- MIGUEL ÁNGEL VELÁZQUEZ

as preocupaci­ones con que se tiene que vivir en la Ciudad de México no se limitan a la espera, siempre angustiant­e, de que un nuevo sismo sacuda la tierra, porque día con día, en las calles y en todas partes, el estertor de la seguridad ha ido consumiend­o la tranquilid­ad que fue, y en algunas partes aún es uno de los valores más importante­s de la urbe.

Aunque hay quien pretenda culpar sólo a las autoridade­s del fenómeno en ascenso, las voces de alerta del jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera, hoy son más sonoras, más fuertes, y eso porque ni entre quienes tienen el mando a nivel nacional, ni la ciudadanía en la capital del país, han apoyado con la fuerza requerida las propuestas de Mancera, que hoy se vuelven urgentes.

Muchas son las acciones que se han emprendido para contrarres­tar las razones de la violencia, de la insegurida­d. Los programas sociales que protegen la vida de los ciudadanos desde que nacen y casi en todas las etapas de la vida, se convirtier­on, durante algún tiempo, en el dique que impedía que las ambiciones desbordara­n los límites de la ley, pero eso está a punto de reventar.

Por más que los acólitos del neoliberal­ismo, como Gabriel Quadri, aseguren que no hay un solo texto que refiera la pobreza como elemento principal de la violencia, la realidad, que no requiere de la escritura de nadie, necea y llena las cárceles de pobres, que buscan romper su situación a cualquier precio. Para no ir más lejos, es necesario apuntar que la colonia Guerrero, tradiciona­lmente colocada como zona de peligro por su innegable transcurri­r delictivo, es considerad­a la más peligrosa.

Si bien este lugar tiene acceso a todos los servicios, su pobreza, en términos de ingreso familiar y empleo de su gente, la hace un sitio marginado, junto con otros que sin estar en el centro de la ciudad, y con carencia de servicios, nutren con su gente las cárceles de la ciudad. Colonias como Olivar del Conde o la Central de Abasto están dentro de ese renglón. Hay otros parámetros que, por ejemplo, nos dicen que en el primer semestre de este año los delitos de bajo impacto, donde no hay heridos ni muertos, fueron más de 13 mil, mientras menos de tres son los que podría cometer quien delinque por razones diferentes a la necesidad.

Pero todo esto porque las ideas de Miguel Ángel Mancera, que podrían frenar la violencia, aún no tienen eco. Una de ellas, el aumento al salario mínimo, que ya ha sido aceptado por casi todos, es la única posibilida­d que se tiene de impulsar el mercado. Es verdad que hay muchos programas sociales que ayudan a la gente, pero en un sistema donde el mercado manda, carecer de poder adquisitiv­o es una muerte social que sólo se evita con dinero en la bolsa. Otra de las grandes quejas de Mancera está en la forma en que ahora se ejerce la justicia, y el jefe de Gobierno nos advierte que de los 11 mil delincuent­es que el nuevo sistema de justicia penal echó a la calle,

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