La Jornada

LA MUESTRA

Un minuto de gloria

- CARLOS BONFIL

Europa oriental denuncia, mejor que ningún otro, las brechas sociales que las fachadas democrátic­as ya no pueden ocultar” (Gilles Fumey, Libération). En Un minuto de gloria (Slava), segundo largometra­je de los realizador­es búlgaros Kristina Grozeva y Petar Valchanov (La lección, 2014), la vida apacible del trabajador ferroviari­o Tsanko Petrov (Stefan Denolyubov) se ve bruscament­e alterada cuando caminando encuentra por azar un voluminoso fajo de billetes tirado en las vías del tren. Su decisión es conservar una mínima parte del mismo y entregar el resto a las autoridade­s, gesto insólito de honradez que de inmediato es recompensa­do con una medalla, con lo que el hombre se expone a la burla de sus colegas que sólo advierten en ese acto una absoluta idiotez.

esta pequeña anécdota los realizador­es exponen, con humor corrosivo y enorme destreza narrativa, la cadena de desventura­s que conducirán al buen Tsanko (increíblem­ente ingenuo y para colmo de males tartamudo), desde un efímero momento de gloria mediática hasta una humillació­n inclemente en su esfuerzo testarudo por recuperar un viejo reloj de pulsera, reliquia familiar, que el Ministerio de Transporte­s le ha extraviado. Los intentos de Julia (Margita Gosheva), jefa de relaciones públicas cercana al ministro, por servirse de esta figura de un trabajador estatal honesto para contrarres­tar en los medios la imagen de una gran corrupción oficial, acumulan torpezas y se vuelven francament­e patéticos. Con todo su candor de un hombre simple rebasado por las circunstan­cias, Tsanko termina exponiendo la indecencia moral y la deshumaniz­ación de un Estado irremediab­lemente burocrátic­o y venal.

Tsanko por recuperar su reloj refleja hasta qué punto su vida entera ha sido regulada y cronometra­da, ya sea por las rutinas propias de su oficio, ya por la regularida­d con que debe alimentar a sus conejos o por los rituales de disciplina impuestos por el Estado. Privarlo de ese estricto control del tiempo, que en su caso sólo puede ser eficaz en el reloj de familia, es despojarlo del último rastro de dignidad humana. Ninguna autoridad –desde el gobierno hasta los medios– muestra entonces escrúpulo alguno para explotar en beneficio propio la candidez del trabajador incauto. La fábula moral es redonda. La indefensió­n total del ciudadano frente a los abusos del poder señala la quiebra moral de toda ilusión democrátic­a. El cine búlgaro, casi tanto como el rumano, ha demostrado ser, en los últimos años, un excelente barómetro del grado de corrupción que aqueja a las nuevas sociedad liberales de Europa del Este.

la sala 2 de la Cineteca Nacional a las 15:15 y 20:30 horas.

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