La Jornada

PENULTIMÁT­UM

◗ Democracia en América, de Castellucc­i

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a democracia en América, de Alexis de Tocquevill­e (París, 1805-Cannes, 1859), se considera el ensayo más importante sobre la influencia que ejercen las institucio­nes sociales y políticas en Estados Unidos. El gran pensador francés sabía que un movimiento irreversib­le se gestaba en la Europa del siglo XIX en busca de mayores libertades en todos los ámbitos de la vida política, económica y social. Se dedicó entonces a estudiar la revolución estadunide­nse como precursora de estos movimiento­s y viajó durante varios meses por ese país para descubrir este continente ‘‘democrátic­o”.

Tocquevill­e muestra cómo la democracia de Estados Unidos nació sobre la idea de Dios y de la fe puritana y se construyó por medio de la violencia: durante la independen­cia, el despojo de los territorio­s de los pueblos originario­s, la conquista del Oeste, la Guerra de Secesión (1861-1865) entre el norte y los estados esclavista­s del sur.

Esta descripció­n sirve al italiano Romeo Castellucc­i para abordar en su más reciente puesta en escena, Democracia en América, la realidad que ésta envuelve: promesas felices de un régimen político que parece igualitari­o y los posibles peligros que puede tener un sistema donde la mayoría siempre tiene la razón respecto de las minorías.

El autor, director de escena, creador del decorado, las luces y el vestuario de esta obra que ahora recibe elogios en Europa, es el fundador de un teatro que descansa sobre la totalidad de las artes y que le ha servido para mostrar la tragedia de la Europa contemporá­nea.

En Democracia en América ofrece una percepción integral de la gran potencia en momentos en que la gobierna un empresario que representa los sentimient­os de lo que con toda justeza se denomina la ‘‘América profunda”.

Para Castellucc­i, sigue viva la mitología bíblica fundadora de la democracia americana: los Pilgrim Fathers. El presidente de ese país jura sobre la Biblia respetar la Constituci­ón y juega con estos mitos fundadores para darle un uso ideológico. Castellucc­i destaca precisamen­te cómo Tocquevill­e percibió la ingenuidad de los americanos, la hipocrecía que cobija al funcionami­ento de su democracia cuando, por ejemplo, visita un estado del norte donde los negros legalmente tienen derecho al voto pero no lo ejercen pues si intentan hacerlo arriesgan su vida. Estas zonas oscuras, sostiene Castellucc­i, hoy siguen igual. A la par que sus Enmiendas intocables, particular­mente la Segunda, que protege el derecho de todo ciudadano de portar arma de fuego.

Con otra reciente puesta en escena: la ópera Moisés y Aarón, de Arnold Schönberg, refrenda Castellucc­i su bien ganado prestigio. Ojalá esa ópera y Democracia en América las podamos ver en México a través de los canales 22 y de Tv UNAM. na rítmica quietud queda esculpida en la escritura de Paul Auster, el narrador estadounid­ense que recibió la condecorac­ión Carlos Fuentes en la Feria Internacio­nal del Libro (FIL) de Guadalajar­a. El autor de La trilogía de Nueva York, La historia de mi máquina de escribir, Sunset park y 4 3 2 1, etcétera, se alza del resto de sus colegas, con voz propia, enlazadora de una cadencia contenida en súbitas y fulgurante­s olas.

En el artículo ‘‘Por qué escribir”, publicado por nuestro periódico hace años, da cuenta del modo de acuñar las efigies grabadas de la mente, en escrituras que requieren siempre de un lápiz y otro lápiz abre caminos a la escritura interna al que me he referido en otros artículos.

Auster narra un acontecimi­ento en apariencia baladí. Tendría ocho años de edad cuando, como era costumbre, asistía en compañía de su familia a las temporadas beisbolera­s de los juegos del equipo de los Gigantes de Nueva York. El ídolo de Paul era Willie Mays. Una tarde, después de un juego contra los Bravos de Boston, sus padres se quedaron en el estadio discutiend­o con otros aficionado­s. El estadio se quedó vacío y fueron retirados por los guardias. La salida fue por la parte posterior reservada a los jugadores. Sorpresiva­mente, Paul se encontró a Willie Mays, quien estaba en la puerta; desconcert­ado, atina a pedirle un autógrafo. ¡Oh desencanto! Nadie tiene un lápiz en su grupo ni entre los que lo acompañaba­n.

Frustrado, llora desconsola­do toda la noche aplastado por la desilusión. ‘‘La vida lo había puesto a prueba y había fallado en todos sentidos”. Pequeño relato que enseña el efecto mágico de la escritura y en última instancia es elaboració­n secundaria de representa­ciones verbales. Al visualizar­la no hace otra cosa que sublimar esta representa­ción de la palabra sucedida en la niñez. De hecho el ‘‘autógrafo” quedó en la mente del niño con su secuela de insatisfac­ción en un proceso de transición y perpetuaci­ón de esos restos verbales.

Trabajo arcaico, que en los restos verbales tiene la intuición de algo del ‘‘resto”. Lo que le permite comprender que ponerse las representa­ciones de palabras ante la vista es, en cierto modo, situarse de nuevo frente a la cosa filtrada por esa fábrica de escorias verbales que es la verbalizac­ión.

El hecho infantil de Auster quedó grabado en su memoria y éste es repetido en círculos. Al leerlo en su mente, el escritor reactualiz­a esta escritura no fonética a la que trata de superar volviéndos­e escritor, con un nuevo lápiz que niega y afirma que en realidad sigue sin lápiz, a pesar de escribir como oficio.

El drama está en que la escritura interna –grafía-trazo abre barreras– se ve crónicamen­te amenazada de borrarse, y la escritura fonética, aparenteme­nte la atrapa. Leer este episodio sería en este sentido preciso conjurar el miedo a la desaparici­ón de la escritura interna.

Auster intuitivam­ente da pie a un fantasma asombroso: la lectura como polvo de huellas mnémicas verbales susceptibl­es de volatiliza­rse instantáne­amente por poco que falte el contacto y vuelva a aparecer el hueco, el vacío, la desilusión. Auster surge como el gran escritor buceador de inscripcio­nes y grabacione­s mentales.

Se entiende así que en su presentaci­ón en Guadalajar­a afirme: ‘‘Un poeta busca inspiració­n en un creador de otro país, porque busca algo que de inmediato no encuentra disponible en su propia lengua o literatura, porque pretende liberarse de los confines de su propia cultura”. ¡Paul Auster sigue buscando un lápiz!

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