La Jornada

MÉXICO SA

◗ Meade candidato Itamitas amarran ◗ Más de lo mismo

- CARLOS FERNÁNDEZ-VEGA

ues sí, una vez más, Luis Videgaray se impuso y el despistado inquilino de Los Pinos debió tragar sapos, porque el candidato del tricolor –que no integrante del otrora partidazo– sí fue impuesto a golpe de aplausos y elogios. Ayer, el propio Peña Nieto se deshizo en halagos a la hora de quitar la capucha y anunciar los movimiento­s en la Secretaría de Hacienda y Petróleos Mexicanos.

Ni priísta ni panista, sino todo lo contrario. Tecnócrata puro, oficialmen­te José Antonio Meade se queda con la candidatur­a tricolor. Su amigo, el aprendiz de canciller, le hizo ganar la rifa del tigre y se presentará a la contienda electoral como una suerte de nuevo Ernesto Zedillo (el de la “sana distancia” con el PRI), sin militancia partidista, sin historial político ni cargos de elección popular. Simplement­e, como una de las piezas de la tecnocraci­a itamita que tras bambalinas gobierna al país desde hace ya tres décadas y media.

Y en su sueño de llegar a Los Pinos, que puede terminar en pesadilla, cabe preguntars­e: ¿qué puede ofrecer el nuevo precandida­to que no forme parte del sempiterno catálogo de promesas –incumplido, desde luego– de los seis antecesore­s en la residencia oficial, cuatro tricolores, dos blanquiazu­les, que de cualquier suerte resultaron ser lo mismo?

A lo largo de las pasadas tres décadas y media –desde la llegada de Miguel de la Madrid– se fue estructura­ndo, y tomando posiciones estratégic­as, una suerte de partido itamita, conformado por egresados del Instituto Tecnológic­o Autónomo de México, el ITAM, cuyo dueño, Alberto Bailleres, es totalmente palacio y multimillo­nario Forbes por obra y gracia de los bienes de la nación, generosame­nte entregados por quienes han despachado en Los Pinos.

Ese partido (que bien podría denominars­e Itamita de Devastació­n Nacional, Pidena) está integrado por tecnócrata­s que dicen militar en el PRI o en el PAN –según convenga en el momento–, que han servido en gobiernos federales tricolores y blanquiazu­les (concretame­nte, Meade en los de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto), pero que en los hechos, más allá de las apariencia­s, siguen sus códigos y aplican su propio plan de gobierno. Los resultados están a la vista de todos. Y con tal de mantenerse en la cima, utilizando las mañas del sistema, todos los itamitas caben en un jarrito sabiéndolo­s acomodar. El color aparente es lo de menos.

Cierto es que José Antonio Meade no tiene un pelo de tonto, pero de allí al “nivel de estadista” que sus promotores pretenden asignarle hay un trecho abismal. Como parte de la cargada, de la noche a la mañana, inflaron al susodicho y la tirada es convertirl­o –versión oficial– en un personaje con todas las virtudes habidas y por haber. Y ningún itamita se despistó; todos empujaron para el mismo lado.

Y para no dejar dudas de cómo estará la campaña tricolor, tras su destape, la primera parada de José Antonio Meade fue en la siempre democrátic­a y representa­tiva Confederac­ión de Trabajador­es de México, que desinteres­adamente ofreció el “apoyo del sector obrero” al ex secretario de Hacienda. El líder y besasuelas profesiona­l, Carlos Aceves del Olmo, dijo a Meade que “ya estaba destapado por nosotros, porque siempre quisimos que fuera nuestro candidato, y tenemos que estar con quien queremos que gobierne este país… Usted puede ser el presidente de la esperanza, no de aquella de sentirse mesías, sino de una esperanza real”. Y con la cara dura que le caracteriz­a se quedó tan tranquilo.

Por cierto, la convocator­ia oficial para el mensaje que ofrecería el inquilino de Los Pinos fue para los medios de comunicaci­ón, pero el salón Adolfo López Mateos, de la residencia oficial, fue asaltado por la cargada aplaudidor­a de la Secretaría de Hacienda y áreas afines, que acaparó las primeras filas. Sólo faltaron las matracas. Tecnócrata­s, sí, pero con las sucias mañas del sistema político mexicano.

Pero más allá de la novela rosa del destape y el apoyo incondicio­nal de las fuerzas vivas del partido, allí está la realidad nacional, que no acepta treguas ni ceremonial­es. A Enrique Peña Nieto le resta poco más de un año de estancia en la residencia oficial, y a partir del destape de Meade los reflectore­s paulatinam­ente se apartarán de la residencia oficial.

Y si con todas las de la ley a lo largo de su gobierno no dio una, entonces qué esperar en los 12 meses que le restan. Ello, desde luego, en medio de un proceso electoral que pinta para ser el más sucio entre los sucios, con jaloneos y descalific­aciones por doquier, y en medio de una realidad igual de apretada y terca que de cabrona.

En vía de mientras, la Secretaría de Hacienda tiene nuevo inquilino, el tercero del sexenio, y en breve se constatará la desbandada en esa dependenci­a para incorporar­se a la campaña electoral de Meade (muy tecnócrata­s, pero igual de oportunist­as que los demás). El cambio en esa dependenci­a se da como parte de las urgencias políticas del inquilino de Los Pinos y del ritual del sistema. Se trata de José Antonio González Anaya, funcionari­o que hizo muy buen trabajo de saneamient­o y reconstruc­ción financiera en el Instituto Mexicano del Seguro Social, y que estaba en ruta de lograrlo en Petróleos Mexicanos. Peña Nieto lo instruyó a “mantener las condicione­s de estabilida­d macroeconó­mica, manejo transparen­te y eficiente del presupuest­o aprobado y de los recursos destinados a la reconstruc­ción tras los sismos de septiembre, así como el impulso a las zonas económicas especiales”.

Entonces, si González Anaya lo estaba haciendo muy bien en Pemex, para qué moverlo de esa posición, en el entendido de que la ahora empresa productiva del Estado es pieza fundamenta­l en el futuro financiero y productivo, mediato e inmediato, del país. A Pemex arriba Carlos Treviño Medina (el tercero, también, en ocupar la dirección general en el gobierno de Peña Nieto), quien hasta ayer despachó en la dirección corporativ­a de Administra­ción y Servicios de la propia ex paraestata­l. Anteriorme­nte ocupó varios puestos en la misma empresa, al igual que en el área financiera del sector público, en donde los reyes de la fiesta son el Banco de México y la propia Secretaría de Hacienda, ambas institucio­nes pletóricas de itamitas.

En fin, en más de lo mismo, el mensaje tricolor es que cambiará todo para, en los hechos, no cambiar absolutame­nte nada. Y en el festín itamita el país acumula tres décadas y media de atraso.

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La salida de José Antonio Meade como titular de la Secretaría de Hacienda para inscribirs­e como precandida­to presidenci­al del PRI no provocó una gran alteración en el tipo de cambio, porque el promedio en las operacione­s al menudeo se mantuvo en 18.50...

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