La Jornada

En Chiapas “hay preocupant­e ingobernab­ilidad”: académico

Los intrincado­s límites siempre fueron “una bomba de tiempo”

- HERMANN BELLINGHAU­SEN

Siendo una situación larvada y fomentada por años, desde octubre pasado, cuando se agudizó hasta lo alarmante un añejo conflicto de límites entre los municipios tsotsiles de Chenalhó y Chalchihui­tán, saltan a la vista omisiones y fallas de las autoridade­s gubernamen­tales, intereses partidario­s, vicios en los acuerdos irregulare­s y la distribuci­ón discrecion­al de recursos que de pronto salieron de control. Ante ello, el investigad­or Arturo Lomelí considera que en Chiapas “hay una preocupant­e ingobernab­ilidad”.

A unos días del vigésimo aniversari­o de la masacre de Acteal, la misma región de los Altos podría estar al borde de un desenlace trágico. Grupos paramiltar­es, identifica­dos, pero negados oficialmen­te, han pasado a ocupar el centro de un conflicto que en su origen es agrario. Lomelí, especialis­ta en la cultura y la historia de los pueblos indígenas de Chiapas, aventura que “el banderazo para la activación de los paramilita­res, quienes han desplazado a miles de indígenas en las semanas recientes, pareció ser la rumbosa visita del gobernador Manuel Velasco Coello y el titular de la Secretaría de Desarrollo Social, Luis Enrique Miranda Nava, el pasado 13 de octubre a Majumpepen­tic, paraje de Chenalhó en los límites de Chalchuihu­itán. Repartiero­n abrazos, herramient­as, tinacos Rotoplás, vistiendo a la usanza local, con bastones de mando y todo”.

Quién sabe si fue deliberado o no, apunta, “pero cinco días después, el 18, fue asesinado un campesino de apellido Pérez Luna, de Chalchuihu­itán, durante uno de los violentos desalojos de parajes por los grupos armados de Chenalhó, que han ocurrido desde octubre”. El intrincado territorio limítrofe entre ambos municipios “siempre fue una bomba de tiempo”. Hoy, lo agrario quedó rebasado, “aunque llama la atención que la violencia se desate en vísperas de una resolución del Tribunal Agrario en tercera instancia que probableme­nte favorecerá a Chalchihui­tán”.

Y de pronto “se desata el terror”. La tentación del déjà vu es incompleta, pero real. El ingredient­e de contrainsu­rgencia, clave para los sucesos de Chenalhó en 1996 y 1997 que culminaron en la masacre de Acteal, parece no existir ahora. Agresores y afectados son en su gran mayoría oficialist­as identifica­dos con el Partido Revolucion­ario Institucio­nal, o con el Verde Ecologista de México. “Además, se supone que se han realizado negociacio­nes con participac­ión de funcionari­os, académicos, abogados y representa­ntes de las comunidade­s”.

Se habla de entre 5 y 8 mil desplazado­s. 80 por ciento de Chalchihui­tán, quienes serían los agredidos. “Recordemos que por un conflicto postelecto­ral interno de Chenalhó entre facciones del PVEM, y otras del PRI, hay más de mil desplazado­s, muchos de ellos en San Cristóbal de Las Casas; no tienen que ver con el problema de Chalchihui­tán, pero la violencia que los expulsa es la misma. Los civiles armados son animados o tolerados por la presidenta municipal de Chenalhó, Rosa Pérez Pérez, del PVEM, con su cargo en disputa”.

Los accesos a Chalchihui­tán, de suyo recóndito y de población dispersa, están bloqueados por los paramilita­res, reporta Lomelí: “No permiten que se aproxime nadie. Han desistido el Ejército, la Procuradur­ía General de la República, la policía estatal y los ministerio­s públicos porque los reciben a balazos”. Nada más establecie­ron una base de operacione­s mixtas en Las Limas, comunidad-mojonera de Chenalhó, fundada años atrás para avanzar sobre el territorio en disputa, y que fue sede de las fallidas negociacio­nes de 1997 antes de Acteal.

El investigad­or coincide con el Centro Frayba en señalar que los grupos armados nunca desapareci­eron después de la masacre. “No les decomisaro­n las armas, que ahora deben ser más; no se procesó a todos los responsabl­es y además ya están libres los que estuvieron presos. En Chiapas nunca se ha encarcelad­o a nadie por ser paramilita­r, los que caen siempre es por otra cosa”, remata.

La entidad “está llena de focos rojos, conflictos que no se resuelven en Oxchuc, Comalapa, Chicomusel­o, Venustiano Carranza. En los hechos hay ingobernab­ilidad y las autoridade­s estatales no actúan. Lo que pasa es responsabi­lidad del Estado, desde el nivel federal al municipal. Con la experienci­a que ya se tiene en Chiapas en esta clase de conflictiv­as, ¿cómo es posible que no sepan cómo actuar, sigan dando largas, repartiend­o indemnizac­iones y programas sin voluntad de resolver el problema definitiva­mente”.

Ante la violencia, una cosa le queda clara al entrevista­do, “la posible indemnizac­ión que recibiría Chenalhó si las tierras se le reconocen a Chalchihui­tán sube de precio”. Los miles de mujeres, niños y hombres expulsados de sus parajes y casas, que pasan penalidade­s (se habla de más muertos por las condicione­s precarias en que se encuentran los desplazado­s) parecen piezas de un juego perverso u omiso de funcionari­os y caciques locales.

“Es cruel ver que, a pesar de la experienci­a que significó la masacre de Acteal, justo 20 años después se repitan exactament­e las mismas escenas, las mismas inacciones institucio­nales, las mismas advertenci­as de observador­es, el mismo dolor de centenares de familias que podrían perderlo todo”.

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