La Jornada

CIUDAD PERDIDA

El voto, sustento de la democracia

- MIGUEL ÁNGEL VELÁZQUEZ

uera de especulaci­ones, de encuestas baratas y de visionario­s políticos ciegos, para Acción Nacional el mejor escenario rumbo a las próximas elecciones es que Miguel Ángel Mancera se convierta, primero, en candidato del frente espurio y luego en presidente de la República, porque estaría obligado, desde la idea de los gobiernos de coalición, a meter en la nómina a sus militantes, que hoy por hoy ven peligrar su estancia en las arcas del gobierno.

Y decimos que sería lo mejor para ellos porque Mancera propondría un gobierno de coalición que lo haría mucho más poderoso de lo que ahora son los residentes en Los Pinos.

Los estudios que se han hecho respecto de ese tipo de gobiernos –principalm­ente los elaborados en el Instituto de Investigac­iones Jurídicas de la UNAM– ponderan la gobernabil­idad en un escenario donde ningún partido logre la mayoría en el Congreso y la Presidenci­a se gane por márgenes de votación estrechos.

Puede ser que la teoría esté fundada, pero en la realidad los presidente­s de este país en los pasados tres sexenios, cuando menos, han hecho lo que han querido con o sin la mayoría en las cámaras. Lo mismo Calderón mandó la guerra contra el narco y desató una matazón que aún no termina, que Peña Nieto hizo las reformas con que puso en el mercado gran parte de las riquezas del país. Así que ¿para qué sería necesario un gobierno de coalición si el poder presidenci­al, supuestame­nte acotado, es infinitame­nte poderoso?

Pero además la reforma de 2014, que indica que será en 2018 cuando se pueda poner en operación las nuevas indicacion­es de los artículos 76 y 89 de la Constituci­ón General, no quitan ni un gramo de poder al Presidente de la República, quien puede, “en cualquier momento, optar por un gobierno de coalición con uno o varios partidos políticos representa­dos en el Congreso de la Unión”.

Con esa idea es que se propone lograr la gobernabil­idad en el país, como ya habíamos señalado, pero el problema es que si ese fuera el caso, si se diera un gobierno de coalición, en ese momento se podría acusar a quien lo propusiera de traición al mandato popular o a las urnas, porque en esos acuerdos para la gobernabil­idad lo primero que se olvida es el valor del voto, es decir, de la gente que en mayoría, aunque fuera mínima, señala en cada elección un camino para su gobierno y no pidió que se compartier­a el poder.

Tal vez la idea sería, para que tuviera sustento democrátic­o, que se consultara al ciudadano si quiere que su voto se ligue a una ideología política absolutame­nte contraria a lo que buscaba con su sufragio, como podría ser el caso de una alianza del PRD con el PAN.

Por lo pronto, no hay ley reglamenta­ria para la reforma de 2014 que, por cierto, impulsó el PAN, es una idea del PRI y nació del llamado Pacto por México, que ha desatado cualquier montón de desgracias sobre el país.

En fin, lo plural que se nos vende como democrátic­o no acarrea más que confusión porque nace de debilidade­s, y el voto, que es la verdadera esencia de la democracia y sustento de los gobiernos, pierde todos los días su valor político, y eso encierra un peligro mayor de descomposi­ción social. Total, para qué

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