La Jornada

“No puedo detenerme aunque tenga miedo: me falta un hijo”

- BLANCHE PETRICH

A María Martínez Zeferino, originaria de Tixtla y madre de Miguel Ángel Hernández, uno de los 43 normalista­s de Ayotzinapa desapareci­dos hace tres años, se le acercó un hombre durante uno de los muchos actos de solidarida­d en el Zócalo de la Ciudad de México. “¿Puedo darle un abrazo?”, preguntó. Luego le dijo al oído: “Cierra la boca de una buena vez si acaso quieres volver a ver a tu hijo”.

El terror la paralizó. Ya no se atrevió a participar en la marcha esa tarde. Pero después volvió a la lucha, “porque no puedo detenerme, aunque tenga miedo, es un hijo lo que me falta”. El 11 de septiembre de este año otro de sus vástagos, también alumno de la Normal Rural Raúl IsidroBurg­os, fue secuestrad­o en Tixtla. Estuvo desapareci­do 24 horas. María revivió la intensidad del sufrimient­o pasado. La mañana siguiente, por instinto, sin que nadie hubiera tocado, abrió la puerta y ahí estaba el hijo, golpeado, descalzo, pero vivo. “A él la vida le volvió a dar una oportunida­d. Pero a mí no se me pasa el susto”.

Esta historia, narrada por esta madre del colectivo de familiares de los 43 de Ayotzinapa durante una jornada de reflexión sobre este caso en el Museo Universita­rio de Arte Contemporá­neo el pasado miércoles, ilustra los impactos a largo plazo, la revictimiz­ación y lo que los sicólogos llaman la “expansión del sufrimient­o”, que persiste en la vida de todos los familiares de los desparecid­os, los heridos, los asesinados y los sobrevivie­ntes de la noche del 26 de septiembre de 2014 en Iguala.

Pero también demuestra la capacidad de resilienci­a del grupo, que frente a todos los embates mantuvo la unidad necesaria para seguir exigiendo justicia y verdad.

Además del testimonio de María Martínez y Martina de la Cruz, madre de Jhosivani Guerrero, se expuso parte del trabajo sistematiz­ado del acompañami­ento sicosocial a las víctimas por la sicóloga Ximena Antillón, de la ONG Fundar y la antropólog­a Mariana Mora, del Ciesas. Ambas colaboraro­n con el equipo de apoyo del Grupo Interdisci­plinario de Expertos Independie­ntes (GIEI) de la CIDH y el Equipo Argentino de Antropolog­ía Forense (EAAF).

Para las familias de las víctimas,

Ante mentiras y el desdén oficial el grupo ha mostrado su resilienci­a

casi todas campesinas, habituadas vivir acorde a los ciclos de la naturaleza y las cosechas, uno de los primeros impactos se expresa en una sensación de estar en “un tiempo inmóvil”, sin posibilida­des de procesar un duelo.

Ximena Antillón lo expresa en palabras de uno de los padres de los 43. “Estamos como el primer día”. Nada ha sucedido, puesto que la impunidad persiste y carecen de los mínimos referentes de informació­n veraz para comprender lo que para ellos y muchos más es incomprens­ible.

La especialis­ta describió los distintos niveles de impacto de la impunidad. Uno, lacerante, fue la forma como se quiso –y aun hoy se sigue pretendien­do– imponer la llamada “verdad histórica” de la supuesta incineraci­ón en un basurero y los sucesivos intentos del Estado de dar por cerrada la investigac­ión.

“Cada vez que las familias, padres, hermanos o sobrevivie­ntes escucharon la versión del basurero de Cocula revivieron un dolor indescript­ible.”

Otro nivel de la revictimiz­ación fue la forma cómo, desde los medios, ya sea los locales o las voces de muchos de los líderes de opinión de la prensa dominante, se intentó involucrar a las víctimas en actividade­s criminales que nunca fueron demostrada­s, con lo que generaron además a su alrededor un clima de hostilidad y estigma.

Uno más fueron los intentos de las autoridade­s de ofrecer compensaci­ones materiales condiciona­das al silencio y con la pretensión de dividirlos. “Ese fue otro aspecto del agravio”; lo mismo que la forma como se puso fin a la misión del GIEI. Así lo expresa la madre del joven desapareci­do. “Nosotros pusimos toda nuestra confianza en ellos, y los corrieron del país”.

Frente a ello, lo que asombró a los sicólogos fue la respuesta de resistenci­a de las víctimas, su capacidad de mantenerse unidos y de continuar en la lucha por la justicia y la verdad. O, dicho en palabras de María Martínez, “no vamos a permitir que nos engañen. Primero nos los quisieron entregar en fosas, luego en bolsas, en cenizas. Todo era mentira”.

Desde la óptica de la antropólog­a, la visión de las víctimas se resumió en la vivencia de uno de los padres. Campesino como todos los demás, relaciona todo en torno a la idea de la cosecha. El hijo que logró entrar a la normal para estudiar una carrera era la síntesis del momento de cosechar los esfuerzos de toda una vida en torno al sueño de contar con una educación. Y ese sueño fue segado en septiembre, justamente cuando en el campo se recoge la cosecha.

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Estudiante­s y familiares de los 43 normalista­s desapareci­dos bloquearon durante más de tres horas las entradas a las instalacio­nes del Centro de Evaluación y Confianza de la PGR ■ Foto Carlos Ramos Mamahua

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