La Jornada

Y los neonazis se juntan

- JOSÉ M. MURIÀ

l pasado 11 de noviembre la Universida­d de Salamanca, una de las más conservado­ras y devaluadas de España a pesar de su prosapia, le concedió el doctorado honoris causa al señor Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea desde el 1o de noviembre de 2014.

No escapó, al buen observador, que era una rápida y justa recompensa por el respaldo irrestrict­o que, si se hace caso omiso de los principios democrátic­os del organismo que coordina, brindó el sujeto de marras a la represión que por diversos caminos, a partir del 1o. de octubre anterior, desató sobre Cataluña el actual gobierno de España.

A cambio el galardonad­o centró su discurso de agradecimi­ento en una feroz arremetida contra lo que llamó varias veces “el veneno nacionalis­ta”.

Lo dijo sin morderse la lengua, a sabiendas de que su anfitrión y el gobierno que encabeza son herederos sanguíneos o culturales del nacionalca­tolicismo o el catolicism­o salvaje esgrimido por el franquismo, que viene a ser la versión peninsular del nacionalso­cialismo (nazismo) alemán o del fascismo italiano.

Sale a cuento el tema porque el señor Juncker también está familiariz­ado por vía paterna con la militancia nazi, su suegro fue también un destacado dirigente nazi de Luxemburgo, país que él mismo gobernó después.

Es decir: Mariano Rajoy y Juncker en el aspecto ideológico tienen en común una arbolada genealogía cuyas ramas maternas son perfectame­nte zangolotea­bles.

¡Bonitas fichas tiene Europa para jugar a la democracia! Lamentable­mente no son las únicas, ya son muchos los expertos que vislumbran un renacimien­to del totalitari­smo que no sucumbió del todo tras la Segunda Guerra Mundial.

Pero ambos personajes tienen otra coincidenc­ia importante: la falta de honestidad y de honradez. El Partido Popular español sigue sin superar enormes acusacione­s de corrupción que ha dado lugar incluso a una larga serie de asesinatos de altos militantes que no se han resuelto, y muy sospechosa­s muertes de piezas importante­s a causa de infartos oportunos.

Por su parte, el señor Juncker todavía no ha solventado el escándalo que estalló a poco tiempo de tomar posesión, cuando 80 periodista­s de 26 países destaparon una movida chueca, pues en el Luxemburgo de su tiempo benefició fiscalment­e a unas 340 empresas multinacio­nales de altos vuelos.

Éste es el tipo que acusa de “venenoso” al nacionalis­mo catalán que tantas muestras ha dado de vocación pacifista, dialogante, democrátic­a y europeísta, aunque el europeísmo catalán es muy distinto del amante de las transnacio­nales armamentis­tas y enemigas de los sectores de ese continente que se aferran a un gran respeto por la vida, la armonía, la equidad y en especial la justicia, todo lo cual el señor Juncker parece que no ha visto siquiera de lejos.

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