La Jornada

RUTA SONORA

Bec. Juan Perro. Enjambre

- PATRICIA PEÑALOZA

en falso tras editar el intrigante pero afilado Modern Guilt (2008), el angelino mago de la mezcolanza transfront­eriza de géneros, indispensa­ble de la música pop de los años 90 e inicios de los dosmiles, quien desde su universo propio ha sabido combinar folk y country con hip hop, electrónic­a, funk, avant-noise, synth-pop y punk en un solo plano, con letras cáusticas y críticas al absurdo social, lleno de humor, sobre todo en Mellow Gold (1994), Odelay (1996), Mutations (1998), Midnite Vultures (1999); capaz de reinventar­se y arrancarse el corazón mediante el sincero, vaporoso y excelso Sea Change (2002), edita en 2017 Colors, su décimo tercer disco, tras haber ganado un Grammy por primera vez, por el baladesco Morning Phase (2014): irónicamen­te, uno de sus discos más aburridos.

hace Colors es generar sorpresa, pero no del todo para bien. En primera instancia, es en exceso pop, lo cual no es malo en sí, pero que en él hace levantar ceja, al no tratarse de cualquier autor, cantante y multi-instrument­ista, sino uno al que se le exige más, por haber sido altamente inventivo en trabajos previos.

taciturno de Sea Change, Modern Guilt y Morning Phase, no editaba un disco de ritmo exaltado desde el alegre Güero (2005) y el electro-misterioso The Informatio­n (2006). Como el título indica, hay una intención colorida y feliz, de lo cual ya había dado probaditas con los deliciosos sencillos Dream (2015), Up all night (incluido en el video juego FIFA 2016), y el magnífico Wow (2016). Con ellos, el disco por venir vaticinaba un Beck fresco y desenfadad­o, con un electro-rock definido, muy al día, sobre todo con Wow, un trap-hip-hop-pop que no suena a traición a sí mismo, sino a actualizac­ión de sus viejas cualidades: intuición para hacer canciones redondas y originales, siempre con una voz propia, imaginativ­a, particular.

completo Colors, hubo algo de decepción. Siguiendo la fórmula electro-pop de Dreams, repite el mismo ritmo en seis de diez tracks. Varían los arreglos, pero a la larga se vuelve monótono. Empieza alegrando los pies, pero acaba hartando. La mayoría de los temas, tras el primer coro, dejan de ofrecer novedad y aburren, predecible­s y complacien­tes, con letras sobre fiesta permanente, siendo que sus viejas piezas asombraban y crecían hacia el final. Si bien hay momentos agradables como en las rolas citadas, así como en la que nombra al disco, un tanto new wave; o Dear Life, con piano setentero a lo Paul McCartney y guitarras eléctricas beatlescas, e incluso I’m so free, funky tipo Midnite Vultures, hay momentos que espantan, como cuando Fix me suena a Coldplay, No distractio­n a The Killers o Seventh Heaven y Square one a Foster

o cualquiera de esas bandas genéricas recientes.

es un disco disparejo, con agraciados momentos pop, con mezcla y masterizac­ión brillosas, prístinas (no como virtud), en la que aún se vislumbra lo excelente músico y productor que es (amén de haberlo co-producido con Greg Kurstin, quien trabajó con la inglesa Adele), así como la maestría y oficio que tiene para combinar sintetizad­ores, buenas armonías y texturas (las guitarras están al fondo, la voz muy al frente). Sin embargo, se siente artificial, como en desesperad­o intento por encajar y sonar “joven” (es clara su intención de sonar cercano a MGMT, Phoenix,

et al).

loable que no haya buscado repetirse (gran punto a favor) y suena muy diferente a todo lo antes hecho, no le alcanza para lograr un disco imprescind­ible. Con todo, se agradecen las buenas intencione­s, y la sensación de que tendremos a un Beck para rato… aunque no se sabe si uno con la misma relevancia musical de antaño.

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