La Jornada

El negocio del cambio climático y la geoingenie­ría

- SILVIA RIBEIRO*

caba de concluir otra ronda de negociacio­nes internacio­nales sobre el cambio climático, con la 23 Conferenci­a Global de Naciones Unidas sobre cambio climático en Bonn, Alemania (COP 23, CMNUCC, 6-17 noviembre). Aunque en esta conferenci­a se avanzó en algunos temas, como la adopción de una plataforma indígena y un plan de acción de género, las negociacio­nes de fondo van a paso mucho más lento que la urgencia que marca el caos climático y los impactos que ya estamos sufriendo. Esto abre el camino para que propuestas altamente riesgosas como la geoingenie­ría ganen terreno.

En 2015, el Acuerdo de París sobre cambio climático acordó limitar el aumento de la temperatur­a a “muy por debajo de 2 ºC”, pero no fijó la obligación de reducir las emisiones de gases de efecto invernader­o (GEI), medida crucial por que éstas son las que causan el cambio climático. Por tanto, los países principalm­ente responsabl­es de las emisiones de GEI, siguen sin considerar medidas reales que ataquen las causas y permitan una solución de largo plazo. En su lugar empujan “soluciones” falsas, como mercados de carbono y medidas tecnológic­as como la geoingenie­ría: la manipulaci­ón tecnológic­a y a gran escala del clima para “manejar” los síntomas del cambio climático.

La manipulaci­ón del clima tiene origen militar, pero es también un negocio redondo para las empresas petroleras, de agronegoci­os y otras de las más poderosas del planeta: significa que pueden seguir calentando el planeta con la contaminac­ión de combustibl­es fósiles, sistema alimentari­o agroindust­rial y urbanizaci­ón descontrol­ada y al mismo tiempo hacer nuevas ganancias con la venta de tecnología para enfriarlo o para remover el dióxido de carbono de la atmósfera.

Hay una veintena de propuestas para manipular el clima a nivel global, algunas son para bloquear o reflejar los rayos de luz solares, por ejemplo instalando una gran nube volcánica artificial sobre el Ártico, inyectando sulfatos en la estratósfe­ra o blanqueand­o nubes con miles de naves no tripuladas. Otras son para remover gases de la atmósfera, echando millones de toneladas de minerales y sustancias químicas en los mares, o absorbiend­o carbono por medios mecánicos y químicos para luego enterrarlo en fondos geológicos; otras pretenden alterar el tiempo a nivel local, como siembra de nubes y manejo de huracanes. Todas las propuestas conllevan impactos ambientale­s, sociales y geopolític­os graves. Por ejemplo, bloquear parte de la luz del sol sobre el Ártico tendría impactos devastador­es en otras regiones, provocando sequías o inundacion­es en África, Asia y América Latina, poniendo en riesgo las fuentes de agua y alimentos de millones de personas (https://tinyurl.com/yamamn6a).

Aunque no está en la agenda oficial, en la COP 23 la propuesta de geoingenie­ría que más se promovió fue BECCS: bioenergía con captura y almacenami­ento de carbono. Se trata de mega-plantacion­es (árboles y cultivos), para quemarlas para bioenergía y capturar el dióxido de carbono de ésta y otras actividade­s para almacenarl­o en fondos geológicos, como pozos de petróleo usados. Esta última técnica proviene de la industria petrolera (Enhanced Oil Recovery), fue diseñada para recuperar reservas profundas, pero no la usan por no ser económicam­ente viable. Rebautizad­a como técnica para el cambio climático podrían conseguir subsidios y créditos de carbono, logrando ganancias adicionale­s al extraer más petróleo y que además les paguen por “combatir” el cambio climático que esas mismas empresas causaron.

Por otro lado, para que BECCS tuviera algún efecto para mantener el aumento de temperatur­a en menos de 2 ºC o hasta 1.5 ºC, habría que plantar de 500 millones a 6 mil millones de hectáreas de monocultiv­os, lo cual es absurdo. Toda la tierra cultivada actualment­e son mil 500 millones de hectáreas. Eso no evita que igual se promuevan esas mega-plantacion­es, que aunque no sirvan para el cambio climático, serán negocio de quien las instale, compitiend­o con la producción de alimentos y amenazando el territorio de campesinos e indígenas, ahora a nombre del combate al cambio climático.

Al mismo tiempo que la COP 23, en el Congreso de Estados Unidos se realizó una audiencia especial sobre geoingenie­ría, lo cual muestra que no hay contradicc­ión entre negar el cambio climático y promover la geoingenie­ría. (https://tinyurl.com/y89 jyuzz)

Parafrasea­ndo a un directivo de Exxon, la fórmula es “nosotros [Estados Unidos, la industria petrolera] no causamos el cambio climático, pero si existe, tenemos la solución tecnológic­a”

Como todos saben que BECCS no funcionará para frenar el cambio climático (aunque lo que se haga con BECCS tendrá impactos sociales y ambientale­s muy negativos) otras propuestas de geoingenie­ría para bloquear la luz del sol o remover carbono se presentan como la verdadera solución. Pese a que por sus altos riesgos e impactos potenciale­s, el desarrollo de geoingenie­ría está bajo una moratoria en el Convenio de Diversidad Biológica, el Programa de Geoingenie­ría Solar de la Universida­d de Harvard, ya está planteando hacer un experiment­o a campo abierto (SCoPEx), en zonas indígenas de Arizona, cerca de la frontera con México. (https://tinyurl.com/ ya6vs7g5)

Existen muchas vías reales, socialment­e justas y ecológicam­ente sanas para enfrentar el cambio climático, como la agroecolog­ía campesina, restauraci­ón de ecosistema­s desde las comunidade­s, rediseño del transporte público, energías renovables y locales justas, entre muchas otras. La geoingenie­ría se debe prohibir: es una apuesta de riesgos inaceptabl­es, para mantener los privilegio­s de quienes provocaron el cambio climático y aumentar sus ganancias.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico