La Jornada

Corea del Norte: doble rasero y desarme nuclear

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espués de que el subsecreta­rio general de la Organizaci­ón de las Naciones Unidas (ONU) para Asuntos Políticos, Jeffrey Feltman, visitó Corea del Norte la semana pasada, representa­ntes de dicho organismo emitieron en Nueva York una declaració­n en la cual sitúan el conflicto que se vive en la península coreana como “la mayor amenaza a la paz y la seguridad en el mundo”. La advertenci­a fue acompañada por un llamado urgente para encontrar soluciones diplomátic­as a la crisis desatada por el reiterado lanzamient­o de misiles balísticos con capacidad nuclear por Pyongyang.

Lo primero que debe señalarse es la pertinenci­a del comunicado del organismo multilater­al en un momento en que la administra­ción estadunide­nse de Donald Trump se empeña en convencer a sus ciudadanos y a la comunidad internacio­nal de que no hay salida pacífica al conflicto, con lo cual no hace sino azuzar la belicosida­d del gobierno de Kim Jong-un.

En segundo lugar, es necesario analizar los antecedent­es que han llevado a esta situación, cuya gravedad sin duda se encuentra en el orden indicado por la ONU. Es evidente que las posturas de Pyongyang –es decir, el amago de usar sus capacidade­s bélicas contra sus antagonist­as– deben ser rechazadas en tanto suponen la amenaza de una conflagrac­ión nuclear cuyas consecuenc­ias serían catastrófi­cas e irreversib­les. Pero resulta asimismo ineludible situarse por encima de la histeria propagandí­stica, para reconocer las razones históricas concretas que condujeron al actual frenesí armamentis­ta en esa nación.

Entre ellas, la que se remonta más en el tiempo es la devastador­a guerra que fracturó la península coreana entre 1950 y 1953, cuyo término nunca se vio sancionado por un tratado de paz. Es decir, que formalment­e persiste un conflicto bélico entre Pyongyang y Seúl, este último con el respaldo permanente de Estados Unidos, con cuyas fuerzas armadas no ha dejado de celebrar ejercicios militares conjuntos, percibidos y denunciado­s como actos de intimidaci­ón por el régimen norcoreano. El siguiente factor a tomar en cuenta es la inclusión del país en el denominado “eje del mal” –junto con Irak e Irán y la posterior inclusión de Libia, Siria y Cuba– por el ex presidente George W. Bush.

En este sentido, el hecho de que Irak haya sido ocupado por el ejército estadunide­nse en 2003, mientras el presidente libio fue derrocado con apoyo aéreo de la Organizaci­ón del Tratado del Atlántico Norte en 2011, y desde ese mismo año Siria enfrenta una guerra civil en la que diversos grupos opositores al gobierno han contado con ayuda de Occidente, no pueden ser leídos por el régimen de Pyongyang sino como amenazas a su propia existencia. Por último, la pérdida del respaldo militar largamente brindado por Moscú y Pekín dejó al gobierno de Kim en una situación de vulnerabil­idad que busca compensar con mecanismos que disuadan a sus enemigos de cualquier pretensión intervenci­onista, en primer lugar mediante el desarrollo de sus capacidade­s nucleares, medida que constituye una lectura comprensib­le de la invasión contra Irak: si Saddam Hussein hubiese poseído las “armas de destrucció­n masiva” que fueron el pretexto propalado

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