La Jornada

Brasil, reserva regional de conservadu­rismo

- RAÚL ZIBECHI

l miedo provoca reacciones defensivas irracional­es. Todos hemos observado que cuando un avión se menea más de la cuenta, o un autobús amenaza salirse del camino, los pasajeros se persignan, aunque no sean creyentes, o se aferran a algún objeto, incluso a personas cercanas con las que nunca tendrían contacto físico. En efecto, el miedo nos lleva hacia actitudes extremas.

Días atrás en la ciudad de Brasilia escuché, en diferentes espacios, un relato que me dejó perplejo. Una madre salía del cine abrazada a su hija, en un shopping lujoso de clase alta. Fueron golpeadas porque las confundier­on con lesbianas.

Días después, la feminista Judith Butler fue acosada y violentada en un aeropuerto de Sao Paulo por su “ideología de género”. Se realizó una manifestac­ión en su contra, y otra en favor, se juntaron más de 300 mil firmas para impedir su conferenci­a y se sucedieron varias acciones agresivas.

Cuando se escuchan los argumentos de los detractore­s, aparece el miedo en primer plano. “El sueño de Judith Butler: destruir la identidad sexual de nuestros hijos”, podía leerse en uno de los carteles. “Hombre es hombre, mujer es mujer. No aceptamos que se difunda la idea de que un niño puede ser una niña. Y viceversa. Porque biológicam­ente es imposible”, dice un texto difundido por WhatsApp.

Los conservado­res, agrupados en el Movimiento Brasil Libre (MBL) y en la Escuela Sin Partido, consiguier­on que se retirara un anuncio de jabón en la televisión, que decía: “Vamos a reflexiona­r. Jugar a las casitas es cosa de niñas. Montar en patineta es cosa de niños. Esas reglas parecen cosa del pasado, ¿verdad? Deje a su hijo saltar y explorar con libertad” (goo.gl/qqFrSm).

El vocablo “fascista” viene rápidament­e a la mente para dar cuenta de semejante intransige­ncia, sumada a una ignorancia rayana en la estupidez. Sin embargo, tiene escasa utilidad para comprender a esOs señores y esos jóvenes que realmente sienten miedo, y asco, ante la posibilida­d de que sus hijas sean lesbianas o sus hijos gays. O que opten por sexualidad­es que, sencillame­nte, no comprenden como transgéner­o, transexual o intersexua­l, que van más allá del binarismo homo/hetero.

No conozco a nadie que tenga hijos e hijas, que adie puede negar nunca haya sentido preocupaci­ón ante la posible opción sexual heterodoxa de sus hijos-hijas, aunque esté predispues­to a apoyarlos. Aceptarlos supone un trabajo interior que muchas personas no están dispuestas a realizar, porque implica desprender­se de valores, juicios y sobre todo prejuicios. Lo que quiero reflexiona­r es porqué personas comunes adoptan esas actitudes, más allá de las usinas ideológica­s que las difunden.

Me parece importante, además, intentar comprender porqué Brasil se ha convertido, aquí y ahora, en un reservorio de conservadu­rismo que puede ser tan intenso como para influir en toda la región sudamerica­na, con la misma fuerza que una década atrás influyeron las propuestas de integració­n regional y el proyecto de convertir a Brasil en potencia global.

Encuentro tres problemas a debatir.

Uno, la enorme desigualda­d existente en Brasil, el país más desigual del mundo. El 1 por ciento acumula entre 25 y 30 por ciento de la renta, y eso se ha mantenido sin cambios a lo largo del tiempo, de modo que la desigualda­d se ha naturaliza­do en una sociedad donde, además, el ascenso social históricam­ente ha estado reservado a los ricos, blancos y varones con formación académica.

Dos, el colonialis­mo y el racismo, que son el núcleo duro de la desigualda­d. Algo más de la mitad de población, 100 millones de personas, se consideran negros y negras. Ocupan los escalones más bajos de la pirámide de ingresos, viven en los barrios más precarios (en general

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