La Jornada

Peña declara la guerra a México

- JOHN M. ACKERMAN

i el Senado avala la Ley de Seguridad Interior (LSI), ya aprobada por los legislador­es priístas y calderonis­tas en la Cámara de Diputados, el régimen autoritari­o mexicano finalmente se quitará la máscara para transitar abiertamen­te hacia una dictadura militariza­da.

Es falso que esta ley busque “regular” o “dar cobijo” a la actuación de los militares contra el crimen. En realidad, constituye una abierta declaració­n de guerra de Enrique Peña Nieto, Felipe Calderón, Salvador Cienfuegos y Vidal Soberón contra todo el pueblo mexicano, y sobre todo contra los activistas sociales y movimiento­s políticos de oposición que luchan por democratiz­ar y modernizar el país.

Algunos justifican la presencia de los militares en las calles por motivos de seguridad pública. Afirman que frente a la corrupción desbordada y la falta de profesiona­lización de los cuerpos policiacos, alguien tiene que mantener el orden. También sostienen que si los militares están arriesgand­o sus vidas con el fin de garantizar la paz, por lo menos habría que desarrolla­r un marco jurídico que clarifique sus funciones y establezca controles precisos.

Aceptando, aunque sin conceder desde luego, esta problemáti­ca argumentac­ión, la ley mencionada de ninguna manera cumple con este propósito. No ofrece claridad jurídica a los militares ni protección a los ciudadanos, sino todo lo contrario.

Para muestra, un botón: el artículo 18 de la ley de seguridad interior dice explícitam­ente que “en ningún caso, las acciones de seguridad interior que lleven a cabo las fuerzas armadas se considerar­án o tendrán la condición de seguridad pública”.

No podría ser de otra manera porque la misma Constituci­ón Política de los Estados Unidos Mexicanos, en su artículo 21, señala que “las institucio­nes de seguridad pública serán de carácter civil” y “la investigac­ión de los delitos correspond­e al Ministerio Público”. De manera complement­aria, el artículo 129 dice que “en tiempo de paz ninguna autoridad militar puede ejercer más funciones que las que tengan exacta conexión con la disciplina militar”.

Y si el Presidente llegara a requerir de manera excepciona­l, emergente y temporal a los militares para tareas diferentes a su función constituci­onal, tendría que acotarse estrictame­nte al procedimie­nto delineado en el artículo 29 constituci­onal, incluyendo la aprobación por el Congreso de la Unión y controles de parte de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

La función de los militares es defender a la nación contra amenazas externas, no internas. Si Peña Nieto y Calderón quieren cambiar la naturaleza y las facultades de las fuerzas armadas, tendrían que hacerlo desde la misma Constituci­ón.

La citada ley entonces de ninguna manera avala la participac­ión de las fuerzas armadas en el combate al crimen. Ninguna ley puede colocarse por encima de la Carta Magna.

¿Para qué sirve entonces la LSI? ¿Si no regula la actuación de las fuerzas armadas en materia de seguridad pública, por qué tanta urgencia para aprobarla fast track sin discusión ni debate alguno?

La respuesta es obvia para quien la quiera ver: Peña Nieto y Calderón se preparan para utilizar las fuerzas armadas y evitar una verdadera alternanci­a política en las elecciones del próximo primero de julio 2018. Buscan utilizar los militares para alejar a los ciudadanos de las urnas, así como evitar el reconocimi­ento del triunfo de Andrés Manuel López Obrador.

El contenido de la LSI refleja claramente esta intención. Entre las “amenazas a la seguridad interior” que justificar­ía la intervenci­ón de las fuerzas armadas se incluyen “movilizaci­ones de protesta social o las que tengan un motivo político-electoral” que no sean absolutame­nte pacíficas. Es decir, será suficiente colocar un par de provocador­es encapuchad­os para romper vidrios durante cualquier protesta poselector­al para “justificar” la intervenci­ón del Ejército en la represión de los manifestan­tes.

La ley también avala la intervenci­ón militar para frenar cualquier “acto tendente” a “consumar la rebelión” o a “inhabilita­r la infraestru­ctura de carácter estratégic­o”. Es decir, la ley autoriza que los militares intervenga­n para dispersar cualquier reunión de personas que pudiera estar apenas planeando alguna acción de bloqueo de una carretera o una protesta contra algún edificio gubernamen­tal.

La LSI no incluye control alguno de parte del Congreso o de la Suprema Corte. El Poder Ejecutivo tendrá la facultad unilateral y discrecion­al de utilizar los militares para fines políticos cuando así le parezca convenient­e.

Es también importante recordar que desde 2002 México forma parte del NorthCom o Northern Command del Departamen­to de Defensa estadunide­nse. Este mando único para América del Norte, establecid­o con la venia de Vicente Fox, tiene el fin de “defender y asegurar Estados Unidos y sus intereses” (véase: http://www.northcom. mil/About-USNORTHCOM/).

Así que la ley de seguridad interior no sólo nos somete a los caprichos militares de Peña Nieto, sino también a los de Donald Trump.

Todos los mexicanos, incluyendo los mismos soldados y quienes defienden la presencia de los militares en las calles, tendrían que oponerse a esta ley que desvirtúa y politiza la función de las fuerzas armadas y también afecta gravemente la soberanía nacional al someternos a las órdenes del desquiciad­o neofascist­a que hoy despacha en la Casa Blanca.

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