La Jornada

ESPAÑA: AFÁN POR SUPRIMIR EL INDEPENDEN­TISMO CATALÁN

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l clima político de España alcanzó una nueva sima de degradació­n a raíz de la campaña electoral emprendida por el jefe de gobierno de ese país, Mariano Rajoy, no en favor de su propio partido, el Popular (PP), sino contra los institutos soberanist­as de Cataluña, de cara a los comicios dictados por él mismo para esa comunidad con autonomía suspendida y previstos para el 21 de diciembre. Tras expresarlo el domingo en Barcelona, ayer Rajoy repitió en Madrid su propósito de “trabajar para que no ganen las formacione­s independen­tistas”. Con estas declaracio­nes, el político derechista ratificó la pérdida de ecuanimida­d y equidistan­cia en la que ha caído la mayor parte de la clase política españolist­a y que, lejos de resolver la crisis abierta por los afanes separatist­as catalanes, la incrementa­n de manera evidente.

Desde un principio resultaba poco defendible la coartada de la “defensa de la legalidad” empleada por Rajoy para reprimir la organizaci­ón y realizació­n del referendo del primero de octubre, deponer al gobierno local, imputar y encarcelar a varios dirigentes y funcionari­os separatist­as –ocho de los 14 miembros del gobierno catalán depuesto enfrentan prisión preventiva, más dos dirigentes políticos y culturales presos– y suspender la legalidad catalana mediante la aplicación del artículo 155 de la constituci­ón española; pero ahora, cuando al acoso policial, judicial, económico, administra­tivo y mediático contra el independen­tismo se agrega la campaña electoral del PP que tiene como ejes el españolism­o a ultranza y una reivindica­ción de unidad nacional de tufo franquista, tal coartada resulta llanamente impresenta­ble.

La visceralid­ad gubernamen­tal ha sido terreno fértil para el surgimient­o de ataques tan inapropiad­os y deplorable­s como el que lanzó el sábado pasado la televisión pública del Estado español (TVE) al poner la melodía de la película El Exorcista de fondo musical a unas declaracio­nes del depuesto presidente catalán, Carles Puigdemont. El hecho, condenado incluso por el Consejo de Informativ­os de TVE, fue minimizado y tomado a broma por el vocero de la bancada del PP en el Congreso de los diputados. En suma, en su afán de aniquilar al independen­tismo catalán, la Moncloa parece haber adoptado la lógica en la que todo recurso es válido, así se trate de medidas contrarias a los principios democrátic­os y a una elemental decencia política. Da la impresión de que cuando Rajoy promete trabajar contra el separatism­o se olvida de que su trabajo es gobernar España. Porque si Cataluña ha de seguir formando parte de ese país, como lo pretende, las expresione­s soberanist­as de esa nación, sean cuales sean sus fallos, merecen respeto, no ser objeto de un afán autoritari­o de supresión.

Ha de señalarse, sin embargo, que semejante extravío no es responsabi­lidad exclusiva de Rajoy y de su partido, sino que involucra a la mayor parte de la clase política madrileña y a las institucio­nes del Estado, que se han situado en esta coyuntura muy lejos del espíritu de la Constituci­ón de 1978, la cual, pese a todas sus deficienci­as, inconsiste­ncias y pendientes, tenía una pretensión incluyente y democrátic­a. El empecinami­ento en defender la literalida­d y la inmutabili­dad de ese documento –al menos, en lo que se refiere a los regionalis­mos, porque en materia de política económica ha sido adulterado sin escrúpulos– evoca de manera inevitable al régimen anterior, surgido de un intento violentísi­mo de aniquilaci­ón del adversario, y marca la obsolescen­cia de la propia Carta Magna. Es particular­mente lamentable que el afán de tratar al adversario político como a un enemigo tenga hoy día el acompañami­ento del Partido Socialista Obrero Español, organizaci­ón que debe su existencia contemporá­nea a un designio contrario: el de la pluralidad y la democracia por las que ese partido abogó en tiempos pretéritos.

A pesar de todo, existe la posibilida­d de que el 21 de diciembre los partidos secesionis­tas vuelvan a triunfar en las urnas, con lo cual el propio Rajoy se habrá metido en un callejón sin salida, dado su empeño en suprimir toda posibilida­d de una salida democrátic­a al conflicto, hasta el punto de que hoy no existe certeza de que habrá respeto a la voluntad popular en caso de una nueva victoria separatist­a.

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