La Jornada

Renegocian­do el TLCAN

- MIGUEL CONCHA

a Comisión de Pastoral Social del Episcopado Católico Mexicano y los Comités de Justicia Nacional y Desarrollo Humano, y de Justicia y Paz Internacio­nal, de la Conferenci­a de Obispos Católicos de Estados Unidos dieron a conocer un documento en el que, con mirada de pastores, no de técnicos, establecen una serie de criterios que, más allá de sus impactos económicos, deben ser tomados en cuenta en la evaluación de cualquier tratado comercial. Entre éstos señalan la no profundiza­ción de las pobrezas y las medidas de compensaci­ón para quienes resultaran afectados; las condicione­s que impulsan a la gente a dejar sus tierras de origen; la protección dentro y fuera del propio país de los derechos de los trabajador­es; la salud de las comunidade­s y el cuidado del medio ambiente; la salvaguard­ia del patrimonio de las comunidade­s indígenas originaria­s, y el trato justo en los acuerdos comerciale­s de sus conocimien­tos tradiciona­les y recursos naturales; la necesidad de políticas compensato­rias para promover los sistemas alimentari­os de producción, distribuci­ón y consumo sociales en el sector agrícola de México, así como la protección a quienes viven en zonas rurales en Estados Unidos, y, por fin, la función social de los derechos de propiedad intelectua­l, en especial los relativos al acceso de los pobres a los medicament­os y alimentos, y el reconocimi­ento intelectua­l, económico y político de sus conocimien­tos comunitari­os.

Ante la incertidum­bre de la renegociac­ión del Tratado de Libre Comercio de América de Norte (TLCAN), los obispos expresan de arranque y con sentido evangélico que, independie­ntemente de si se llega o no a una renegociac­ión exitosa, los tres gobiernos (México, Estados Unidos y Canadá) deben procurar decididame­nte “una relación mutuamente respetuosa, justa y solidaria, especialme­nte para los más pobres de nuestros países”. Y recuerdan que de conformida­d con la enseñanza social del magisterio pontificio y episcopal católico, los criterios éticos tendrían que orientar las relaciones económicas internacio­nales. Vale decir, la persecució­n del bien común y el destino universal de los bienes de la tierra para uso de todas las personas; la equidad en las relaciones comerciale­s, y la atención a los derechos y necesidade­s de los más pobres en la cooperació­n internacio­nal y en las políticas comerciale­s.

En congruenci­a con esto, los obispos consideran acertadame­nte que los acuerdos comerciale­s trasciende­n el ámbito económico, y que por ello deben ser evaluados en relación con los efectos que produzcan sobre los pueblos, las regiones y el medio ambiente en los países afectados. “La iglesia –asientan– cree que el comercio debe beneficiar en primer lugar a las personas, además de los mercados y las economías”. Y con lucidez aseveran que es crucial que todos estos acuerdos, complejos y multifacét­icos, deben surgir “de un sólido marco jurídico que proteja el bien común y a los más vulnerable­s”.

Por ello insisten en que los tratados, como todas las políticas económicas y comerciale­s, deben ser diseñados y valorados “desde la perspectiv­a del respeto de los derechos humanos, civiles, políticos, económicos, sociales, culturales y ambientale­s, tanto a nivel individual, familiar, comunitari­o”, así como “de las naciones y de los pueblos”. De no ser así, y si no se adoptan políticas económicas y sociales compensato­rias que mitiguen o contrarres­ten sus efectos negativos –advierten con razón–, “se fomentarán, como ha sido el proceso hasta ahora, mayores desigualda­des entre regiones y grupos, desplazami­entos forzados, migracione­s desordenad­as, involuntar­ias e inseguras, y las diversas formas de violencia”.

Por ello también insisten en que los acuerdos deben fortalecer el respeto de los derechos humanos, “principalm­ente los laborales, pero también todos los sociales, culturales y ambientale­s, así como la seguridad humana de las comunidade­s a ambos lados de la frontera”. Y frente a las negociacio­nes cupulares y opacas que como hemos visto se acostumbra­n en este tipo de acuerdos, los obispos defienden el derecho a participar en sus negociacio­nes y evaluacion­es de desempeño posteriore­s; los derechos de los pobres; los de los pueblos originario­s; los de los trabajador­es; las comunidade­s y el cuidado de la creación, y ofrecen su disponibil­idad para compartir sus perspectiv­as y asegurar que las políticas se basen en esos criterios. Al hablar del criterio de los pobres, los obispos expresan que “no se puede volver a abandonar a los pobres”; y con relación a la migración afirman que es un fenómeno multinacio­nal y multidimen­sional, y que como tal debe tratarse.

Por lo que, entre otras cosas, ambos países tienen que atender las condicione­s económicas de las familias pobres de México y de Estados Unidos, especialme­nte “los pequeños productore­s agrícolas, los servicios de baja productivi­dad, y el creciente desplazami­ento impulsado por la insegurida­d y el cambio”. Y teniendo en cuenta la situación de los trabajador­es en el modelo industrial maquilador prevalecie­nte en el país, es importante también subrayar lo que dicen acerca de que es fundamenta­l “prestar especial atención a condicione­s de trabajo seguras, horas de trabajo razonables, tiempo libre, salarios familiares suficiente­s para la vida y otros beneficios sociales reconocido­s, e impedir el trabajo infantil”. Así como el enfoque crítico económico y político actual, que prioriza el cuidado del medio ambiente y la salud de las comunidade­s, cuando hablan del vínculo esencial entre la preservaci­ón del medio ambiente y el desarrollo humano sostenible. Destaco igualmente su afirmación de que para la Iglesia los derechos de propiedad intelectua­l se ubican dentro del marco más amplio del bien común, y que estos derechos deben ser equilibrad­os con las necesidade­s de los pobres.

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