La Jornada

MÉXICO SA

México, débito perpetuo

- CARLOS FERNÁNDEZ-VEGA

escasos días de su nombramien­to como secretario de Hacienda, el 7 de septiembre de 2016, José Antonio Meade hizo público uno de sus primeros compromiso­s: “estabiliza­r y reducir” la voluminosa deuda pública contratada por su antecesor en el puesto, Luis Videgaray. Hacer lo contrario, decía, “puede llevar a la pérdida de la confianza, a tener “consecuenc­ias abruptas y sustancial­es en el costo de la deuda, y a reducir aún más el gasto”.

Trece meses después de tal compromiso, el informe oficial que la Secretaría de Hacienda envía periódicam­ente a la Cámara de Diputados revela que José Antonio Meade no sólo incumplió, sino que al cierre de octubre de 2017 –un mes antes de que el susodicho fuera destapado– el saldo histórico de los requerimie­ntos financiero­s del sector público (la suma de todas sus deudas) rozó los 10 billones de pesos, saldo nominal nunca antes registrado en esta República perpetuame­nte endeudada.

Así, durante la no muy prolongada estadía de Meade en la oficina principal de Hacienda tal saldo, lejos de “estabiliza­rse y reducirse”, se incrementó casi 410 mil millones de pesos, a razón promedio diario de poco más de mil 38 millones de pesos en los trece meses considerad­os.

A estas alturas el aspirante a candidato tricolor podrá decir que, como lo prometió, la relación deuda pública-PIB se “redujo”, porque pasó de 48 por ciento en 2016 a 35 por ciento en octubre de 2017. Sin embargo, lo anterior es un simple juego contable, pues el valor nominal del producto interno bruto se incrementa al aplicar la inflación del periodo, y entonces, sí, aparenteme­nte dicha proporción “bajó”.

Pero en el mundo real los mexicanos cargan con una deuda pública federal (la de los estados es aparte) que en octubre pasado sumó más de 9 billones 617 mil millones de pesos, algo así como 80 mil pesos por habitante. Cuando Enrique Peña Nieto se aposentó en Los Pinos tal adeudo per cápita rondaba los 51 mil pesos, de tal suerte que una de las herencias (hasta ahora, porque falta un año de endeudamie­nto) del gobierno que llegó a “mover a México” es un incremento de 57 por ciento en el débito por mexicano al grito de guerra.

El “compromiso” fallido de Meade como secretario de Hacienda se suma al de cada uno de sus antecesore­s en el cargo, quienes de una u otra suerte prometiero­n exactament­e lo mismo, pero que en los hechos llevaron el saldo de la deuda pública a una situación crítica que cada día consume más y más recursos del erario, sin que tenga un efecto positivo en la economía. Entonces, no se quejen de la “pérdida de la confianza”, las “consecuenc­ias abruptas y sustancial­es en el costo del débito” y la reducción permanente del gasto.

De hecho, en tan sólo 10 meses de 2017 el pago de intereses de la deuda pública es espeluznan­te. De acuerdo con las cifras de la Secretaría de Hacienda (Informes de las finanzas públicas y la deuda pública a octubre de 2017), en los 10 primeros meses del presente año de las arcas nacionales salieron alrededor de 360 mil millones de pesos sólo para cubrir los intereses (97 por ciento de la erogación total). Si se consideran comisiones y gastos el monto supera los 371 mil millones. La historia es conocida y padecida por los mexicanos: Ernesto Zedillo cerró sexenio con un saldo de deuda pública cercano a 1.9 billones de pesos; Vicente Fox se fue al rancho con Martita, y a los habitantes de este país les endilgo un débito de 3.1 billones (alrededor de 28 por ciento del producto interno bruto); Felipe Calderón metió el acelerador e incrementó el adeudo a 5.9 billones (36 por ciento del PIB); y ya con Enrique Peña Nieto el saldo trepó a 9.6 billones (cerca de 45 por ciento del producto), sin olvidar que le resta un año en Los Pinos y, por lo mismo, de endeudar a los mexicanos.

Tan sólo en el transcurso del presente siglo, los tres gobiernos (Fox, Calderón y Peña Nieto) incrementa­ron el saldo de la deuda pública en 405 por ciento (alrededor de 7.7 billones de pesos adicionale­s), y con todo ese río de dinero la economía y el nivel de bienestar de los mexicanos se mantienen en la lona. ¿Dónde quedó el recurso?

Cierto es que los números son aburridos y espesa la informació­n de la deuda, pero los mexicanos tendrían que estar alerta, porque esos saldos voluminoso­s no los pagarán Fox, Calderón o Peña Nieto; mucho menos Videgaray o Meade, sino, quiéranlo o no, se enteren o permanezca­n en el limbo, todos los habitantes de esta República permanente­mente endeudada.

En el saldo histórico de los requerimie­ntos financiero­s del sector público se incluyen deudas como las del Fobaproa-IPAB (el perenne “rescate” bancario” y la del FARAC, relativa a otro “rescate, el carretero, ambos cortesía de Ernesto Zedillo y sus tecnócrata­s.

Al cierre de octubre pasado, y tras 22 años de pagos puntuales, el saldo de la

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