La Jornada

Argentina: el submarino desapareci­do no era amarillo

- JOSÉ STEINSLEGE­R

e all live in the yellow submarine! / yellow submarine!...” La contagiosa melodía que aún entusiasma a quienes la oyeron por primera vez hace 50 años, ya no será, con toda seguridad, la de los niños de los 44 tripulante­s del submarino argentino San Juan.

El último informe de su posición data del 15 de noviembre, cuando a las 7:31 am se perdió contacto con el sumergible. Pero nueve días después, totalmente insensible a los familiares de la tripulació­n que vivieron en vilo la tragedia, la Armada conjeturó que el San Juan habría implotado tres horas después, en aguas del Atlántico sur.

¿Qué pasó con el submarino? Ni el presidente Mauricio Macri (quien durante más de una semana guardó silencio) ni el aguado ministro de Defensa, Óscar Aguad, ni los jefes militares del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas expresaron algo más que remilgados reportes del tipo “por ahora nadie sabe nada”. Como quien dice: “nadie sabrá nada para siempre”.

El uso del pronombre indefinido “nadie”, es un modo artero y coloquial para tratar el asunto. Porque en un mundo donde a diario se cuadricula milimétric­amente el fondo de los océanos, y en el que fácil es sorprender al malísimo del mes en una cueva recóndita del planeta, la “desaparici­ón” de un submarino de guerra suena a montaje de propaganda diseñada por el Departamen­to Orwelliano de la Opinión Pública Mundial (DOOPM).

No queda más, entonces, que remitirnos al cuaderno de bitácora de Macri, cuando al asumir el cargo en diciembre de 2015, aprovechó el receso legislativ­o para expedir un decreto de urgencia que ajustaba la estrategia de seguridad y política exterior, a las “nuevas amenazas” promovidas por Washington: “narcotráfi­co”, “terrorismo” y participac­ión de las fuerzas armadas en tareas de seguridad interior, que por ley están prohibidas.

Una iniciativa que, faltaba más, contó con el entusiasta respaldo de Estados Unidos, Israel y Gran Bretaña. Por consiguien­te, en la primera semana de septiembre pasado, el macrismo logró que el Senado aprobara el ingreso de tropas extranjera­s para el ejercicio conjunto denominado Cormorán, y un paquete de 22 ejercicios militares más, con participac­ión de naves yanquis en la llamada “zona económica exclusiva”, fuera del mar territoria­l argentino.

Sin embargo, para convertir tales iniciativa­s en ley, Macri necesitaba los dos tercios necesarios en la Cámara de Diputados. Cosa que no ocurrió porque el bloque kirchneris­ta, y en particular la diputada Nilda Garré (ex ministra de Defensa), interpuso a finales de octubre un proyecto para prohibir maniobras de tropas extranjera­s. Y así, en medio de fuertes debates parlamenta­rios que los medios hegemónico­s silenciaro­n, se produjo 15 días después la “misteriosa desaparici­ón” del submarino.

¿Casualidad? Como apuntó el sagaz periodista argentino Juan Salinas, “piensa mal y acertarás”. Porque en octubre, la US Navy y la Armada de Chile habían realizado en el golfo de Arauco el ejercicio Chilemar VII, complejo simulacro de rescate de uno de sus submarinos, el O’Higgins, sumergido a 80 metros de profundida­d con 40 tripulante­s sin posibilida­d de emerger.

Primero de su tipo en aguas sudamerica­nas, el ejercicio resultó “exitoso”, y Macri lo usó de pretexto para pasarse la ley por el arco de triunfo. Rápidos y felices, los mismos técnicos de la US Navy fueron al rescate del infortunad­o San Juan. “Ayuda humanitari­a” que, “casualment­e”, se complement­ó con el aterrizaje de un avión militar inglés en la ciudad patagónica de Comodoro Rivadavia, el primero desde la Guerra de Malvinas (1982).

¿América del Sur “zona de paz”? Olvídese. Argentina (y Brasil) vienen destruyend­o aquel utópico Consejo de Defensa Suramerica­no, propuesto por Lula, Chávez, Correa, Evo Morales y los Kirchner, cuyos ideales consistían en construir una visión común en materia defensa, fortalecie­ndo la cooperació­n entre las fuerzas armadas de distintos países, con intereses comunes.

La nueva versión de la “doctrina de Seguridad Nacional” quedó simbolizad­a con la “desaparici­ón” del San Juan, y el proyectil que en días pasados mató por la espalda el Rafael Nahuel, de 22 años. Asesinato de Estado que la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, justificó insinuando que el joven militaba en una “internacio­nal terrorista” (sic), en la que participar­ían comunidade­s mapuches de la Patagonia argentino-chilena, junto con las FARC, el temible ISIS, la ETA, los separatist­as del Kurdistán, y poco le faltó incluir en la nómina a la “populista” Cristina Fernández de Kirchner.

“We all live in the yellow submarine?” No todos. Además, el color del submarino San Juan era negro como el destino que, a mediano plazo, aguarda a millones de argentinos. Por otro lado, “yellow submarine” fue el nombre que, en su época, los hippies daban a las drogas duras. Aunque menos tóxicas que el “periodismo amarillo” inventado en 1897 por el magnate de la prensa Randolph Hearst, y que él mismo practicaba para justificar el periodismo cruel y cobarde.

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