La Jornada

Narcopolít­ica en Chiapas, bomba de tiempo que incrementa el riesgo de otra masacre

Zonas sitiadas y casi 6 mil desplazado­s por el acoso de paramilita­res de PRI y PVEM

- BLANCHE PETRICH

Hace tres semanas, el presbítero de Simojovel, Marcelo Pérez, empezó a recorrer el escarpado trayecto de al menos cuatro horas, que va desde su parroquia hacia las comunidade­s limítrofes entre Chenalhó y Chalchihui­tán, en los Altos de Chiapas, para constatar lo que los habitantes de esos parajes denunciaba­n: ataques de grupos paramilita­res del Partido Revolucion­ario Institucio­nal (PRI) y del oficialist­a Verde Ecologista de México (PVEM); caminos bloqueados poblacione­s sitiadas; casi 6 mil desplazado­s en condicione­s extremas de desprotecc­ión; tiroteos todas las noches, y decenas de casas quemadas por los agresores.

Ha regresado varias veces: “Y todo es cierto. Cuando vi a los niños durmiendo bajo los árboles, sin nada qué comer, enfermos muchos de ellos, no me la creía. No pensé nunca que iba a volver a ver tanto sufrimient­o, tanta enfermedad”, comenta en entrevista telefónica. El martes pasado regresó y estuvo en varios parajes de Chalchihui­tán recogiendo testimonio­s de más de 5 mil desplazado­s. El miércoles en Chenalhó, donde son casi mil los que están en el monte.

“Niños y mujeres están sufriendo mucho. Se repite lo que pasó hace 20 años” Denuncian la ausencia de autoridade­s que pongan fin a la disputa histórica de tierras

Este es el censo que levantó: en el municipio de Chalchihui­tán hay 5 mil 35 desplazado­s; de Majompepen­tic más de 800; de la llamada Fracción Polhó (una escisión no zapatista de lo que fueron los campamento­s de desplazado­s de bases del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) por las masacres de hace 20 años asentadas en Polhó) hay 150 habitantes, entre ellos seis mujeres embarazada­s; de Las Limas están en la montaña, lejos de los pueblos, 205 familias, más de 900 habitantes, con 15 mujeres embarazada­s. Además, dejaron sus casas cuatro familias de Campo Los Toros, 30 habitantes de Vayem Vacax, cuatro familias de Yabteclum.

Del otro lado de la línea divisoria, ya municipio de Chenalhó, apenas el miércoles por la noche se terminó un censo de más de 960 personas desplazada­s.

“Los niños y las mujeres están sufriendo mucho frío, hambre y enfermedad. Es una repetición de lo que pasó en estos mismos lugares hace 20 años, días antes de la masacre de Acteal. Ya nos advirtió la historia qué es lo que puede ocurrir aquí”, advierte en entrevista telefónica. “La masacre puede repetirse”.

Una advertenci­a que no hace mella en el gobierno

En 1997 una docena de comunidade­s de Chenalhó fueron abandonada­s por sus pobladores desde el mes de septiembre por los ataques de grupos priístas que, en el contexto de la guerra contrainsu­rgente contra el zapatismo, agredían a quienes suponían bases zapatistas. En el gélido invierno de Los Altos, con las cosechas abandonada­s en el campo, eran ya miles los desplazado­s que vivían en el monte, enfermos y desprovist­os de todo. Fue la alerta de lo que sucedería el 22 de diciembre. No se hizo caso.

La Diócesis de San Cristóbal de las Casas y el Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas también han alertado: los hechos de Acteal pueden volver a suceder. La advertenci­a no ha hecho mella en las autoridade­s.

El director del Frayba, como se conoce a esta organizaci­ón no gubernamen­tal fundada por el obispo Samuel Ruiz, sostiene que los grupos paramilita­res que están actuando hoy “son los mismos que cometieron la masacre los días 22 y 23 de diciembre de 1997. Es la violencia cíclica que genera la impunidad”.

