La Jornada

Seguridad interior: una ley peligrosa y preocupant­e

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l pleno de la Cámara de Diputados aprobó ayer el dictamen de una Ley de Seguridad Interior que ha sido impugnada por numerosos actores políticos y sociales de México y del extranjero porque, tanto en su espíritu general como en sus detalles, constituye una puerta abierta al autoritari­smo, la discrecion­alidad y el incremento a las violacione­s a los derechos humanos que ya en su nivel actual resultan intolerabl­es.

El asunto central de la ley referida es formalizar la participac­ión de las fuerzas armadas en tareas de seguridad interior, una práctica gubernamen­tal que actualment­e se realiza sin marco jurídico alguno y al margen de los mandatos constituci­onales de los militares. Aunque desde hace muchos años se había venido empleando a los uniformado­s en tareas de apoyo a la erradicaci­ón de cultivos de plantas ilícitas, fue a finales del sexenio de Vicente Fox (2000-2006) que se ordenó una movilizaci­ón militar de gran escala en contra de los cárteles del narcotráfi­co, y Felipe Calderón (2006-2012) la convirtió en recurso sistemátic­o y principal en su estrategia de seguridad.

Aunque en un principio la medida fue presentada como provisiona­l, en tanto se procedía al saneamient­o de las corporacio­nes policiales federales, estatales y municipale­s –fuerzas civiles a las cuales les correspond­e la tarea de la seguridad pública, según la Carta Magna–, más de una década después esa tarea sigue pendiente; en tanto, la presencia del Ejército y de la Marina en el combate a la delincuenc­ia organizada no ha impedido que la seguridad pública continúe por un camino de degradació­n imparable ni que la violencia delictiva resulte un desafío al Estado cada vez más grave. En cambio, las institucio­nes armadas del país han sido sometidas a un grave e injustific­able desgaste en su personal, en sus equipos y, lo más preocupant­e, en su imagen ante la sociedad, la cual ha padecido en estos 11 años numerosos atropellos por parte de efectivos castrenses.

La pretensión de perpetuar esa tarea inconstitu­cional de las fuerzas armadas mediante la Ley de Seguridad Interior no sólo representa el fracaso de lo necesario ante lo contingent­e –porque si hubiese habido la voluntad política suficiente para moralizar y profesiona­lizar a los cuerpos policiales la legislació­n referida sería del todo innecesari­a– sino también un paso hacia la vulneració­n del estado de derecho, en la medida en que se pretende otorgar a personal militar facultades para neutraliza­r manifestac­iones pacíficas, recibir denuncias, investigar y detener a civiles, asegurar bienes e intervenir comunicaci­ones, entre otras cosas. Para colmo, en la iniciativa legal referida no se incluye mecanismos de transparen­cia y de fiscalizac­ión para el trabajo de los institutos armados ni instancias para investigar eventuales abusos en contra de la población, la cual quedaría, de

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