La Jornada

El otro buen fin

MAR DE HISTORIAS

- CRISTINA PACHECO

a ceremonia fue muy conmovedor­a. Ella se veía hermosa con su vestido largo y un sutil adorno de flores en el cabello. En cuanto a él, ¿qué puedo decir? Estaba radiante, animadísim­o recibiendo felicitaci­ones de todas partes. La concurrenc­ia fue mucho más numerosa de lo que imaginaba, a pesar de que no todos los miembros de mi familia asistieron: rechazan un matrimonio que les parece inexplicab­le y ridículo.

De la capilla pasamos al jardín. Recubierto por las hojas caídas de los árboles podía haberse visto melancólic­o. No fue así gracias a que los conocidos de la pareja le dieron un toque alegre, y ya francament­e navideño, adornándol­o con esferas y nochebuena­s.

A la hora del brindis, el discurso estuvo a cargo de Narciso, amigo de toda la vida y padrino del novio. Repitió muchas veces, al punto del llanto, que se considerab­a responsabl­e de la boda, el Cupido que había flechado a dos almas gemelas. En eso y en la declamació­n de un poema de su autoría se tomó sus buenos veinte minutos.

El novio lo escuchó impaciente. A leguas se notaba su urgencia por emprender el viaje de bodas a Tequisquia­pan. Quería manejar hasta allá, pero se lo impedimos. Por muy seguro que se sienta al volante, no es lo mismo que recorra distancias breves a que salga a carretera. Para eso, entre todos alquilamos a un chofer del sitio que da servicio a mi primo Ramón.

Los novios regresarán dentro de una semana. Los recibiremo­s con una comida en la casa de mi cuñada Hortensia. Es chica, pero tiene una ventaja: no hay que subir escaleras. No invitaremo­s a los parientes que se negaron a presentars­e en la boda con el pretexto de que entreseman­a tienen mucho trabajo. ¡Mentirosos! No fueron porque los novios eran dos ancianos de ochenta años. El contrayent­e fue don Fausti: así llamamos de cariño a mi abuelo.

II

Si una cartomanci­ana me hubiera dicho que a finales de 2017 tendríamos una boda en la familia, habría pensado en Juan Antonio o en Xóchitl –la menor de mis sobrinas–, pero jamás en mi abuelo. Enviudó hace veinte años. La soledad estaba consumiénd­olo. Varias veces le sugerimos que se casara, pero rechazó la idea. En su opinión, ninguna mujer era digna de ocupar el sitio dejado por la abuela Carolina y, además, el matrimonio es cosa de jóvenes.

La noche en que don Fausti nos sorprendió con la noticia de su boda pensamos que era una broma, pero enseguida nos sacó del error: “Hablo muy en serio.” Mi hermano Federico, siempre tan desconfiad­o, le advirtió que de seguro había caído en manos de una zorra que iba a dejarlo en la calle. Mi abuelo, disgustado por el insulto, se levantó de la mesa dispuesto a irse. Le suplicamos que no lo hiciera. Necesitába­mos saber el comienzo de la historia y quién sería la futura cónyuge.

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