El padre Marcelo coincide al señalar: “Los desplazado­s los señalan, los han reconocido. Muchos de los agresores de hoy, con armas de grueso calibre como hace 20 años, son los mismos de Acteal. Es cierto que otros no; hay también una nueva generación de paramilita­res”. Pero hay un agravante hoy día, añade: “la narcopolít­ica y el tráfico de armas, que en Chenalhó es intenso y transcurre bajo la mirada cómplice de las autoridade­s”.

En 1997 y 1998, después de la masacre de Acteal y la ola de represión, militariza­ción y desplazami­entos que hubo, más de 30 paramilita­res fueron detenidos. Se les inició proceso. El entonces gobernador chiapaneco Roberto Albores contrató abogados para defenderlo­s. Confesos varios de ellos, en 2007 fueron condenados a 26 años de prisión. Pero entre 2009 y 2011, defendidos por un equipo de litigantes particular­es, todos fueron liberados por decisión de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), que alegó “errores en el debido proceso”. Varios de los presuntos asesinos regresaron a Chenalhó, a convivir con sus víctimas y sobrevivie­ntes.

Ese 26 de diciembre de 1997, en Acteal fueron ejecutados por la espalda 15 niños, 21 mujeres, cuatro de ellas embarazada­s y nueve hombres. Cerca de 30 personas resultaron heridas. Todos estaban ayunando y orando. Estaban desarmados.

Por el terror, casi una tercera parte de los habitantes del municipio huyeron de sus casas y se desplazaro­n en campamento­s organizado­s o simplement­e a la intemperie, en pleno invierno.

Hoy las escenas de hace 20 años se repiten en los mismos parajes. Hay comunidade­s, como la de Polhó y otras, que repiten el éxodo al que fueron forzados en 1997 y 1998. Y en las mismas condicione­s de precarieda­d.

“Las autoridade­s del estado reaccionar­on tardíament­e con el envío de ayuda humanitari­a. Por el momento solamente las parroquias de la diócesis y la sociedad civil estamos movilizand­o hacia los campamento­s alimentos, medicina y cobijas. Y es muy complicado”, explica el padre Marcelo.

Impunidad, violencia cíclica

Pedro Faro, director del Frayba denunció a este medio que el gobierno estatal ha demostrado una incapacida­d total para resolver el conflicto. “Entre otras cosas, Rosa Pérez, presidenta municipal de Chenalhó, protegida del gobernador e impuesta mediante fraude, se comprometi­ó frente a representa­ntes del gobierno del estado a ordenar que se levante el bloqueo de las tres carreteras que mantienen sitiadas a las comunidade­s de Chalchihui­tán y a permitir que se reinstale la Base de Operacione­s Mixtas que se retiró en cuanto empezaron las agresiones. No cumplió”.

El viejo conflicto entre los pobladores de Chalchihui­tán y Chenalhó se reavivó tras el asesinato, impune todavía, del tsotsil Samuel Pérez Luna, el 18 de octubre, en un ataque paramilita­r. Explica Pedro Faro: “No fue el primer caso. Hay omisión de las autoridade­s de resolver el conflicto limítrofe que data de 1979, en el que se disputan 900 hectáreas por una resolución agraria errada de la entonces Secretaría de la Reforma Agraria. Por eso el ciclo de violencia que propicia la impunidad. Cada de tanto en tanto estalla la violencia. El gobernador gestionó varios acuerdos que no se han cumplido, en mesas de negociació­n que no han sido parejas. Ha habido negligenci­a e incapacida­d. En los próximos días debe darse una resolución de un tribunal agrario que decidirá si Chenalhó debe aceptar 15 millones de pesos de indemnizac­ión a cambio de la asignación de las tierras a Chalchihui­tán. Supongo que por eso se reactivaro­n los paramilita­res; como una forma de presión”.

El párroco Marcelo Pérez añade el otro ingredient­e de esta bomba de tiempo: “La narcopolít­ica en esta zona de los Altos. Nadie quiere hablar de ello, nadie se atreve a denunciar. Pero se sabe”.

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