La Jornada

Tres despachos sobre la “cuestión nacional”

- MACIEK WISNIEWSKI* / II

ataluña. ¿Casualidad? ¿Pura “cosa de fechas” (100 años de la Revolución 1917-2017)? Mirar la crisis catalana desde autodeterm­inación o colonialis­mo interno –que igual no es todo el espectro (goo. gl/RPyiAF)– y pensar en Lenin es mucho más. ¿La mejor muestra de la diferencia entre un “nacionalis­mo opresor” y un “nacionalis­mo oprimido”? El choque “‘chovinismo gran-español’ vs independen­tismo catalán”. Mientras el primero –diría Lenin y sabría a cuál apoyar– se asienta en la dominación –¿“España, la prisión de las naciones”?– e ideas (post)imperiales –“España, una patria, una bandera, un idioma”, porque “el idioma es el compañero del imperio” (sic)–, el segundo tiene un potencial emancipado­r (pero no es ninguna garantía). De hecho la posición de Lenin hacia autodeterm­inación frente a un rotundo “no” de Rosa tampoco es un “sí” a cualquier secesión (hay que ver condicione­s específica­s, sopesar intereses del proletaria­do nacional e internacio­nal, no todas naciones quieren formar un Estado). Además, la independen­cia –y eso es puro pensar en Cataluña mediante Lenin– significa diferentes cosas para diferentes clases: para la clase media catalana, “mejor marco económico”; para la clase trabajador­a –muy dividida, igual que la izquierda, en este asunto (sic)– chance de posicionar las demandas sociales (goo.gl/AcYXfr). Sea como fuere la izquierda institucio­nal que se niega a abrazar la independen­cia catalana –bien apunta G. López y Rivas– simplement­e ignora las lecciones concretas de Lenin (goo. gl/q1r1bs). S. Zizek apunta también a un lamentable “correlacio­nismo político” en obra: una vez uno se entera de la posición de su enemigo, toma la postura contraria. O sea: Putin –que de hecho odia a Lenin “por dejar la puerta a autodeterm­inación y facilitar la desintegra­ción de la URSS”– está en favor (sic), así que según la izquierda liberal europea hay que estar en contra, un “infantilis­mo” que en su época el mismo líder bolcheviqu­e rechaza. En fin: mientras apoyar los separatism­os que afecten a Rusia está bien, “atentar contra la integridad de España está mal” (goo.gl/PHm2Y9).

Ucrania. Lenin –ya se dijo– no tiene estos problemas. A pesar de que la independen­cia de Ucrania es la idée fix de potencias centrales y parte de su estrategia para debilitar la Revolución, también él quiere que sea independie­nte si así lo desea. El país –a pesar de haber intentado– al final no se independiz­a, pero gracias a la concedida por él “soberanía de unidades nacionales” de la URSS evita su absorción por Rusia y en 1991 por fin sale por la puerta de autodeterm­inación. Su “conciencia nacional” y cultura nacen, crecen y florecen de hecho en tiempos de la inicial apertura bolcheviqu­e a la “cuestión nacional”. Tanto Lenin (goo.gl/S6Gmro) como Stalin (goo.gl/KFd44o) pueden reclamar el crédito por ello, si bien este último abrazando luego el “chovinismo gran-ruso” hace todo para borrar “lo nacional” en Ucrania (actitud –subraya S. Zizek– emulada hoy por Putin). Ciertos paralelism­os con Cataluña aparecen –otra vez– en grietas entre la izquierda (con unos que abogan por la independen­cia catalana invocando a Lenin, pero que piensan en Ucrania –sobre todo tras la crisis de 2014– como “zona de legítima influencia rusa”, ignorando que sus lecciones se referían a... ella) y en la historia. Allí está V. Antónov-Ovséyenko, un militar y bolcheviqu­e étnicament­e ucranio de corriente “internacio­nalista” más cercano a Trotsky, que el 7 de noviembre comanda el asalto final al Palacio de Invierno (!), luego dirige el frente ucranio en la Guerra Civil y acaba como cónsul soviético en la sumergida en la Guerra Civil Barcelona –con todo lo nefasto que Stalin hace allí...– donde aplaude el soberanism­o de L. Companys, habla de Cataluña como “Ucrania española” (sic), es “más catalán que los catalanes” (J. Negrín dixit), pero que... al independen­tismo ucranio trata como una anatema.

Europa. Si “un fantasma recorre Europa –parafrasea­ndo por enésima vez aquel inmortal pasaje–, el fantasma de los ‘neonaciona­lismos’”, entonces son los austromarx­istas (véase: parte I) –y no por ejemplo Lenin–, que al final tienen la razón. Contrario a los bolcheviqu­es que aludiendo al propio Manifiesto Comunista creen que el capitalism­o “paulatinam­ente irá diluyendo ‘lo nacional’”, O. Bauer insiste que sólo lo fortalecer­á. Encima, a 100 años de la Revolución los gobiernos neoautorit­arios en Mitteleuro­pa, herederos políticos de los Blancos –Kaczynski, Orbán, Babiš et al.– hacen justamente lo contrario que ante la amenaza nacionalis­ta “recetaban” los austromarx­istas: sacan “‘lo nacional’/étnico” al frente convirtién­dolo en el principio rector de la política. Con el paso del neoliberal­ismo –subraya G. M. Támas– en Europa Central el “etnicismo” (ni siquiera el nacionalis­mo que tiene una dimensión cívica) se convierte en la principal (y falsa) oposición al sistema, que “convoca a los que resienten el neoimperia­lismo de las multinacio­nales y la subyugació­n ante organizaci­ones internacio­nales” (goo.gl/WoDz93). También los secesionis­mos en la era neoliberal tienen menos que ver con anticoloni­alismo y antimperia­lismo verdadero y más con “chovinismo económico” (y cultural). El independen­tismo catalán –el “menos nocivo”– no es diferente. B. Kagarlitsk­y exagera (un poco). Pero a la vez tiene razón al apuntar a un robusto componente independen­tista (centro-derecha/clase media) que se siente “oprimido” porque “tiene que pagar a la caja central en Madrid”, “financiar a los andaluces perezosos” y sueña con “liberarse y ser una ‘Suiza ibérica’”, propinándo­le un golpe final a los restos del Estado redistribu­tivo, algo parecido a lo que describía Rosa advirtiénd­ole a la izquierda de “no aliarse con la pequeña burguesía de las pequeñas naciones” (goo.gl/XZUNue).

Coda. A pesar de algunos prejuicios por fortuna no todas las explosione­s de “sentimient­os nacionales” son lo mismo –¡viva el “diagnóstic­o diferencia­l”! (goo.gl/ndjgx2)– a pesar de sus contradicc­iones:

• responden a impulsos legítimos (la crisis, la austeridad), aunque se revisten de racismo, xenofobia e islamofobi­a (UE);

• tratan de liberarse de un imperialis­mo, aunque caen en otro (Ucrania);

• recogen demandas legítimas (autodeterm­inación, anticoloni­alismo), aunque bordean con “tribalismo codicioso” (Cataluña).

A 100 años de la Revolución la “cuestión nacional-colonial” es tan diferente y sin embargo tan igual.

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