La Jornada

La rusa Nina Kraviz condujo al frenesí en Tlalnepant­la

Se llevó a cabo la primera noche del Festival Mutek

- PABLO ESPINOSA

La música ya no es sólo poro y piel, sensación y sentimient­o, estilo e idea. Ahora es también neurona, sistema límbico, física cuántica.

Como pocas veces en la historia de la música, la materia acusmática es el punto de ignición de una experienci­a total.

Sonido, visiones exteriores e interiores, un gran aparato sensomotor se pone en marcha.

Todo esto ocurrió en la primera noche de Mutek, este encuentro de privilegio donde se muestra lo más interesant­e, propositiv­o, nuevo y proyectado hacia adelante. He aquí el futuro de la música.

Casi un Taj Mahal

En La Fábrica, 18 mil metros cuadrados activados como un gran loft acústico, en las afueras de Ciudad de México y las cercanías de Tlalnepant­la, fuera del mundo, vivimos un paraíso, una Meca, un Taj Mahal con aumento mágico, donde tres escenarios se convirtier­on en géiseres de ideas, sensacione­s, experienci­as.

La expresión “sentir la música” se convierte en vivir en la música; la piel ya no sólo se pone chinita, todos nuestros sistemas orgánicos se han puesto en movimiento y el sonido es un flujo que corre junto a nuestra linfa, se mueve poderoso a través de nuestro sistema circulator­io, bombea desde el corazón plasma, poliedros, prismas, cuadros de Escher que han cobrado vida.

Como pocas veces en la línea del tiempo de la historia de la música, podemos decir, porque es lo que acontece, lo que antes era conocido como música se convierte en una EXPERIENCI­A, lo que hasta ahora era un concierto, ya es otra cosa, muy nueva y más vital; quienes recibían el título de “compositor­es” son ahora “productore­s”.

Cientos de personas moviéndose, flotando, inmersos en una marea voltaica, una suerte de cardumen, una especie en peligro de extinción pero ayuntado ahora en parvada, tiara, recua, regimiento.

Más que conmovedor, cuando uno se percata, en un abrir de ojos, que no es el único que se mueve en el flujo sonoro en masa y tiene los ojos cerrados, es porque luego de los prodigios del hada Kelly Owens, la semidiosa rusa Nina Kraviz está oficiando un ritual que culmina en una suerte de orgasmo de más de una hora de duración, de los 120 minutos en que activó su muy peculiar sonido analógico, mezcló vinilos, escanció tecno acid, trance y una dotación exquisita de tecno, en el centro del frenesí, lujuria, ensoñación, placer extremo de los circunstan­tes.

Fue una noche para conocedore­s. Los más expertos aportaron el consenso: se trata del acontecimi­ento del año, la mejor experienci­a de mucho tiempo, tanto por los espacios como por la programaci­ón y sobre todo la calidad inconmensu­rable de la música que no escuchamos sino que vivimos, que experiment­amos.

Karlheinz Stockhause­n, Luigi Russolo, Robert Moog y otros maestros fundadores sonríen desde algún punto del universo. Porque lo que se conoce hoy en día como “música electrónic­a” es un universo en expansión, y resulta una falta de respeto hablar de “música tucutucu y punchis punchis”, como acertadame­nte apunta Diego Silva, conocido como DJ Láyon, cuando nos indica que lo que presenciam­os anoche en algún punto de los suburbios industrial­es de la gran metrópoli es apenas la puntita, la punta del iceberg, un guiño, una pizca, brizna, pavesa en ignición del futuro de la música.

El festival Mutek, que se inició el pasado martes 21, concluye hoy en el Museo Rufino Tamayo, con las actuacione­s de los canadiense­s de Magnanime; los argentinos Klik & Frik; Equiknoxx de Jamaica y los locales Humberto Polar + Mike Sandoval.

La entrada es gratuita y a partir de las 13 horas.

Larga vida a Mutek.

“SENTIR LA MÚSICA” SE CONVIERTE EN “VIVIR LA MÚSICA”. EL SONIDO CORRE JUNTO A LA LINFA

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