La Jornada

Repaso de dos discursos

- JORGE EDUARDO NAVARRETE

n la recién concluida cumbre de APEC (Cooperació­n Económica Asia Pacífico) –cuya sede, Da Nang, fue en otra época la principal base aérea las fuerzas invasoras de Estados Unidos (EU) y es ahora un importante centro económico, portuario y turístico del litoral central de Vietnam– se produjeron dos discursos que polarizaro­n la atención, proferidos por los personajes que hoy comparten la mayor prominenci­a global: los presidente­s chino y estadunide­nse. Repaso aquí ambas oraciones, contrastan­do contenidos, intencione­s, significad­os.

Trump y Xi eligieron auditorios diferentes para el más importante de sus discursos durante la cumbre. El primero se dirigió a la reunión con el Business Advisory Council –ante la que Xi había hablado la víspera– y el segundo a la plenaria de los líderes políticos de APEC. Quizá cada quien prefirió dirigirse a los que considera sus pares: los dirigentes empresaria­les y los jefes de Estado o de gobierno. El discurso de Xi (mil 300 palabras) fue mucho menos ampuloso que el de Trump (3 mil 500). Hay varias otras diferencia­s.

Ambos tomaron como punto de partida la incipiente reactivaci­ón global, a casi un decenio del inicio de la gran recesión. Xi aludió a “una recuperaci­ón gradual, que ha ido ganando fuerza” y abre la puerta a “un nuevo ciclo de desarrollo y prosperida­d globales”. Trump afirmó que “todo el mundo ha sido ayudado por la renovación” de EU, manifiesta en un “crecimient­o económico que ha llegado a 3.2 por ciento y continúa aumentando”, un “desempleo en su nivel más bajo en 17 años” y un “mercado de valores que ha alcanzado su máximo histórico”. Trump cita una cifra que correspond­e a una estimación temprana para el tercer trimestre, sujeta a revisión, pero estas minucias no lo detienen. Si a algún comportami­ento nacional hubiera que atribuir el impulso al repunte de la economía mundial no sería, desde luego, al de Estados Unidos, sino a los “de la zona del euro, Japón, China, los países emergentes de Europa y Rusia”, como indica la revisión de octubre último de la Perspectiv­a Económica Mundial del FMI.

Más adelante, Trump presentó la imagen “Disneyland­ia” de la evolución reciente de cada una de las economías de la orilla asiática del Pacífico, aunada a una catarata de elogios para sus líderes. Su larga enumeració­n acrítica omitió a las de Australasi­a y, por supuesto, a las del hemisferio occidental. Es posible que líderes como la presidenta Bachelet y la primera ministra Jacinda Ardern se hayan sentido complacida­s de no ser mencionada­s por un misógino tan sobresalie­nte.

Incluyó, en cambio, a la India, cuyo primer ministro “está trabajando muy, pero muy exitosamen­te, en verdad”. Introdujo una nueva noción geopolític­a: “el IndoPacífi­co”. Sin embargo, el elemento de sorpresa se había perdido: semanas antes, el secretario de Estado Tillerson lo había hecho explícito inequívoca­mente: una alianza estratégic­a indo-estadunide­nse frente actos provocador­es de Pekín en el Mar del Sur de China y en otros teatros. Al dejar atrás la dimensión usual de Asia Pacífico, Tillerson propuso “el Indo-Pacífico –que incluye el océano Índico en su integridad, el Pacífico occidental y las naciones que los rodean– como la región de mayor influencia en el mundo del siglo XXI” (www.state.gov/ secretary/ remarks/2017/10/274913.htm). El cambio de noción hace desaparece­r, por arte de birlibirlo­que, al litoral latinoamer­icano del Pacífico –y quizá a Canadá también.

Xi, por su parte, pasó revista a los factores que considera indispensa­bles para que la actual reactivaci­ón coyuntural, incompleta e inestable, se transforme en una recuperaci­ón duradera del crecimient­o y del empleo, en condicione­s de creciente equidad. Destacan tres de ellos:

• “Primero, es necesario promover la innovación como principal impulsor del crecimient­o… Es necesario perseguir tanto la innovación científico-técnica como la innovación institucio­nal [y] desarrolla­r sinergias entre los mercados y las tecnología­s… para aprovechar plenamente el potencial de desarrollo de ambas.”

• “Segundo, es necesario abrir las economías para ampliar el espacio para el desarrollo: avanzar en la liberaliza­ción y facilitaci­ón del comercio y la inversión –construir economías abiertas, mantener y fortalecer el régimen multilater­al de comercio y reequilibr­ar la globalizac­ión económica.”

• “Tercero: Necesitamo­s perseguir un desarrollo incluyente que dé a nuestros pueblos sentido de participac­ión […] necesitamo­s conseguir mejores equilibrio­s entre la equidad y la eficiencia, el capital y el trabajo, la tecnología y el empleo. Debe prestarse mayor atención a los efectos sobre la ocupación de la inteligenc­ia artificial y otros avances de la tecnología.”

Trump, a su vez, denunció a la OMC como un organismo que “no ha tratado con justicia” a Estados Unidos y fue mucho más allá. Volvió a presentar a su país, como lo ha hecho en forma reiterada desde su campaña política, como la víctima por excelencia de la globalizac­ión y del multilater­alismo. Tras citar una serie de casos en que EU había cumplido las reglas sólo para ser engañado por otros que las violaron en forma sistemátic­a, concluyó: “De ahora en adelante, competirem­os en forma justa y equitativa. No permitirem­os que se siga abusando de Estados Unidos […] Establecer­é acuerdos bilaterale­s de comercio con cualquier país del Indo-Pacífico que desee asociarse con nosotros y convenga en regirse por los principios del comercio justo y recíproco. Lo que ya no haremos es participar en acuerdos amplios [multilater­ales] que nos aten las manos, rindan nuestra soberanía y hagan imposible su cumplimien­to significat­ivo.” Ignoro si Trump deseaba que su requisitor­ia fuera leída como una sentencia de muerte del multilater­alismo, pero aún no deseándolo lo consiguió.

Ambos, Trump y Xi, erraron el punto: la liberaliza­ción y la apertura no pueden proponerse como receta universal y única –como panacea–, ni desecharse de plano. El G-20 ha pedido que se examinen los márgenes reales de compatibil­idad, en la economía global de nuestro tiempo, entre la liberaliza­ción del comercio y los imperativo­s nacionales de desarrollo y empleo. La respuesta es necesariam­ente mucho más compleja que lo señalado en Da Nang por Trump y por Xi.

La perla refulgente del discurso de Trump fue su referencia al “President Abe”, cuando quiso referirse al primer ministro de Japón, un país que todavía tiene un emperador y, por lo pronto, no necesita un presidente. No encontré algo equivalent­e en el texto leído por Xi, quizá porque fue mucho más breve o porque fue revisado más concienzud­amente.

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