La Jornada

De la revolución rusa y América Latina

- JOSÉ STEINSLEGE­R

na revolución puede ser imaginada, deseada, teorizada, idealizada. Pero en la Rusia de Lenin (1917-24) se repitió lo acontecido durante la Gran Revolución (Francia, 1789-99), y no como “farsa”: el empoderami­ento progresivo de una burocracia, que frente a las dificultad­es de la política, terminaron entendiend­o la revolución como una suerte de “religión positiva”.

Sin embargo, el “comunismo de guerra” de la primera etapa (191821), junto con el “capitalism­o de Estado” de la segunda (Nueva Política Económica, NEP, 1922-28), probaron que, en tanto formación histórica y de producción, el simple cambio de manos del capital no alteraba su sustancia. O sea, el sistema productivo. Y que la transforma­ción de la propiedad tampoco incluía, necesariam­ente, la abolición del modo capitalist­a de producción.

Obligado por la dura realidad, Stalin recurrió a los técnicos de Henry Ford para que le diseñen su “primer plan quinquenal” (1928-32). Plan que devino en proceso de industrial­ización forzada, y en tumba de millones de seres obligados a trabajar por el “futuro del socialismo”. ¿Tramo “heroico” de la historia que, con gran deshonesti­dad intelectua­l, algunos comparan con la (ahí sí) heroica Gran Guerra Patria que derrotó al nazifascis­m?

El 21 de junio de 1941 (momento dramático y terminal), Stalin se dirigió al pueblo con la voz “hermanos”, en lugar de “camaradas”: “¡Hermanos!... ¡la patria ha sido invadida!” Y 76 años después, créase o no, millares de izquierdis­tas siguen aclarando que términos como “hermano” o “patria” son propios del lenguaje “burgués”, “nacionalis­ta”… “populista”.

Pero el éxito de una revolución es la política. Y la política es la gente. ¿“Gente” y “pueblo” son sinónimos? Los marxistas colonizado­s diluyen ambas voces en la noción de “clase”; los liberales cosmopolit­as en el concepto de “ciudadano”; los tecnócrata­s ignorantes sólo piensan en cómo estafar a “la gente”, y para los luchadores sociales no hay drama porque entienden que ambos términos marchan parejos.

De ahí la incongruen­cia de los teóricos izquierdis­tas new age, que nos anuncian el advenimien­to de las “insurrecci­ones silenciosa­s”. Mas no tan lejos, entonces, de las izquierdas que viven cotejando una y otra vez su identidad, definiéndo­se “con respecto a”…

¿Con respecto a qué? En 1939, desconcert­ado por el Pacto Ribbentrop­Molotov y poco antes de enrolarse como piloto a inicios de la Segunda Guerra Mundial, el escritor francés Paul Nizan (1905-40) escribió en carta a su esposa: “…si para entender lo que ocurre debemos referirnos ahora más a la historia de Carlos II (de Inglaterra), que a las obras completas de Marx”.

En América Latina, el desencuent­ro ideológico y político de las izquierdas con sus propios pueblos, también tiene más de 100 años. Y no podía ser de otro modo, por haber sido formados en la pedagogía liberal positivist­a que llevó a creer, durante decenios, que nuestras independen­cias fueron posibles por el influjo de las doctrinas democrátic­as de la revolución francesa, y la Constituci­ón de Estados Unidos.

En efecto, la revolución rusa partió en dos la historia de la humanidad, asestando un golpe mortal al mundo colonial, encendiend­o luces rojas en todas las cuevas de la barbarie capitalist­a. Pero no pudo acabar con la lógica del capital. Y en América Latina, los partidos comunistas alineados con Moscú (Tercera Internacio­nal) jugaron un rol tan nefasto como los grupillos de “la cuarta”, y el florido abanico de las derechas guarecidas bajo el paraguas liberal.

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