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◗ Banco de México: ¿preocupado? A galope, corrupción y violencia ◗ Conapred “cubre a negligentes”
l flamante gobernador del Banco de México (BdeM), Alejandro Díaz de León Carrillo, estrena puesto con una buena declaración: “La corrupción y la violencia son lastres para el crecimiento” del país y “preocupación creciente entre analistas, empresarios y el sector productivo”.
Parece que en el mapa del flamante tlatoani financiero no está considerada la preocupación de la ciudadanía, la más afectada por la corrupción y la violencia, pero de cualquier forma la suya no pasa de ser una declaración ocasional, porque todo indica que sus tres antecesores en el cargo (Miguel Mancera Aguayo, 1994-1997; Guillermo Ortiz Martínez, 1998-2009, y Agustín Carstens, 2010-2017) no hicieron mayor cosa ni se preocuparon demasiado en los temas que hoy aborda Díaz de León Carrillo.
Ello, porque si bien México históricamente ha destacado en la materia, la corrupción ha escalado a niveles (regularmente asociados con la violencia) explosivos y nadie –desde la autoridad legalmente constituida hasta los preocupados analistas, empresarios y sector productivo– ha movido un dedo para erradicarla –o atemperarla, cuando menos–, mientras la relegada ciudadanía paga crecientes cuotas.
En entrevista con La Jornada (Roberto González Amador), el flamante gobernador del BdeM considera que “la parte del estado de derecho es un tema toral” para el desarrollo del país y puntualiza que “en las encuestas que recabamos y pulsan el sentir de analistas, empresarios y del sector productivo, la corrupción y la violencia destacan como preocupación creciente que, por supuesto, tiene que atenderse, y esto obra en beneficio del crecimiento económico”.
Bien, pero habría que averiguar dónde quedó el estado de derecho y dónde las denuncias de analistas, empresarios y sector productivo citados por Díaz de León Carrillo, porque a la luz de los resultados el crecimiento ha ido de menos a mucho menos, mientras la corrupción, la impunidad y la violencia cabalgan libremente por la cada día más salvaje pradera mexicana.
Es de suponer que en algún momento los tres gobernadores del BdeM, antecesores de Díaz de León Carrillo, registraron cómo aumentaban corrupción y violencia en el país, especialmente con la llegada del cambio y la de Felipe Calderón a Los Pinos, cuando Guillermo Ortiz y Agustín Carstens despachaban en la oficina principal del banco central. Y debió ser así, porque resultaron notorios los “lastres para el crecimiento” (ahora la economía crece prácticamente la mitad que hace cinco lustros, y tres veces por debajo de lo registrado 35 años atrás) y el sostenido avance de la corrupción y la violencia.
Por ejemplo, a lo largo de las pasadas dos décadas Transparencia Internacional ha documentado (por medio de su índice temático) cómo se ha consolidado la corrupción en México. Así, al cierre del sexenio salinista nuestro país ocupó el escalón número 32 entre los países más corruptos del mundo (mientras más lejos de cero, más corrupto). Fue el primer informe temático del que se tenga registro.
Pero la corrupción se mantuvo a galope, y con Ernesto Zedillo en Los Pinos México cayó al escalón número 59 (27 por abajo del salinato) en materia de corrupción a escala internacional. Sexenio tras sexenio la calificación empeoró, y a paso redoblado.
Con el cambio de Vicente Fox y Martita Sahagún, los panistas hundieron más a México, al llevarlo al peldaño número 70, es decir, 11 por abajo respecto del cierre del zedillato. Pero no quedó ahí la cosa: Felipe Calderón redondeó la docena trágica blanquiazul y en materia de corrupción nuestro país se desplomó al escalón número 105 al cierre sexenal, en 2012.
En ese peldaño se ubicó el país cuando en diciembre de ese año Enrique Peña Nieto se aposentó en Los Pinos. Cuatro años después –de acuerdo con el más reciente informe de Transparencia Internacional–, México había caído a la posición 123 de 176 posibles.
En cinco gobiernos (de la segunda mitad de Salinas de Gortari al cuarto año de Peña Nieto, sin olvidar los de Zedillo, Fox y Calderón) la corrupción en México avanzó vertiginosamente y el país se desplomó 91 escalones (del 32 al 123) en el ranking internacional (recuérdese que mientras más lejano del cero, mayor el grado de corrupción). Lo mismo con la violencia y la impunidad, que galopan libremente por toda la geografía nacional.
Y lo mismo en materia de desarrollo humano (los datos son del PNUD): los pasados seis gobiernos prometieron una sustancial mejoría en el nivel de bienestar de los mexicanos. ¿Resultados? México se hundió del escalón 38 en 1990 al 77 en 2016, y descontando.